El plano de la ideología
El plano de la
ideología
Raúl Prada Alcoreza
La ideología, la máquina de la fetichización, se mueve en el ámbito imaginario,
aunque sus trípodes se asienten en el suelo de las mallas institucionales y los
dispositivos del poder. Sin embargo, se puede decir que su eficacia trascurre
en la virtualidad; incluso, se puede
figurar, solo para ilustrar, que se mueve como en un plano bi-dimensional. En
otras palabras, la ideología no tiene
espesor. Se ha dicho, una
interpretación teórica marxista lo ha dicho, que es el lugar de la lucha de clases
en el campo de la concurrencia de las ideas. El problema
de la ideología es éste, fuera de los
ya mencionados en la crítica de la
ideología[1]; es decir, se
mueve en un ámbito sin espesores, cuando la realidad
efectiva deviene en los espesores
de la complejidad.
En este sentido, la ideología no es efectiva en los espesores de
la realidad, salvo en lo imaginario.
La ideología no incide
preponderantemente en la realidad
efectiva; solo lo hace como formaciones
discursivas y enunciativas legitimadoras; legitima el poder, pero no forma
parte de su materialidad ni de las dinámicas del poder. El ejercicio del poder, como ya lo dijo
Michel Foucault, no pasa por la ideología,
a pesar de que la utiliza. El poder se ejerce mediante la captura de fuerzas y su
utilización para la dominación y la reproducción misma del poder. Esto transcurre en los espesores territoriales y corporales, se
inscribe en sus superficies la
dramática historia política y se imprime en los espesores los sistemas
codificados del poder. Las resistencias
también se desenvuelven en los espesores
de la realidad, pues se trata de las constelaciones de fuerzas sociales no capturadas por las máquinas del poder. Las fuerzas
no son imaginarias, sino, mas bien, físicas.
Aquí la ideología no puede cambiar
los funcionamientos y dinámicas de las fuerzas; solo puede
interpretarlas. Ciertamente, no comprende
la complejidad de estas dinámicas; para simular un entendimiento las reduce a esquematismos duales, que se mueven en
dos dimensiones, en el mejor de los casos; es decir, como imaginario audiovisual. En el peor de los casos, se mueve solo en la
dimensión virtual, si la podemos
llamar dimensión.
El principal error
político es confundir la realidad efectiva
con la narrativa ideológica. Reduce
la complejidad dinámica de las composiciones y combinaciones de composiciones de la realidad al plano de la
ideología; ni siquiera se abre a la articulación de distintos planos de intensidad; por lo tanto, está
lejos de comprender las dinámicas dadas en los espesores de la realidad efectiva. Por
eso, los proyectos políticos fracasan; por eso, la promesa política no se puede cumplir. Está demás aclarar que esto
pasa con toda forma y estilo ideológico; por lo tanto, con toda la gama de
proyectos políticos. Sería caer en la discusión ideológica decir que unas formas ideológicas están mejor dotadas
que otras, que unas formas ideológicas
tienen mejor aproximación a la realidad
que otras. La ideología no funciona
como hermenéutica para comprender la realidad o, por lo menos, parte de ésta; la ideología funciona como máquina
de fetichización para sustituir
la realidad por la ficción de la
idealización.
En lo que hay que
tomar atención para comprender las dinámicas de la realidad efectiva es en
las dinámicas complejas de cuerpos,
territorios, flujos y ciclos ecológicos, no en las narrativas ideológicas, por más elaboradas que sean. Las narrativas ideológicas se mueven en el mundo de las representaciones, en tanto
que las dinámicas complejas de la realidad efectiva se mueven en los tejidos
espaciotemporales-territoriales-sociales-culturales. Está demás decir que
el mundo de las representaciones no
es el mundo efectivo, tan solo es
eso, composiciones de representaciones que interpretan el mundo efectivo, de acuerdo con sus posibilidades de comprensión y
entendimiento del acontecimiento.
