Apuntes para una arqueología del concepto de Estado

Apuntes para una arqueología del concepto de Estado

El Estado espacial y la espacialización del Estado

 

Raúl Prada Alcoreza

 

 

 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dedicado a Víctor Hugo Quintanilla Coro, quien continua persistente y consecuentemente la lucha anticolonial, que no puede ser sino crítica y dinámica. A su compañera Shirley Gladys Clavijo Villarroel. A mis ahijadas Guadalupe Ángela Quintanilla Clavijo y Alexia Penélope Quintanilla Clavijo. A toda la familia comprometida con las liberaciones múltiples.

 

 



 

 

Introducción

 

La intuición y el concepto del espacio supone una fenomenología basada en la experiencia de la exterioridad. Sin embargo, no hay que olvidar que no se puede hablar de exterioridad sino desde una interioridad, entonces, también supone una experiencia de la interioridad, que según Emmanuel Kant corresponde al tiempo, a la configuración del tiempo desde la estructura misma de la subjetividad. En este caso nos interesa abordar la problemática del Estado desde la perspectiva del espacio, entonces tendríamos que hablar, descifrar, decodificar e interpretar el Estado desde la experiencia de la exterioridad, que según Michel Foucault tiene que ver con el poder, el poder es exterior. Se opone a las resistencias y busca colonizar la interioridad.

 

Entonces en este ensayo vamos a abordar la interpretación del Estado desde la perspectiva espacial, por eso, hablamos del Estado espacial y también del espaciamiento del Estado. Queremos ocasionar un desplazamiento conceptual en la interpretación del Estado, por lo tanto, un desplazamiento conceptual producido desde la experiencia social, tanto de la exterioridad como de la interioridad. Es decir, comprendiendo la actividad de esta experiencia dual desde la intuición y concepto de espacio, que, obviamente, se abre a su propia arqueología del saber. Hay distintas acepciones del espacio, lo que nos llevaría a la interpretación del Estado desde las distintas experiencias espaciales de las sociedades y los pueblos.

 

 

A propósito del desplazamiento conceptual, respecto a la interpretación del Estado, considerando la mirada espacial, vamos proponer una premisa, que puede considerarse histórica, mejor dicho, genealógica. Es la siguiente:

 

El espacio estriado, estratificado por el Estado, corresponde a las formas genealógicas del Estado antiguo. En tanto que el espacio liso corresponde a la sociedades nómadas o itinerantes, a las sociedades sin Estado. El espacio capitalista desterritorializa, por así decirlo, por segunda vez, los espesores territoriales de las sociedades ancestrales sin Estado, aunque sín con códigos relativos a las filiaciones. La primera desterritorialización, como hemos dicho, corresponde al imperio, que sobrecodifica los códigos iniciales de las comunidades, desterritorializando las conjunciones y conjugación territoriales y sociales de las comunidades, empero reterritoralizando nuevamente todo en el cuerpo del déspota, así como en la institucionalidad burocrática y sacerdotal de la dominación concentrada. El mercado capitalista vuelve a desterritorializar, esta vez acompañando al desierto capitalista con decodificaciones mayúsculas, con suspensiones institucionales de las formas de organización antiguas. Se podría decir que la sociedad capitalista es una sociedad sin códigos o tendría que ser una sociedad sin códigos, sin embargo, no ocurre esto. ¿Por qué? A la sociedad capitalista le correspondería un espacio liso, parecido al de los nómadas, empero, no ocurre esto, puesto que el Estado moderno vuelve a estriar el espacio, realizando esta operación de manera paradójica, con la reterritorialización institucional del Estado nación. En otras palabras, el Estado nación impide que se llegue al espacio liso, bloquea esta posibilidad, hace que no se cruce el límite y se quede todo en los agenciamientos de las genealogías del poder del imperio antiguo.

 

Teniendo en cuenta esta premisa, vamos a abordar la tarea de la espacialización del análisis del Estado. Hay como tres escenarios y hasta cuatro. Diferenciando el corte histórico entre la época colonial y la época poscolonial, tenemos el primer escenario, que corresponde a la conjunción, composición y conjugación de espacios en transformación, en consecuencia, en transición, donde habitan y se cobijan, además de imaginarlo, las sociedades que experimentan el dramatismo de la conquista y de la colonización. Cuando se consolida el orden colonial del poder, a través de una compleja organización, que tiene su referente central aparentemente en la metrópoli ibérica, empero, efectivamente se trata de varios centros dispersos, se trata del descentramiento colonial en varios centros, que son las metrópolis virreinales, se da lugar a las cartografías coloniales que se superponen a los recorridos móviles de los ayllus. Entonces, tenemos dos fases o dos escenarios de la época colonial. Después de las guerras de la independencia, cuando se instalan las repúblicas flamantes en la formación histórico social colonial del continente de Abya Yala, se puede decir que el espacio colonial se fragmenta, dando lugar a lo que hemos llamado la “republiquetas”. El paso de la cartografía colonial a la cartografía republicana implica la definición de las nuevas fronteras, aunque sobre la base de las antiguas administraciones coloniales. Esta fase o escenario, el tercero, en nuestra cronología espacial, nos muestra una mezcla de composiciones espaciales, coloniales y republicanas. Las revoluciones nacional populares intentan la conformación de una República, en pleno sentido de la palabra, con la incorporación de las mayorías al ejercicio de la democracia formal institucionalizada. En este caso, en esta cuarta fase o escenario de nuestra cronología espacial, tenemos la conformación y configuración de un espacio moderno, aunque sobre la base de un substrato barroco, que corresponde a las sedimentaciones de una historia espacial abigarrada.

