Apocalipsis en Tucabaca
Apocalipsis en Tucabaca
Enviado por Fernando Soria
Les comparto la tragedia del valle de Tucabaca, una pena realmente se
debería salir a las calles para parar semejante atrocidad, seguro para más
plantaciones de Coca:
Si usted busca poner como ejemplo un acto humano que vaya en contra de los recursos naturales y de uno de los lugares más bellos de la Tierra, no tiene que buscar en esquinas remotas del mundo ni al otro lado del mar. Ha ocurrido en un escenario mágico que está más cerca de lo que cree: está en el mero valle de Tucabaca, en esa reserva protegida forestal del municipio de Roboré, en la Santa Cruz que todo el mundo dice que ama con ahínco y devoción. Lo que ha pasado ha sido algo horrible. Más de 30 hombres armados con tractor, oruga y cadenas, y con documentos bajo el brazo que ‘legalizan’ el tamaño de su ‘hazaña’, han irrumpido en ese bosque tropical y las aves que dormían en los árboles centenarios han salido en estampida porque esos hombres han entrado para arrasar, para arrancar de raíz todo lo que encontraban a su paso, para abrir una herida de 55 hectáreas que ahora, desde el cielo, parecen una gangrena arraigada en el pulmón de la selva, y desde el piso, si uno se para en ese desierto que han creado, siente el calor infernal que contrasta con las plácidas sombras que alberga el vientre fresco del bosque.
La anterior semana, cuando entré a este escenario de desastre, todavía encontré algunos árboles caídos en su último estertor de muerte. Estaban ahí, tumbados, amontonados en el medio o a un costado de cada una de las 33 parcelas abiertas, unidas por un camino ancho que más que camino parece una pista de aterrizaje y que esos hombres también hicieron mientras los monos y el chancho tropero, el tatú y hurina corrían con el terror en cuerpo por el ruido devastador de los avasalladores de su territorio.
Después del desmonte quedó un panorama de desolación. Esos hombres le pusieron un título a su obra: comunidad Túpac Amaru. Una comunidad entre la selva en un lugar que está a 15 kilómetros de un río y donde la sed solo se la puede calmar con agua de lluvia o con cisternas trasladadas desde Roboré o Santiago de Chiquitos. Y unas cuantas plantas de maíz y de zapallo sembradas para que se diga que están cultivando la tierra. Ellos ya no estaban aquella mañana cuando llegué y solo quedaba el fruto de sus actos como una estela gris que causa el paso de un meteorito capaz de convertir en algo desolador uno de los paisajes más bellos de este mundo.
Si usted busca poner como ejemplo un acto humano que vaya en contra de los recursos naturales y de uno de los lugares más bellos de la Tierra, no tiene que buscar en esquinas remotas del mundo ni al otro lado del mar. Ha ocurrido en un escenario mágico que está más cerca de lo que cree: está en el mero valle de Tucabaca, en esa reserva protegida forestal del municipio de Roboré, en la Santa Cruz que todo el mundo dice que ama con ahínco y devoción. Lo que ha pasado ha sido algo horrible. Más de 30 hombres armados con tractor, oruga y cadenas, y con documentos bajo el brazo que ‘legalizan’ el tamaño de su ‘hazaña’, han irrumpido en ese bosque tropical y las aves que dormían en los árboles centenarios han salido en estampida porque esos hombres han entrado para arrasar, para arrancar de raíz todo lo que encontraban a su paso, para abrir una herida de 55 hectáreas que ahora, desde el cielo, parecen una gangrena arraigada en el pulmón de la selva, y desde el piso, si uno se para en ese desierto que han creado, siente el calor infernal que contrasta con las plácidas sombras que alberga el vientre fresco del bosque.
La anterior semana, cuando entré a este escenario de desastre, todavía encontré algunos árboles caídos en su último estertor de muerte. Estaban ahí, tumbados, amontonados en el medio o a un costado de cada una de las 33 parcelas abiertas, unidas por un camino ancho que más que camino parece una pista de aterrizaje y que esos hombres también hicieron mientras los monos y el chancho tropero, el tatú y hurina corrían con el terror en cuerpo por el ruido devastador de los avasalladores de su territorio.
Después del desmonte quedó un panorama de desolación. Esos hombres le pusieron un título a su obra: comunidad Túpac Amaru. Una comunidad entre la selva en un lugar que está a 15 kilómetros de un río y donde la sed solo se la puede calmar con agua de lluvia o con cisternas trasladadas desde Roboré o Santiago de Chiquitos. Y unas cuantas plantas de maíz y de zapallo sembradas para que se diga que están cultivando la tierra. Ellos ya no estaban aquella mañana cuando llegué y solo quedaba el fruto de sus actos como una estela gris que causa el paso de un meteorito capaz de convertir en algo desolador uno de los paisajes más bellos de este mundo.
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