Nada problemático sería esto si se aceptara que las interpretaciones, sean científicas o ideológicas, son
aproximaciones coyunturales a las dinámicas
de la realidad efectiva; empero,
cuando se pretende la verdad sobre la
realidad efectiva, lo que se hace es
no solo reducirla a la estrecha circunscripción de las representaciones, sino negarse a la apertura de aprendizajes sobre los funcionamientos
complejos de la realidad.
En la medida que se
han institucionalizado estos
procedimientos reductivos de la ideología,
las sociedades humanas institucionalizadas se alejan de la comprensión y entendimiento
dinámicos de la realidad efectiva. En
consecuencia, se embarcan con una bitácora equivocada a un probable naufragio.
En este sentido, podemos señalar a la ideología
como error de información, tenida a mano. Lo que, de entrada, es grave, pues
la sobrevivencia de los sistemas vitales
y autopoiéticos depende de la información;
es decir, de la información adecuada.
Por lo tanto, las sociedades humanas, al quedar atrapadas en las ideologías, se encuentran vulnerables y
expuestas al fracaso, pues no pueden anticiparse ni desarrollar acciones
apropiadas a la sobrevivencia.
Haciendo un balance
somero de las historias políticas de
la modernidad, podemos aseverar que todos los proyectos ideológicos y políticos
han fracasado; no han cumplido con la promesa.
No podían cumplirla, pues estaban lejos o ajenos a las condiciones de posibilidad históricas-sociales-culturales para
cumplirla. Por otra parte, la ideología
no está precisamente para cumplir con lo que dice, ni con la promesa que ofrece, sino precisamente
para no cumplirla; es como píldora de adormecimiento y analgésico que gana
tiempo, que se dilata en la espera, teniendo seducidas a las multitudes, que
son capturadas ideológicamente. No
podía ser de otra manera, como dijimos y por lo que dijimos.
En el presente o, si se quiere, en el momento presente de la historia reciente, los despliegues de la ideología como que han sufrido mermas profundas; son descuidadas en
sus elaboraciones narrativas y argumentativas; son improvisadas y
prefieren apostar al espectáculo
estridente que a la elaboración enunciativa. Si se las compara con las formas ideológicas de los siglos
pasados, se puede ver que son, mas bien barrocas
y hasta eclécticas. No se esmeran en
convencer, como ocurre y exige la retórica,
el antecedente oral de la ideología,
sino prefieren impactar con métodos publicitarios. Si no sonara a exageración,
podríamos decir que la ideología
habría desaparecido y es sustituida por la mercadotécnica
de la imagen. Mercadotécnica que no dice nada, salvo la manipulación psicológica de los mensajes impactantes, que no acuden al raciocinio sino al chantaje emotivo.
Las ideologías de las que hablamos son, por
una parte, la neoliberal, además del conservadurismo postmoderno – que aunque
usted no lo crea se da de manera campante -; la ideología neopopulista y la
ideología rezagada de un socialismo barroco, conocido como el “socialismo del
siglo XXI”. Todas estas ideologías son
débiles en comparación con las ideologías
del siglo XIX y del siglo XX, pues se conforman en la escasez argumentativa, en la pobreza de la información, en la desaparición de la memoria histórica y en la falencia misma
de la promesa, que ya solo es
reiterativa, solo que más gris que la promesa
ideológica de los siglos anteriores.
Por eso, haciendo
caso a la apreciación que emitimos, quizás convenga no llamarlas ideología sino estrategias publicitarias y de propaganda; ni siquiera de convocatoria, pues, parece que, hasta
esto, la convocatoria, no interesa. Lo que interesa es el impacto, el shock masivo, la manipulación mediática. En consecuencia,
lo que fue la ideología es sustituida
por la manipulación mediática. Si la ideología se movía en el plano, en la
bi-dimensionalidad, la estrategia de manipulación mediática solo se mueve en
el ámbito de la virtualidad; pero de
una virtualidad empobrecida, acotada
a la difusión de los prejuicios sociales, solo que edulcorados con
insinuaciones subliminales.