 

 

 

Espacialización del Estado

 

Hay que pensar otra connotación del Estado, que se encuentra más allá de lo acostumbrado, en el lenguaje usado desde tiempos remotos. La relación del espacio y el Estado o, más bien, dicho de otro modo, hablamos del espacio estatalizado; lo que llama Gilles Deleuze el espacio estriado, que tiene una imagen inmediata en el Estado moderno en tanto geografía política. Pero, la relación del Estado con el espacio es más antigua, no solo con lo que respecta al imperio, a la extensión de la dominación mediante la conquista y incorporación de pueblos y territorios, sino en el acto mismo de nombrar la relación entre cargos y espacios a cargo de las autoridades. Por ejemplo, en Qaraqara-Charka, Mallku, Inka y Rey de las provincias de Charcas (siglos XV-XVII); Historia antropológica de una confederación aymara, Tristan Platt, Thérèse Bouysse-Cassagne, Olivia Harris, nos muestran esta inmediata relación entre Estado y espacio, además de cargos ligados a responsables de cumplirlos, fuera de las relaciones de filiación y de las alianzas territoriales, que corresponden a los ayllus. En el ensayo de interpretación del libro citado, de investigación colectiva, los autores mencionados escriben en el apartado Provincia y nación, lo siguiente:

 

La palabra “provincia” se usa constantemente en las fuentes con referencia a diferentes niveles de organización, como acabamos de precisar. Pero ¿en qué medida se trata de un vocablo que tiene un equivalente en las lenguas andinas? Conviene aclarar primero el significado en castellano de la época. El tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias, publicado en 1611, ofrece la definición siguiente:

 

Una parte de tierra extendida, que antiguamente, acerca de los romanos, eran las regiones conquistadas fuera de Italia, latine provinciae, quasi procul victa. A estas provincias enviaban gobernadores, y como ahora los llamamos cargos, este mismo nombre provincia significa cargo.

 

Aquí, la palabra castellana combina dos elementos semánticos en un solo concepto: La idea de una extensión geográfica (tierra extendida), por una parte; y por otra, la administración de una “región conquistada” por parte de “gobernadores“ (”cargos“) enviados desde un centro Imperial (sea Roma o Cusco). 

 

Sin embargo, en las lenguas andinas estos dos elementos semánticos - la jurisdicción y el espacio - se expresan con palabras distintas. Por ejemplo, en el diccionario de la lengua quechua de Diego González Olguín, la palabra “provincia“ se encuentra con el significado de ”términos o jurisdicciones de jueces“ (suyu suyu, suyuquinray, o suyuquiti); el ”juez“ aquí puede entenderse como equivalente al ”gobernador“ de Covarrubias. A este nivel, el centro Imperial Cusco y suyu es la provincia en una dimensión administrativa, pues se trata de un repartimiento de trabajo de territorio. Además, tanto en el diccionario de González Olguín como en el vocabulario de lengua aymara de Ludovico Bertonio una de las muchas acepciones de suyu es “la parte que uno o muchos toman de alguna obra para trabajar como iglesia ya Chácaras, Edificio etc.” dicha definición nos remite a un aspecto fundamental del concepto suyo: Se aplica a las jurisdicciones pertenecientes a cualquier nivel social, del mismo Tahuantinsuyo (“todas las cuatro provincias del Perú“) hasta la responsabilidad que corresponde a un solo individuo.

 

En contraste con lo anterior, quimray y quiti tienen un significado espacial que se aproxima a la noción de “tierra extendida“; González Olguín señala que las provincias consisten en comarcas o lugares o partes (quimray quimray, quiti quiti). De hecho, quimray y quiti se refieren a dos aspectos diferentes del concepto, tierra extendida. Quimray significa “lo ancho, las provincias o y el distrito“; es la ”travesía” que atraviesa un espacio territorial (por ejemplo, una ladera, como en la frase moderna chawpikinray, “media ladera”). Quiti, en cambio, es “la provincia o sitio o comarca a la redonda de un lugar el contorno o circuito“, o el hueco, ; el énfasis está más bien en la circunferencia de un espacio, en los linderos externos. 

 

En fin, suyo se refiere a la administración de una población, población o una responsabilidad humana, mientras que quimray y quiti señalan extensiones en el espacio. Tal distinción léxica en quechua, entre dos elementos semánticos que se encuentran unidos en la palabra española, provincia, encuentra un ejemplo capaz en la palabra compuesta suyuquiti, qué significa precisamente “la tierra de jurisdicción de cada juez“. Lo mismo se desprende de la traducción al aimara, que Bertonio ofrece de “provincia de alguna nación”: Mamani, suu, uraque. Aquí, suu es lo mismo que suyu, y uraque quiere decir tierra. Mamani o wamani, águila, se refiere tanto al señorío aimara como a la provincia incaica; el término expresa el nivel, en el cual los señoríos preincaicos se articularon con la administración del Tawantinsuyu. Bertonio traduce la frase mamani conturi mayco (literalmente, halcón, cóndor, señor) como “halcón, como rey de pájaro, y también un señor de muchos vasallos”[1].

 

 

En consecuencia, es importante comprender la relación de espacio con el Estado, entender la emergencia de una institución, que nace con un nombre, que hace referencia al espacio, pero también a cargos, a responsabilidades, y tiene la noción de las filiaciones y las alianzas territoriales. Un término lingüístico hace referencia a la experiencia, se puede decir más bien que desde la experiencia se nombra, antes que desde el lenguaje se nombre. Claro está, aquí usamos dos acepciones distintas del nombrar; la primera, connota no el acto lingüístico, sino la metamorfosis de la experiencia en una figura imaginada, que adquiere sonido y también escritura. La segunda, tiene que ver ya con el acto lingüístico, la pronunciación y la escritura de la lengua que expresa la figura imaginada. 

