La economía parásita
La economía parásita
Raúl Prada Alcoreza
Llamemos economía parasita a esa “economía”
anexa, que se incrusta a la economía
propiamente dicha, al campo económico,
para succionar su energía, alimentarse de sus recursos, aposentarse en sus circuitos,
usar sus dispositivos y hasta máquinas
económicas, absorber parte de su masa dineraria y de su capital.
Propiamente hablando, la economía
parásita no genera capital, sino que succiona parte del excedente formado en el campo económico. Sin embargo, aparenta
formar una suerte de enriquecimiento espurio; pues incorpora dinero a través de
sus circuitos de distribución y de tráfico. Incluso aparece en la esfera de la
producción ilícita, en tanto “industrialización” prohibida. Empero, estas son
apariencias, pues si incorpora dinero a la economía
nacional, que, por cierto, no es cuantificada ni registrada, lo hace absorbiendo
del excedente de la economía mundo. Si se presenta como “industrialización”,
en la esfera ilícita de la “producción”,
lo hace en “fabricas” y “laboratorios” clandestinos. Lo que no deja de
mostrarse como industrialización, en
tanto transformación de las condiciones iniciales de la producción, sobre todo
de las materias primas, los insumos y los precursores. Lo que habría que
anotar, a propósito de este fenómeno, es que se trata de la esfera de la producción en el lado oscuro de la economía.
Este metabolismo industrial clandestino tiene ciertas analogías con
lo que comúnmente se llama proceso de
producción; sin embargo, se efectúa de una manera sumergida, además de
acotada. No ocasiona efectos multiplicadores como los que ocasiona lo que la ciencia
económica llama campo industrial. En
otras palabras, la “tecnología” empleada en la producción ilícita, no es autónoma; más bien, funciona con
instrumentos, herramientas, insumos, prestados por el propio campo industrial. Situación y condición
que equivale a reafirmar que, incluso en el caso de la producción ilícita, se trata de una condición parasitaria. Por lo tanto, las esferas de la producción,
la distribución y el consumo de esta “economía” sui generis conforman una economía parasitaria, que no podrían
funcionar sin las dinámicas del propio campo
económico propiamente dicho.
La economía política de la cocaína es pues
una economía parasitaria. No genera,
sino absorbe recursos y parte del excedente.
No es una economía que suma, sino,
mas bien, que resta, salvo que se circunscriba a los límites de una economía nacional, donde impactan los
ingresos de esta economía parasitaria.
Empero, la contabilidad de esta economía,
aunque sea estimativa, pues no hay registros, no puede circunscribirse a la
geografía política nacional, pues sus circuitos suponen los espacios de la economía mundo, aunque del lado oculto de esta economía. El impacto en la economía mundo es, mas bien negativo,
pues absorbe el excedente de una
manera no productiva, sino orientada al consumo,
tanto al consumo de los usuarios, así como al consumo suntuario de esta burguesía del lado oscuro de la economía. El problema
es que a pesar de que sea así, que no se trate de una economía generativa,
sino, mas bien, de una economía
degenerativa, en la etapa de dominancia del capitalismo financiero y especulativo, este tipo de circuitos del lado oculto de la economía mundo se
expanden como promocionados por las lógicas
inherentes al capitalismo financiero. Ocurre
como que la economía mundo integrara
su lado oculto para absorber especulativamente
el excedente producido.
Ahora bien, en
Bolivia esta economía parasitaria
parece haberse expandido notoriamente. No solo absorbe parte del excedente producido en el país y la
parte que le corresponde del excedente
mundial, dependiendo de los países por donde circula, sino que atraviesa la
malla institucional del Estado, a tal punto que parece ya controlarla. La
combinación entre economía nacional y economía parasitaria se ha vuelto
perversa. Las instituciones estatales, por lo menos algunas, las de emergencia,
parecen servir precisamente a los fines que se traza la economía política de la cocaína. No se trata, por cierto, como señalan las
versiones de los medios de comunicación, sobre todo las versiones de las
instituciones estatales y de los voceros gubernamentales, de que están
involucrados personas o autoridades malas,
como si esta economía parasitaria
funcionara por la voluntad del mal inherente
a las “personas malas”. La economía política
de la cocaína funciona a través de sus propias estructuras, organizaciones,
dispositivos, circuitos, esferas productivas ilícitas, esferas de distribución
y de consumo ilícitos. Se trata de máquinas
de poder y máquinas económicas del
lado oscuro del poder y de la economía. No son pues las personas la
clave del funcionamiento del narcotráfico,
sino que ya asistimos a expansiones intensivas del lado oscuro del poder y de la economía.
Es pues inocente
pensar que, cazando a las autoridades involucradas, a las personas
comprometidas, con el narcotráfico, se resuelve el problema. Como dijimos antes[1],
esto es una catarsis, no una
solución. Peor aún, cuando el ejecutivo, el órgano judicial, el órgano
legislativo y la policía pretenden circunscribir sus pesquisas a la irradiación
de la culpabilidad, además de limpiar
a la institución policial del personal corrompido. Que se lo haga, incluso, lo
que no va a ocurrir, que se efectúen pesquisas extensivas y limpiezas amplias, de
todas maneras el problema no va a ser
resuelto, pues no se encuentra en las inclinaciones de las “malas autoridades”
policiales, sino que se trata de un problema
estructural, para decirlo en términos usados y conocidos.