Si revisamos los
discursos de estas ideologías
mencionadas, vamos a comprobar la elementalidad retórica, la escasez
argumentativa, la pobreza narrativa. El mensaje que emiten las estrategias de manipulación mediática no apunta a la racionalidad sino a la emotividad
heredada, perturbada por traumas
sociales, acumulados históricamente. Se puede decir que, en la actualidad, estamos ante un mundo de representaciones distinto que
los mundos de representaciones del
siglo XIX y del siglo XX. El mundo de las
representaciones de la actualidad corresponde más al spot publicitario que al esfuerzo argumentativo; por lo tanto, se puede
decir que más que representar, simula.
Si siguiéramos usando
el concepto de ideología o lo que
queda del mismo, podríamos hablar de la ideología
de la simulación o, mas bien, de la simulación ideológica. No interesa convencer,
como en la ideología, en sentido
clásico, sino simular; es decir,
hacer un montaje, aparentar, presentarse plenamente en el disfraz, que es la
emulación teatral a la que se ha reducido la ideología. Las formas
ideológicas “posmodernas”, por así decirlo, más de una manera ilustrativa,
como el neoliberalismo, el neopopulismo y el “socialismo del siglo XXI”, son
las expresiones más elocuentes de la decadencia cultural del sistema-mundo moderno tardío. Ciertamente las ideologías en concurrencia intentan
oponerse, presentarse como opuestas; sin embargo, todas comparten una
característica común: la de la escasez argumentativa y narrativa. Todas
funcionan como máquinas comunicativas
de mercadotecnia o de propaganda mediática.
Ninguna tiene un debate en serio con las otras ideologías concurrentes; no se detienen en esto, no pierden el
tiempo, prefieren descalificarlas por medio de procedimiento acusatorios.
No deja de ser
sugerente decir que la decadencia
civilizatoria se patentiza en la decadencia
ideológica; las formaciones
ideológicas de la modernidad tardía no tienen nada que decir, empero se
esmeran por presentarse como las portadoras de las verdades crepusculares. Desde una lectura de la sintomatología, podríamos decir que
estas ideologías tardías son anunciadoras del apocalipsis.
En esto se parecen a las iglesias delirante que anuncian la proximidad del fin del mundo; la diferencia es que
estas últimas corresponden a anacronismos
milenaristas desabridos, en tanto que las primeras corresponden a la versión “posmoderna”
de la política, la de la promesa banal
y sin horizontes.
En vano intentar
buscar contrastes entre estas ideologías
y sus prácticas políticas; a pesar de
que unas son acusadas de “derecha fascista” y otras son acusadas de “izquierda
totalitaria”, todas estas ideologías “posmodernas”
comparten la levedad extrema del sentido
y, si se quiere, del ser. Se trata de ideologías atrapadas en las estrategias
de impacto comunicativo, que buscan impresionar más que convencer. Ahora bien,
a partir de esta aseveración, se puede sacar ciertas hipótesis sobre el funcionamiento del poder en la contemporaneidad.
Si bien el poder es la heurística de las
dominaciones, la característica preponderante de las dominaciones en la modernidad tardía parece ser la de convertir al pueblo en público. Se trata de una dominación
mediática o que usa los medios de comunicación como instrumentos de poder, produciendo el público. En consecuencia, la política se convierte en un espectáculo grandilocuente y el pueblo en el público espectador. El público
no interviene en la trama del poder,
salvo como espectador o receptor de
los mensajes. El público se halla en
las sombras del teatro político, en
tanto que los protagonistas y actores de la trama
política están plenamente iluminados. Así como los medios de comunicación
se evalúan por el rating,
también la política lo hace. Cuantos más asombrados se consiga por el
estridente espectáculo de la casta política, que cada vez más se
parecen a los guiones de las telenovelas baratas, tanto más se valoriza la
política, en el sentido banal.