 

¿A dónde apuntamos? A que lo que llamamos Estado no solo corresponde a una genealogía del poder, como nos hemos acostumbrado a hablar, si no que corresponde, antes, a una arqueología del concepto, que supone una arqueología figurativa y también una arqueología de la imaginación referida. Vamos a lanzar una hipótesis interpretativa de lo que acabamos de decir: Lo que llamamos Estado, lo que en la modernidad se llama Estado, nació mucho antes, en los nacimientos mismos de lenguaje, como representación, que supone un imaginario, que supone una experiencia, la misma que contiene las sensaciones y los sentidos, admitiendo las fenomenologías corporales, perceptuales y sociales.

 

Emmanuel Wallerstein dijo que el Estado es la institución que construyó la nación, pero habla de la nación en sentido moderno, no en el sentido antiguo, que tiene una característica, más bien, consanguínea, de filiación, incluso de alianza territorial. Para poder llegar al concepto de nación, en sentido moderno, como Estado nación, han tenido que pasar muchas metamorfosis y transfiguraciones del imaginario y de la experiencia, en los mismos desplazamientos y transformaciones lingüísticas. Para decirlo de una manera más ilustrativa, podemos repetir la hipótesis de la siguiente manera: El Estado fue imaginado y después fue construido.

 

De esta manera, le estamos dando una preponderancia dinámica, incidencia e iniciativa, a la imaginación social. Cornelius Castoriadis, en la Institución imaginaria de la sociedad, habla del imaginario radical, que precisamente tiene la facultad de crear de la nada. Esto es más o menos lo que está ocurriendo, no solamente con respecto al concepto de Estado, sino con todos los otros conceptos; suponen no solamente una arqueología del saber tal como lo hizo Michel Foucault, sino una arqueología de las transformaciones culturales, de las transformaciones lingüísticas, de las transformaciones imaginarias, es decir, suponen las fenomenologías ancestrales de la experiencia.

 

En este sentido, hablar de espacio, implica ligarlo a la experiencia a las sensaciones, a la sensibilidad corporal, a la percepción, a la inteligencia afectiva y a la inteligencia intelectiva. Es en esta experiencia, en las transformaciones de esta experiencia, donde se da lugar el sentido de lo experimentado o la fenomenología del sentido, la invención conceptual. El espacio no solamente se liga de manera inmediata a la experiencia, que otorga una figura de espacio, de entorno, de irradiación, de recorrido, incluso de mirada, que captura el espacio del que se habla. Sino que esta figura adquirida del espacio, en el sentido de la experiencia inmediata, si se quiere, en el sentido de la exterioridad, de Emmanuel Kant, adquirie una connotación imaginaria, así como otorga atribuciones de responsabilidad, de mando y de control. Aquí nace, podríamos decir, el sentido más antiguo del concepto de Estado, en sus acepciones más primarias y quizás fundamentales.

 

Ocurre que las sociedades se transforman, también sus imaginarios y sus representaciones, dando lugar a lo que conocemos como instituciones, que tienen, en un principio, un carácter más antropológico, después, mucho después, van a adquirir un carácter administrativo. Van a prolongar este carácter y proyectarlo como una concepción del poder, que implica, a la vez dominio, potestad de dominio, de administración de control y representación única. El Estado antiguo reúne un conjunto de connotaciones, que son articuladas y sintetizadas por las transformaciones dadas en la experiencia social, de tal manera, que se inventa una institución, que fue imaginada y que adquiere materialidad social.

 

El Estado moderno o, más bien, la concepción del Estado moderno se asienta, por así decirlo, sobre las connotaciones de un concepto antiguo de Estado, más ligado al imperio que a la República. En otras palabras, se llega a la paradoja de construir una República imperial, que, a la vez es, imperio o, dicho de otra forma, inventa un imperio que es republicano. La república o el Estado modernos contienen esta contradicción o, más bien, está paradoja, que guarda el secreto de su dominación, de su ideología y del ejercicio del poder.

 

A la llegada de los españoles al continente de Abya Yala, no solo se enfrentaron civilizaciones diferentes, sino también concepciones diferentes de la administración, del control, de la organización social y de la representación de los cargos y las responsabilidades, así también distintas experiencias sociales e imaginarios colectivos y constelaciones sensibles. Este enfrentamiento requirió de traducción, por lo tanto, de traductores, ahí están los cronistas y los sacerdotes, antes los sacerdotes que los cronistas y, un poco antes, aparecieron los autores de diccionarios. 

 

Como sabemos que la traducción es imposible, si asumimos lo que Bárbara Cassin dice en el Elogio de la traducción, complicar el universal[2], entonces podemos decir que, en este encuentro de desencuentros, entre conquistadores y nativos, no se da lugar a una traducción, sino más bien a una imposición de los sentidos, pero también a la resistencia de los sentidos. Asistimos, pues, a entrelazamientos de imaginarios, de experiencias, de sensibilidades, de fenomenología de la percepción y de conceptualizaciones. Este es el barroco latinoamericano y del Caribe.

 

Hemos hablado del Estado espacial, vinculando el Estado al espacio y el espacio al Estado, en procesos de estatalización. En otras palabras, atendiendo a lo que hemos dicho, el espacio está ligado a la experiencia, a la percepción, a las sensaciones, a los imaginarios y a los nombres, que le atribuye el imaginario y la lengua. En este sentido, el Estado no solamente es imaginario, sino es espacial, en el sentido de la invención del espacio desde la fenomenología de la percepción. Esto no quiere decir que no hay una exterioridad fáctica, al contrario, está exterioridad existe, empero es asumida a partir de la experiencia, es exterioridad transformada en experiencia social e interpretada por las fenomenologías de la percepción, las fenomenologías corporales y las fenomenologías imaginarias. En este sentido, la ideología del Estado o el Estado en su condición ideológica se sumerge en los espesores corporales.

 

Las sociedades no tienen una noción abstracta del espacio, como lo tiene la geometría; de manera diferente, la noción social del espacio está plagada de nombres, de sentidos, connotaciones, lingüísticas y semánticas. De aquí debemos partir, considerando lo que acabamos de decir, como premisa para interpretar el acontecimiento político en el continente de Abya Yala, que se rebautizó después con el nombre de América.