Si hubiese – conjetura
- la voluntad de salir del círculo vicioso de la economía política de
la cocaína, las acciones no se circunscriben a la caza de culpables y a la limpieza institucional,
pues requieren transformaciones
estructurales e institucionales. Para decirlo de una manera general, la
relación de la economía nacional con
la economía mundo debería ser
distinta; por ejemplo, abandonar el modelo
colonial extractivista del capitalismo dependiente. Esta situación de dependencia, generada por la geopolítica del sistema mundo capitalista,
hace altamente vulnerable a la economía nacional
ante las contingencias no solo de los mercados de las materias primas, sino también
ante las contingencias de estos mercados del lado oscuro de la economía mundo. Por otra parte, lo dijimos en un
anterior escrito, se debería dejar de cultivar la hoja de coca excedentaria,
materia prima de la “industrialización” de la cocaína. Sin esta materia prima
se hace más difícil instalar fábricas y laboratorios de la producción ilícita. La
pregunta a estas alturas es: ¿A qué se dedicaría la gente que se dedica al
cultivo de la hoja de coca excedentaria y a su “industrialización”? Obviamente,
es absurdo proponer meter a la cárcel a esta masa significativa de cultivadores
y productores; algo que sugiere el moralismo
fosilizado y el espíritu de venganza
de políticos dramáticos. El Estado y la sociedad están como obligados a ofrecer
alternativas económicas. Tampoco es la “guerra contra el narcotráfico” la solución,
pues ésta ha fracasado mundialmente. Lo único que ha ocasionado esta guerra es
una población gigantesca de víctimas y de muertos, sobre todo de gente que se
halla como en la base de la pirámide de estas estructuras sociales anómalas. Lo
único que ha ocasionado también es convertir este negocio clandestino en
altamente rentable. Antes que la guerra es preferible el dialogo de paz, lograr
acuerdos y consensos sociales; incluso antes de que se dé, si se da, un dialogo
obligado después de una guerra estúpida.
La sociedad y el
pueblo deberían declararse en emergencia,
en consecuencia, movilizarse para solucionar semejante problema que aqueja a la población del país. La solución no puede
encontrarse sino en la toma de consciencia
de la peligrosidad de la problemática que envuelve al país. A sí mismo, la
solución se logra mediante acciones de emergencia y radicales, que no
significan ni catarsis colectiva ni castigo. Hay que diseminar las estructuras, los dispositivos, las máquinas de la economía parasitaria. Esto equivale a transformaciones institucionales, pues
las instituciones heredadas, tanto del Estado como las de la sociedad institucionalizada, ya son
parte del problema, de la recurrencia
reiterativa del problema, del circulo vicioso de la economía política de
la cocaína. Pero, estas
transformaciones institucionales no pueden darse sino sobre transiciones consensuadas, por lo tanto,
de consensos sociales logrados deliberativamente.
Por otra parte, la crisis
relativa a la corrosión institucional
no viene sola, sino que se encuentra en campos
gravitatorios de otras crisis, la crisis ecológica, la crisis civilizatoria,
la crisis estructural y orgánica del sistema
mundo capitalista. En consecuencia, si hubiese la voluntad social para
salir de los círculos viciosos de la economía política de la cocaína, del
poder, de la economía política generalizada,
la sociedad puesta a deliberar y buscar consensos está obligada a tratar también
las genealogías de las otras crisis estructurales. Es de esperar que las
salidas de las crisis mencionadas no se encuentren a la vuelta de la esquina,
tampoco están a la mano; se requiere, como dijimos de consensos y transiciones
consensuadas. Empero, lo que si es indispensable es iniciar los recorridos deconstructivos y de diseminación de las mallas
institucionales corroídas.
En este sentido, en
la medida que los problemas que se tratan no solo son nacionales, sino también
regionales y mundiales, se requiere convocar a los otros pueblos a hacer lo
mismo, para lograr deliberaciones entre sociedades, deliberaciones de alcance
mundial, para llegar también a acuerdos y a consensos, así como a transiciones consensuadas. Ciertamente, nada
de esto, si es que se diera, va a ser fácil ni rápido. Empero, lo importante es
que los pueblos sean capaces de poner un alto a la marcha desbocada de un desarrollo destructivo, de una economía mundo, que ha perdido su rumbo
y se encamina a la especulación apocalíptica.
Como hicimos notar en
otros ensayos, no parece encontrarse la posibilidad del desenvolvimiento de
esta voluntad de transformación en las
clases políticas de los países del mundo, tampoco en las instancias
institucionales estatales y sociales tradicionales, tampoco en las
organizaciones del orden mundial. La emergencia creativa de esta voluntad se encuentra en las sociedades
y los pueblos, sobre todo en su condición de sociedades alterativas, en su potencia
social. Por eso, la exigencia de la coyuntura
mundial, de alta peligrosidad para la sobrevivencia humana, es la auto-convocatoria de los pueblos a
deliberar colectivamente, democráticamente, abiertamente, usando los potentes
recursos de la ciencia, de la tecnología, de la comunicación y de la
cibernética, sobre los problemas que atingen a la sociedad humana en el momento
presente.
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