El pueblo
es el público espectador; si alguna
vez es consultado, se lo hace no tanto por decoro o por guardar las
apariencias, sino como parte de la narrativa
política. Empero, estas consultas no inciden en el decurso de la práctica
política, que ya se halla desbocada y conducida por los juegos de poder. Ser público
en la modernidad tardía es no practicar el raciocinio,
como lo sugirió Jürgen Habermas, sino responder mecánicamente a los estímulos
de la publicidad y la propaganda política, ahora, de los medios de
comunicación. Se produce el público a imagen y semejanza de los guiones de los
medios de comunicación. El público
acepta sumisamente convertirse en espectador
pasivo; es más, hasta se manifiesta agradecido.
Cuando el público
aparece en los medios, en las pantallas, en el periódico y en la radio, es
incorporado al espectáculo político.
Los medios de comunicación no hacen estas tomas como parte de la información a escrutar y descifrar, sino
como parte de los montajes y ediciones de una trama ya establecida, donde el público
solamente aparece como víctima o como
monstruosidad; en su caso, como morbosidad del espectáculo, el drama de la vida cotidiana o de los
eventos sensacionalistas.
También el público aparece como desborde de la condición humana deteriorada; por ejemplo, cuando se enfocan las migraciones, sobre todo multitudinarias.
En este caso, el poder produce al desterrado
o desterrada; no solo en su condición
de marginación, sino como manifestación elocuente de cuerpos martirizados por el destierro y la violencia. En este caso,
la característica del diagrama de poder
consiste en la producción del desterrado o desterrada, de la familia expatriada. Se puede decir que la
característica preponderante del poder no es exactamente mediática, sino de un diagrama
de poder que expulsa a compatriotas de manera masiva, que obliga a la huida
multitudinaria, que incursiona el recorrido dramático del destierro. El migrante o
la migrante de la modernidad tardía
no es exactamente público, pues
actúa, interviene en la trama política,
aunque no haya estado en el guion. De alguna manera, la desordena o descalabra,
rompe el equilibrio o la comodidad del teatro
político. Rasga el velo de la ideología
mediática de la modernidad tardía. Tampoco
se puede decir que corresponde exactamente a lo que se entiende por resistencias, pues más que resistir el migrante padece los desenlaces de los juegos de
poder internacionales y nacionales.
El migrante
de la modernidad tardía es un producto
histórico-político perverso de los diagramas
de poder y de las cartografías
políticas contemporáneas, es como el “costo colateral” de las estrategias de dominación
desencadenadas. Es el producto perverso
de las máquinas de guerra en la
modernidad tardía. Lo que aparece como causa subyacente de las migraciones masivas es la guerra desencadenada, ya tenga ésta una
escala mundial, una escala regional o una escala nacional. Ya se trate de una guerra caliente o de una guerra de baja intensidad. Si se
quiere también de una guerra civil de
baja intensidad desatada por gobiernos totalitaristas.
El público
y el desterrado son las figuras patentes que sobresalen en los diagramas de poder más actuales de la
modernidad tardía; son el contenido
de las formas de estos diagramas de poder, cuya arquitectura se encuentra diseñada en
las redes y circuitos de los medios de comunicación, así como en las máquinas de guerra. La expresión de estos diagramas de poder aparece en las noticias sensacionalistas, en el
manejo morboso del drama masivo o, en otro caso, en los comentarios anodinos de
las desgarradoras situaciones de la condición
humana, devaluada al extremo de la extinción.
Parecería que los diagramas de poder de la modernidad tardía se movieran en el intervalo
de dos contenidos, el del público y el del desterrado. Interpretando, es como decir que, si no aceptas ser público del espectáculo de la simulación,
entonces, se te condena al destierro.
Estos contenidos derivan del moldeamiento de los cuerpos sociales, a partir de las máquinas de control, las máquinas
de guerra y las máquinas mediáticas.
Sin embargo, no acaba aquí todo lo que respecta a la concurrencia de las
fuerzas sociales, pues hay también resistencias.