 

Pregunta: ¿Cuando se habla de Estado en América Latina y el Caribe en qué se está pensando, cómo se está interpretando el Estado? Por cierto, desde ya no es lo mismo, tal como se piensa o se pensaba en Europa, incluso en la contemporaneidad, cuando ya hay una tradición académica de la ciencia política, del uso del nombre Estado en el discurso político. La decodificación del Estado, hecha socialmente, colectivamente, supone la memoria o, más bien, las memorias sociales que guardan la inscripción de las experiencias sociales. A pesar de que se usa el término una y otra vez, en el discurso político o en la variabilidad del discurso político, sobre todo se use académicamente, socialmente, la interpretación del concepto de Estado es heterogéneo, sobre todo, es como decimos, barroco. 

 

Lo que acabamos de decir es importante, pues la decodificación semántica y somática del Estado puede interpretarse como resistencias a la concepción universal del Estado; abstracción, que sirve al discurso jurídico político como legitimación. En cambio, el discurso histórico político cobija las resistencias al Estado, al poder y a las dominaciones.

 

Los autores de la investigación colectiva del libro citado escriben:

 

En el caso de los Qara Qara y Charka, la palabra nación empieza a usarse en los años posteriores a las reformas del virrey Toledo (1569-1575). Hasta ese entonces los Mallku se habían mantenido en sus cargos y rangos respectivos, y seguían gobernando los señores principales de sus antiguos wamani, recibiendo tributos de sus indios, aun cuando estos repartidos en diferentes repartimientos. Pero la reducción drástica en los ingresos señoriales, dictada por Toledo, puso fin a su autoridad tradicional y cuando reclamaron contra la disminución de sus privilegios en calidad de señores naturales de la tierra, tuvieron que apropiarse de un nuevo vocabulario para referirse a las antiguas provincias que habían señoreado. De tal modo que cuando hablan de Naciones enfatizan la unidad histórica de los grupos, cuyo gobierno habían heredado de sus antepasados y se oponen al mismo tiempo a la fragmentación de sus wamani como resultado de los repartimiento y corregimientos establecidos por el Estado colonial.

 

¿Por qué los señores de los Charka y los Qara Qara fueron los únicos en adoptar este discurso? En parte, se debe a que eran asesorados por abogados españoles, vinculados con el amplio debate sobre los derechos de los señores naturales de América. Entre las siete naciones de Charcas existían patrones muy diversos de incorporación, tanto al Tawantinsuyu como el Reino de las Indias. Pero desde la década de los 70, los señores qara qara y charka argumentaban en favor de sus derechos tradicionales en sus jurisdicciones antiguas, alegando la persistencia de continuidad políticas incaicas en cada wamani.

 

La realidad de estas pretensiones varía, por supuesto. En algunos casos, las provincias incaicas, quizás correspondía estrechamente a los señoríos anteriores que habían gozado de autonomía hasta su incorporación en el Tawantisuyu. Esta dualidad de condición - autonomía y subordinación - se refleja en el uso de la misma palabra mamani (o wamani) para referirse tanto a la federación aimara autónoma como a la unidad administrativa imperial. Los wamani llegaron a ser, efectivamente, provincias, dentro de la estructura del Estado imperial, pero al mismo tiempo seguían recordando su existencia preincaica. Tal probablemente el caso de Qaraqara y, en menor detalle, de los Charka. Sin embargo, debemos reconocer que, al dar un título nuevo a los Qaraqara, el Inka Wayna Qhapaq creó dos provincias, dividiendo lo que quizás antes había formado una peligrosa unidad mayor[3].

 

 

Teniendo el espacio como experiencia de la exterioridad, el espacio devenido de la experiencia cambia, se transforma, de acuerdo con los desplazamientos y mutaciones de la experiencia. Ahora bien, si partimos de que el tiempo es memoria, el espacio de la experiencia también cambia en la recurrencia de la memoria. Responde a las selecciones de la memoria en el contexto de la cultura. 

 

Ahora bien, si hablamos de Estado como espacio, como espacialización del Estado, estamos también ante mutaciones del concepto de Estado, que experimenta desplazamientos conceptuales, dependiendo del paradigma cultural y del paradigma teórico, puestos como plataformas interpretativas. La estatalización del espacio también es afectada, por así decirlo, por el tiempo, más que por el tiempo, por la memoria, por el tiempo transcurrido como historia.

 

¿Qué pasa con el desierto capitalista? Usando esta metáfora de desierto para figurar y configurar y refigurar la desterritorialización y la decodificación dadas con la irradiación y la expansión del capitalismo, más cabalmente de la modernidad, ¿qué clase de desterritorialización es esta del desierto capitalista? Esto pasa cuando el espacio tiende a ser liso, pero no del todo, no llega al límite, no atraviesa el límite para dar lugar a otros agenciamientos. ¿Qué pasa con el Estado? Hemos dicho en anteriores ensayos y exposiciones que el Estado vuelve a aparecer en el sistema mundo capitalista. Se vuelve al estriamiento del espacio. ¿Por qué ocurre esto?

 

No podríamos responder esta pregunta, si no tomamos en cuenta la sociedad. La pregunta es qué pasa con la sociedad. ¿La sociedad se des-socializa? No podría ocurrir esto salvo si hablamos del retorno y la emergencia de la sociedad alterativa, diseminando la sociedad institucionalizada por el Estado. Recurriendo a la historia de la modernidad y a la historia del capitalismo, se observa que si bien la sociedad se transforma, vive la experiencia de la vertiginosidad capitalista, de cuando todo lo sólido se desvanecen en el aire, vive la transvalorización de los valores, la suspensión de las instituciones tradicionales, lo que no desaparece es la estructura social, aunque está cambie con la presencia hegemónica de la burguesía. La burguesía no está interesada, para nada, en la desaparición del Estado, menos obviamente, en la desaparición de la estructura de clases. Por lo tanto, no está interesada en que acontezca el espacio liso, prefiere no llegar a este límite, sino más bien tenerlo y volver a estriar el espacio, de acuerdo con su axiomática capitalista.

 

Situémonos en el contexto del levantamiento panandino del siglo XVIII, de la rebelión de las naciones y pueblos nativos contra la corona española. Se puede decir que ya han transcurrido tres siglos de la conquista y la colonización del continente de Abya Yala, tres siglos de la conformación de la modernidad y la mundialización inicial. Hablamos de la modernidad barroca, como la ha definido Bolívar Echeverría. Una modernidad hegemonizada por el hemisferio sur, distinta a lo que va a venir después, a una modernidad hegemonizada por el hemisferio norte. ¿Que tenemos? 

 

Varios espacios superpuestos, distintos estriamientos del espacio, diferentes entrelanzamientos de espacios. La evidencia de estratos y subestratos, conformando sedimentaciones culturales. Si bien, se tiene al Estado colonial impuesto, no han desaparecido otras formas de organización del poder, sobre todo, vinculados a los territorios y a las alianzas territoriales, así como las filiaciones. Las actividades productivas, distributivas y de consumo recorren distintos escenarios, que se expanden por el continente y por los mares, en un mundo ya afectado por la historia de la globalización. Las metrópolis y las ciudades son un referente importante de la concentración de poblaciones, de stocks y de convergencias de flujos, así como de transferencia de flujos. La explotación minera es acompañada por la producción agrícola y pecuaria. La administración colonial está asentada sobre múltiples pactos con las noblezas nativas y lo responsables de cargos.

 

El tributo indigenal y otros impuestos administrativos, alimentan, sobre todo, monetariamente, al aparato administrativo y punitivo colonial. En el siglo decimonónico, en la metrópoli colonial se producen desplazamientos políticos, que se proponen modernizar la administración colonial a través de las intendencias. Esto es lo que se viene llamar las reformas borbónicas. Este momento es también el punto de inflexión, cuando se desborda lo que se podría considerar como acumulación de resistencias contra la dominación colonial y deriva en el gran levantamiento andino.

 

 

 

 

El levantamiento panandino

 

Breve descripción del alzamiento

 

La rebelión de Tupac Amaru II  se hizo visible el 4 de noviembre de 1780, comenzando, de esta manera, el proceso emancipador, que se dio lugar en el virreinato del Perú. Este alzamiento desencadenó no solo la rebelión panandina, sino implicó un precedente,  tenido en cuenta en las guerras de independencia del siglo siguiente. Se puede decir, en los planos de la superficie de los espesores de la realidad efectiva, que fue una respuesta a la imposición de las reformas borbónicas, proyectada para las colonias españolas en América. La rebelión se inició en la región del Cusco, liderada por el curaca José Gabriel Condorcanqui o Túpac Amaru II. Geográficamente, abarcó un área más extensa que la guerra simultánea dada en norteamérica, donde se daba lugar la guerra de la independencia de los Estados de la Unión.

 

En la secuencia de la rebelión, Túpac Amaru II capturó, enjuició y ejecutó al corregidor de Tinta, Antonio de Arriaga. Inmediatamente, terminó con los repartos mercantiles, un sistema expropiador del comercio, que inducía a la compra obligada de mercadería. Después clausuró la fatidica obligación de trabajar en la mita de Potosí. En las primeras batallas los rebeldes consiguieron victorias contra los realistas, destacamentos compuestos de fuerzas reunidas por los corregidores españoles y los curacas realistas; dos ejemplos de lo que se dice es la toma de Ayaviri o la batalla de Pillpinto. La victoria más importante se dio lugar en el pueblo de Sangarará, donde se derrota a una coalición de milicias realistas, reunidas por la junta de guerra del Cusco. El virrey Agustín de Jáuregui y el visitador español José Antonio de Areche improvisaron, respondiendo con premura al levantamiento de Túpac Amaru, movilizando tropas desde Lima, incluso desde sitios lejanos, entre los que se puede nombrar a Cartagena de Indias. Las mencionadas autoridades realistas lograron reunir unos 17 mil hombres, muchos de ellos indios auxiliares, además de  contar con tropas regulares y veteranas.

 

En febrero de 1781, los rebeldes, en venganza por la ejecución de Tomás Katari, mataron a por los menos de mil a dos mil personas en Chuquisaca. A finales de febrero de 1781 las fuerzas realistas, reunidas en Cusco, lograron acumular fuerzas, otorgándose una ventaja numérica, así como también en armamento. Evaluando esta diferencia pasaron a la ofensiva, atacaron la base rebelde en Tinta. La noche del 5 al 6 de abril el ejército virreinal derrotó al grueso de las fuerzas rebeldes en la batalla de Checacupe. Túpac Amaru II se retiró a Langui, sin embargo, fue traicionado y entregado a los realistas, además de parte de su familia. El 15 de mayo Tupác Amaru, su familia y sus capitanes fueron sentenciados a muerte; el 18 de mayo, en un espectáculo de escarmiento, se lo condeno al descuartizamiento vivo, atando cada una de sus extremidades a cuatro caballos, empero el descuartizamiento no se dio, los intentos fueron vanos. Ante este hecho, el visitador español optó por decapitarlo, posteriormente despedazarlo. El virrey mandó a repartir las partes del cuerpo de Túpac Amaru en los distintos territorios y pueblos alzados. El decreto de Areche que siguió a la ejecución de Túpac Amaru II incluyó la prohibición de hablar la lengua quechua, el uso de ropas indígenas, también prohibiendo cualquier ritual, ceremonia, mención y conmemoración de la cultura incaica, así como la memoria de su historia. 