Las resistencias corresponden a las
actividades y prácticas sociales que no aceptan convertirse en público, que buscan ser actores de los entramados sociales y las
tramas políticas. Cuando ocurre esto, los espacio-tiempo
sociales se convierten en las zonas rojas, de peligro, para la mirada panóptica y de control de los diagramas de poder. Son territorios marcados como peligrosos, que
deben ser controlados, en el mejor de
los casos, incorporados a los campos
de dominio del poder. Para tal
efecto, se definen estrategias de captura,
que vienen conformadas desde las de contención
hasta las de incorporación, pasando
por procedimientos de encapsulamiento
y aislamiento, para no permitir la irradiación contagiosa de estas zonas rojas. Una de las estrategias punitivas consiste en
declarar la “guerra al terrorismo”, suspendiendo todos los derechos a este enemigo abominable, llamado “terrorista”.
No se trata solo de los fundamentalismos musulmanes, sino además de otras figuras barrocas, que convierten en “terroristas” a las actividades de
resistencia para la mirada paranoica
del poder. Algunos gobiernos de la periferia
- aunque no solo, pues también lo han hecho gobiernos de las potencias emergentes, incluso del centro móvil del sistema-mundo capitalista - han declarado “terroristas” a los
dirigentes indígenas, que forman parte de organizaciones y movimientos de
defensa territoriales, culturales y de los derechos de los pueblos indígenas.
También han sido señaladas como “terroristas” otras dirigencias de los pueblos
movilizados por la defensa de las cuencas, los bosques y los ecosistemas.
Incluso la defensa de la democracia y de los derechos constitucionalizados es
susceptible de ser declarada actividad “terrorista”.
Las zonas de resistencia son un problema
para los diagramas de poder y las estrategias de dominación. Incluso no se
requiere de organizaciones vinculadas a demandas ni de dirigencias de estas
organizaciones, tampoco que se desaten movilizaciones sociales, sino tan solo,
que las poblaciones singulares no se
conviertan en público, pues
despliegan otras prácticas propias y
relativas a otras cohesiones y estructuraciones sociales. Cuando estas
poblaciones se desentienden de las influencias mediáticas y las propagandas
políticas, atendiendo más bien a otras pautas culturales, entonces, al no ser público son también señaladas como
peligrosas o, por lo menos, sospechosas.
Hay variados contenidos de estas resistencias,
se den de manera abierta y, si se quiere, consciente,
o de manera espontánea y, si se quiere, inconsciente.
Uno de estos contenidos corresponde
al relativo a los pueblos indígenas, que
juegan un papel protagónico en las resistencias
ecológicas y culturales. Otro de estos contenidos
de las resistencias corresponde a la
figura de los movimientos sociales
autonomistas, de autogestión y de autogobierno. En lo que corresponde a las
resistencias espontáneas, que no
generan movilizaciones sociales, sino que están asociadas a prácticas singulares de cohesión social,
aparecen contendidos difusos y
ambivalentes, como, por ejemplo, las tribus
urbanas. No se trata de hacer, ahora, una larga lista, que de por sí habla
de que las sociedades alterativas
desbordan a las sociedades
institucionalizadas, sobre todo desbordan en demasía a los campos de dominio del poder[2].
La lista puede ampliarse con lo que está en formación de nuevos contenidos de resistencias, que, aunque no hayan definido un perfil político, ya
se han manifestado desordenando las estructuras
de poder. Hablamos de los movimientos en defensa de la democracia, también de los movimientos ciudadanos. Entonces, se puede ver que el poder
encuentra a su paso una proliferación de resistencias.
De estas resistencias proliferantes
no hablan los medios de comunicación, ni toma en cuenta la propaganda política.
Francamente los ignoran, a no ser que aparezcan como noticia sensacionalista.
Aunque sí se ocupan, con mirada vigilante, las máquinas de poder y las máquinas
de guerra.
Volviendo al plano de la ideología, estos contenidos
o semi-contenidos de resistencias no son parte de las narrativas ideológicas, salvo para
estigmatizarlos, si no es, en algunos casos, hacer apologías, que también es
una manera de ignorarlos. En este sentido, se puede decir que las ideologías son anacrónicas; no responden a las dinámicas
de los espesores del presente, sino
que se hallan ancladas, rumiando, una memoria
rezagada, de un recorte del pasado o
más bien, una representación
esquemática del pasado.
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