 

A pesar de la derrota del levantamiento y rebelión panandina, liderada por Túpac Amaru, los realistas no lograron controlar la región del Cusco; la rebelión se expandió y continuo su curso hacia el sur. A finales de abril de 1781, indígenas de las provincias altas, cerca del área central de Tinta, se levantaron en apoyo a Diego Cristóbal, primo de Tupác Amaru II. Se dieron lugar disturbios en las alturas de Paruro, Chumbivilcas, Urubamba, Calca y Lares, Paucartambo y Quispincanchi. Al norte, en nueva granada, criollos, mestizos e indígenas se movilizaron, interpelando el incremento de impuestos, demandando, además, una mayor autonomía política, organizándose en un común, tomando, de esta manera, el nombre de comuneros. Los eventos del Cusco encendieron la rebelión. Las autoridades de México, en Izúcar de Matamorros en Puebla, estaban temerosos de otro levantamiento como el de Túpac Amaru.

 

La rebelión de Tupác Amarú se difundió al sur de Cusco, en la región del lago Titicaca, en el Alto Perú, perteneciente al virreinato de La Plata. Donde se dio lugar a otro alzamiento en diciembre de 1780, liderado por Tupác Katari, quien fue apoyado por el primo de Túpac Amaru II, Diego Cristóbal Tupác Amaru. Esta rebelión se incrementó con la incorporación de las fuerzas que, tras la muerte de Túpac Amaru, trasladaron su base militar al sur. Katari sitió La Paz durante seis meses en dos ocasiones, durante 1781. 

 

Las fuerzas realistas se movilizaron al sur, acosados, empero, en la marcha, por la guerrilla indígena. Los seguidores de Diego Cristóbal y Tupác Katari atacaron muchos poblados alrededor del lago Titicaca, sitiaron Puno, Sorata y La Paz. Pese a que el ejército realista, dirigido por el general Del Valle, logró romper el sitio de Puno, de todas maneras, se vio obligado a evacuar la ciudad, optando por retornar al Cusco. Los rebeldes, comandados por Andrés Tupác Amaru toman Sorata. Después de una larga jornada, las fuerzas realistas del virreinato de La Plata lograron romper el segundo sitio de La Paz, sitiada por 12 mil rebeldes, contando con la llegada de 10 mil efectivos de refuerzos, comandados por José Sebastián de Segurola. 

Ante estos sucesos bélicos, las autoridades realistas, el virrey Jáuregui y el comandante Del Valle, propondrían un indulto o amnistía, que sería aceptado por Diego Cristóbal Tupác Amaru, primo de Tupác Amaru II, además de sus comandantes. No obstante, otros comandantes como Pedro Vilca Apaza y Tupác Katari no aceptarían el acuerdo, considerándolo una trampa, continuando, de esta manera, con la rebelión. Tupác Katari fue capturado, después ejecutado en noviembre de 1781. En tanto que Diego Cristóbal regresa a su hogar, sin embargo, el 15 de marzo de 1873, es apresado junto a su familia; de esta manera los realistas rompen el acuerdo. Diego Cristóbal es condenado a la pena capital con atenaceado, se ordena que se arrancara la carne con tenazas al rojo vivo. La familia de Tupác Amaru es desterrada a España, solo dos de ellos sobreviven[4].

 

 

 

Análisis retrospectivo

 

El pragmatismo lingüístico dice que el sentido viene dado por el uso práctico que hace la gente del lenguaje. Esto es importante anotar, independientemente de otorgar también, al mismo tiempo, la arqueología del sentido, por ejemplo, vinculada la fenomenología. El sentido práctico, que es además el título de un libro de Pierre Bourdieu, puede dar lugar a una interpretación adecuada, en el momento, no sólo de legitimar una insurrección, sino también de inventarla con cierta anticipación. Obviamente no nos referimos aquí a la teoría de la conspiración, sino algo no solamente pedestre y prosaico, sino a lo que acabamos de decir, nos referimos a la causalidad práctica y los fenómenos efectivos. Usando la hipótesis, que pusimos con anterioridad, de que el Estado es inventado por la imaginación, ahora podemos decir que la insurrección es inventadas por la imaginación. En el primer caso, hablamos de las composiciones del imaginario, de sus desplazamientos, mutaciones, metamorfosis y transformaciones habidas, en el entrelazamiento corporal, que llamamos relaciones sociales; esto da lugar a la concepción del monstruo del Leviatán.  En el segundo, caso estamos ante lo que Cornelio Castoriadis llama  imaginario radical, que, en su versión individual, quiere decir la imaginación radical. En otras palabras, la insurrección es inventada por la imaginación y el imaginario radicales. 

 

Lo que acabamos de decir, al revés de lo que dijimos al principio sobre el sentido práctico, no es que se contradice si no se complementa con lo que hemos expresado. Dadas las condiciones de posibilidad conformadas y configuradas en un momento dado, condiciones que supone las facultades humanas, su memoria y su imaginación, además de la composición de la formación histórico social; es deciren un momento dado de la formación cultural, social, política y económica. Que en el caso que nos ocupa, se trata de lo que se denominó las condiciones de posibilidad objetivas y subjetivas de la revolución, como se acostumbraba a decir. Entonces, en un determinado momento de convulsión, de acumulación, de perturbación y contradicciones, se da lugar a lo que se viene llamar, según el sentido común, de acuerdo a la frase popular conocida, la gota que hace rebalsar el vaso. Frase que no es exacta, pues puede ser la excusa cabal y adecuada para la rebelión.

 

Desde esa perspectiva podemos buscar lo que podemos llamar el sentido efectivo. El sentido efectivo no es el sentido inmanente, tampoco el sentido práctico, sino el sentido que se da de manera inmediata, a partir de un articulación e integración de la fenomenología de la revuelta, teniendo en cuenta las predisposiciones, en un momento dado, de la correlación de fuerzas y de los recorridos del contrapoder. El sentido efectivo es el sentido inmediato, dadas las circunstancias del momento y de la coyuntura, corresponde a la convergencias de las voluntades singulares, integradas como en una pasión colectiva y en una voluntad social, en un momento dado de la convulsión.

 

Boleslao Lewin  en Túpac Amaru nos muestra la mirada histórica del levanmiento panandino. No es sólo un proceso de contradicción, sino muchos procesos de contradicciones, que convergen en el momento del levantamiento. Están las contradicciones de castas, la española, la criolla, la mestiza, la indígena, la mulata, la zamba. Aun cuando hablamos de casta indígena, debemos referirnos a la composición y estructura de castas nativas, hablamos de estructuras sociales o micro sociales, así como de mandos diferenciados, que abarcan las estrategias de filiaciones y alianzas. Quizás sea mejor hablar, como se hace actualmente, de naciones y pueblos indígenas. Lo que importa aquí, sobre todo y donde hay que remarcar, es en la articulación específica de todos estas contradicciones, que dan lugar levantamiento. 

 

Se trata de contradiciones múltiples y variadas, que se pueden atender incluso en una dimensión microsocial, por ejemplo, de contradiciones en la misma casta española de los conquistadores. No olvidemos la guerra entre los Pizarro y los Almagro. En consecuencia la contradicción no solamente se da en su dimensión molar-institucional y en su dimensión sociológica, sino también en su dimensión microsocial. Importante entender que, en un determinado momento de convulsión, el contexto en cuestión se convierte, como dice la frase popular, en un polvorín, entonces la chispa puede incendiar el polvorín y hacer estallar a la misma metrópoli.

 

Habría que abordar el acontecimiento, a los procesos conjugados y entrelazados, tanto del imaginario social como de las prácticas y los hechos, comprendiendo sus fases y etapas, no necesariamente como una secuencia, sino como distintos momentos y lapsos del juego de las combinaciones y composiciones de los imaginarios, respecto de las condiciones de posibilidad de las prácticas y de los hechos. Si consideramos los ámbitos del acontecimiento, que supone singularidades, composiciones singulares, una de ellas conjugada a partir del juego de los imaginarios y la otra conjugado a partir del juego de las condiciones de posibilidad, de las circunstancias, de las coincidencias y de los hazares, entonces podemos detectar, por así decirlo, distintos momentos de la elaboración imaginaria. Las primeras imágenes compartidas son de afectación de las estructuras de dominación y de las relaciones de poder, en camino hacia la fase donde se configuran composiciones imaginarias e incluso narrativas, que comienzan a interpelar las estructuras de dominación. De aquí pasamos ya a la conformación de ideas, es decir, de estructuras imaginarias, que corresponden a estructuras conceptuales; por tanto, estamos antenas narrativas que pretenden un alcance ideológico, incluso teórico, que expresa, en el lenguaje, la predisposición a la rebelión. 

 

De la misma manera, en los espesores fácticos, podemos distinguir fases. Las primeras referencias al desajuste y la incongruencia de instituciones respecto de la demanda social. Todo esto se encamina a una fase donde se da la conformación de los choques y de las contradicciones, las incongruencias y los anacronismos se hacen patentes. La tercera fase corresponde al estallido mismo, cuando la voluntad se convierte en acción. En el espesor fáctico se visualiza el levantamiento y la insurrección social. No vamos a tocar ni el espesor imaginario, ni el espesor fáctico, una cuarta fase que correspondería al desenlace mismo, en el caso de la revolución, de la victoria o derrota; en el caso imaginario, del discurso de la legitimación o de la mitificación de la derrota, lanzándose al desafío de un nuevo combate.

 

Varias veces hemos dicho que donde se resuelven las contradicciones de fuerzas enfrentadas es en los campos de las correlaciones de fuerzas. La pregunta, al respecto, es: ¿Por qué la correlación de fuerzas favoreció, al final de cuentas, a las fuerzas realistas, en el desenlace del levantamiento panandino? La otra pregunta correlativa, para el siguiente siglo, el correspondiente a las guerras de la independencia, es: ¿Por qué, en este caso, la correlación de fuerzas favoreció a los ejèrcitos independentistas. Respondiendo a estas preguntas, no vamos a retomar las respuestas generales que se han dado en la narrativa historiográfica, sin negarlas del todo, pues, desde la perspectiva de la complejidad, que supone las genealogías del poder, las arqueologías de los saberes y las hermeneuticas de los sujetos sociales y las subjetividades inherentes, se requiere del análisis retrospectivo de las distintas mallas, redes, conformaciones sociales y microsociales, en el contexto nacional, regional y mundial. Esta tarea queda pendiente. Por el momento solo vamos a especular en lo siguiente: 

 

El levantamiento panandino se dio lugar en toda la región andina de Suramérica, en un momento anterior a la invasión napoleónica a la península ibérica, cuando el imperio español conservaba cierta cohesión de sus dominios y de la misma metrópoli. También la rebelión en los Andes se dio con anterioridad a la guerra anglo-española, 1796-1802, guerra que desgastó al imperio español y terminó con la firma de la Paz de Amiens. Esto en el contexto mundial, en el contexto de las colonias, llamadas las Indias Occidentales, la conjugación de las contradicciones, que se labran desde un principio de la conquista y la colonización, no llega todavía al desborde generalizado, en todo el continente, después de la saturación de las contradicciones en el contexto regional. En principio, en la superficie del acontecimiento, el levantamiento panandino se detona en respuesta inmediata a las reformas borbónicas, es decir, se rompe el pacto corporativo, que sostenía el poder del Estado virreinal, que corresponde a gobernanzas pactadas. Obviamente, las contradicciones coloniales no se resumen a esta evidencia en la superficie del acontecimiento. En el caso de las guerras de la independencia, no solamente que el continente estaba convulsionado, sino que, en las colonias, la demanda política se expresa en lenguaje liberal, articulándose con los movimientos liberales de la propia España. El objetivo fue, en principio, correspondiente a un constitucionalismo liberal, se trate de una monarquíaconstitucional o de una república. En la medida que el ejército napoleónico aisló a la península ibérica, obstaculizando su conexión con las colonias, la idea de separación republicana prosperó, siendo la idea motriz de las guerras de la independencia.

 

 

 

Conclusiones

 

El Estado en su condición espacial, no solo de posibilidad, sino posibilitado y realizado, consolida no solo un control territorial, sino también el reparto y la distribución del mapa institucional. Por otra parte, vincula nombres, cargos, aplicación de leyes, normas y reglamentos, a los lugares de ejecución y cumplimiento. Además de permitir la comprensión de la inscripción del poder en la superficie de los cuerpos, de sus hendiduras profundas en los espesores corporales, de sus marcas profundas en los territorios y en las cartografías políticas. 

 

Se puede leer los periodos coloniales en dos etapas; una, la relativa a los pactos corporativos; la segunda, cuando se rompen los pactos corporativos y se ingresa a la crisis, pues no hay pacto que valga. Lo que importa es imponerse en un juego de concurrencias y de choques, que se manifiestan mediante varios tonos de violencias proliferantes. Esta es la etapa cuando se pone en la arena el peso de la fuerza, incluso de la violencia, buscando sobresalir entre todas las fuerzas concurrentes e imponerse sobre todas. Como todas las fuerzas, individualmente, no logran sus objetivos, sobresalir e imponerse, se da lugar a la provisionalidad en el ejercicio del poder. La forma de poder colonial se debate en sus propios dilemas y contradicciones. Es cuando emergen posibilidades de otro horizonte histórico, otro contexto, incluso otras reglas del juego. Se puede decir que, en el fondo, aunque no del todo consciente, el movimiento panandino tenía como inmanencia a la utopía del pachacuti; esto en el siglo XVIII. En el siglo siguiente, los independentistas se propusieron como finalidad la república, aunque no querían abandonar privilegios heredados de la época colonial. Cuando fueron derrotados los ejércitos realistas, cuando se dio lugar a la victoria independentista, se erigió una república constitucional, empero, tardó mucho tiempo en convertirse en una república institucionalizada. Volvieron los pactos, se volvió a edificar el Estado corporativo. Liberales y conservadores pactaron, después de largas luchas por el poder; una prolongada guerra civil que desgastó el contenido republicano. Se puede hablar, entonces, de República colonial, por más paradójico que parezca. 

 

El espacio del Estado nación es la geografía política, un espacio estriado por las instituciones supuestamente modernas, un espacio dominado por terratenientes, por la burguesía minera, un espacio que arrinconó, despojándolas territorialmente, a las naciones y pueblos indígenas. Cuando la crisis sobrevino y se convirtió en crónica, el pacto corporativo se construyó sobre el substrato popular de las revoluciones nacional populares. En el espacio estriado apareció la pluralidad campesina, en unos casos mediante las reformas agraria. El Estado nación corporativo se deterioró internamente cuando el pacto corporativo popular fue convertido en relaciones clientelares con el Estado. Retorna la crisis con la disolución lenta de la forma de gubernamentalidad clientelar. Desde entonces hasta la actualidad se asiste a los dilemas dramáticos de un Estado nación en crisis múltiple. Parte de la crisis son las expresiones neoliberales, que pretenden llenar el vacío mediante un nuevo despojamiento y desposesión, en términos de una articulación perversa entre acumulación originaria de capital, por despojamiento y desposesión, y acumulación ampliada de capital, por transferencia de recursos naturales y del excedente a los centros cambiantes del sistema mundo capitalista. 

 

En la coyuntura, recurriendo al análisis del presente mediante una mirada retrospectiva del pasado, se puede decir que los cargos, las autoridades originarias y las autoridades mediadoras entre dos mundos, como la de los caciques y corregidores, así como las instituciones coloniales, incluso   los ayllus, las comunidades indígenas, han prácticamente desaparecido, aunque no del todo; sin embargo, desde la emergencia de la memoria misma, las nuevas organizaciones indígenas, acompañadas de sus demandas territoriales y autonómicas, reterritorializan las luchas descolonizadoras del presente, del contrapoder actualizado, retomando el proyecto comunitario. Estamos entonces ante la actualización de la guerra anticolonial inconclusa, que adquiere características de lucha contra los proyectos neoliberales de despojamiento, de desposesión, de destrucción ecológica y extra-territorialización de los recursos naturales. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas

[1] Tristan Platt, Thérèse Bouysse-Cassagne, Olivia Harris: Qaraqara-Charka. Mallki, Inka y Rey en la provincia de Charcas (siglos XV-XVII). Historia antropológica de una confederación aymara. Instituto Francés de Estudios Andinos, Plural Editores, University of St Andrews, University of London, Inter American Foundation, Fundación Cultural del Banco central de Bolivia. La Paz 2006. Págs. 47-49.

[2] Barbara Cassin: Elogio a la traducción. Complicar el universal. El Cuenco de Plata. Buenos Aires 2019.

[3] Qaraqara-Charka: Ob. Cit. Pags. 52-53. 

[4] Walker, Charles (2015). La rebelión de Túpac Amaru. Lima: IEP.  Lituma, Leopoldo (2011). El verdadero rostro de Túpac Amaru. Lima: Pakarina.Boleslao Lewin (2010): Túpac Amaru. Biblioteca Virtual. OMEGALFA. La Enciclopedia Libre, Wikipedia:https://es.wikipedia.org/wiki/Túpac_Amaru_II

 

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