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Asalto a las arcas y a los recursos, gobierno para los negocios

Asalto a las arcas y a los recursos, gobierno para los negocios

 

 

Raúl Prada Alcoreza

 

 

 


 

 

 


 

 

 

 

 

Es difícil reducir la crisis múltiple, política, económica, cultural y, obviamente, social, a las retórica y a la argumentación vertidas por las partes. Es posible que en los siglos pasados el debate ideológico haya expresado no solamente una contrastación de ideas, no solamente contrastación de interpretaciones opuestas, sino también de proyectos; por eso eran, en sí mismo,  discusiones ideológicas, relativas a la lucha ideológica o a la lucha de clases expresada en términos discursivos. Sin embargo, ahora, en pleno crepúsculo del capitalismo tardío, no parece ocurrir lo mismo, al contrario o de manera diferente los discursos se disocian de las pretensiones o, mas bien, en las pretensiones ocultadas, encubiertas por los discursos, no se dice lo que se quiere hacer. Lo que se va a terminar haciendo efectivamente, lo que se hace es exaltar el carácter más universal, más abstracto del discurso ideológico, para esconder precisamente la finalidad y el objetivo inherente. Esto ha venido pasando en la historia reciente, en la historia política reciente, cuando el discurso ya no tiene uso en el sentido ideológico clásico, sino, mas bien, es una artimaña para ganar tiempo, para distraer al enemigo, para engatusar a la población. Este fenómeno de disociación, entre palabras y pretensiones políticas, es compartido por oponentes, por enemigos, incluso antagónicos. Para decirlo de otro modo, usando el sentido común político, esta disociación entre palabras y pretensiones, entre discurso y realidad, es compartida por “izquierdas” y “derechas”. Ambas expresiones políticas e ideológicas, en su desenvolvimiento presente, podríamos decir de mejor manera, en su decadencia, reproducen en su praxis esta disociación entre el decidir y el hacer.

 

Lo que acabamos de decir tiene su corroboración tanto en los gobiernos llamados “progresistas” así como en los gobiernos llamados “neoliberales”. En ambos casos, el discurso no sirve para afirmar el proyecto ideológico, empero, si para encubrir o disfrazar las verdaderas pretensiones de poder, ejercer la dominación, usar la dominación para favorecer a determinada burguesía o al conglomerado burgués. En el caso de los gobiernos “progresistas” se beneficia la burguesía rentista, en el caso de los gobiernos “neoliberales” se beneficia la burguesía financiera y especuladora, además de beneficiar a las empresas trasnacionales. El de beneficiar a las empresas transnacionales es compartido por ambas formas de gobierno, las “progresistas” y las “neoliberales”, sólo que lo hacen de distinto modo, con distintos discursos y distintos guiones, pero efectivamente entregan los recursos naturales a las empresas transnacionales. Los gobiernos “neoliberales” además de hacer esto, venden a precio de gallina muerta las empresas públicas, para favorecer a pandillas empresariales, incluso pueden ir más lejos, vender territorio a consorcios internacionales, de esta manera, extranjerizar al propio territorio nacional.

 

En Bolivia la coalición “neoliberal” que ha gobernado durante dos décadas, durante fines del siglo pasado, ha entregado los recursos naturales a la vorágine de las empresas trasnacionales extractivistas y ha subastado las empresas públicas, ocasionando la extraterritorialización del excedente, generado por la explotación dada en términos de un capitalismo dependiente, sin soberanía. Cuando llegó el periodo de gestiones de los gobiernos “progresistas”, expresando un barroco discursivo, que articula incongruentemente un discurso nacionalista popular, un discurso supestamente descolonizador, incorprando fragmentariamente pretensiones socialistas. Después de una amague de nacionalización de los hidrocarburos, con la promulgación del decreto ley "Héroes del Chaco", que duró sólo un año, el gobierno neopopulista se embarcó en la desnacionalización de los hidrocarburos, mediante los Contratos de operaciones, retornando a las prácticas de transnacionalización de los recursos naturales, avanzando con la destrucción ecológica, la expansión de la frontera agrícola, de la frontera madera, de la frontera minera y de la frontera de la coca excedentaria. Cómo se podrá ver y comprobar, recurriendo a la experiencia social, que, a pesar de que ambos discursos son diferentes, son encontrados y opuestos, hasta, se podría decir, antagónicos, en los hechos, ambas formas de gubernamentalidad, la clientelar y la neoliberal, no han hecho otra cosa que lo mismo, la extranjerización de los recursos naturales. La diferencia radica, como hemos dicho, en que en un caso se favorece a la burguesía rentista y en otro caso se favorece a la burguesía financiera especulativa y extractivista.

 

En Argentina ha pasado, más o menos, lo mismo, obviamente con la diferencia de distintos contextos histórico políticos y económicos. El eterno retorno del peronismo, después de su emergencia inicial en la historia política Argentina, que data de mediados del siglo XX, cuando se inicia la nacionalización de los ferrocarriles y de otros rubros en manos de empresas extranjeras, cuando se inicia el proyecto de industrialización, sobretodo cuando se amplían los derechos sociales, del trabajo, incorporando de este modo a la República Federal de Argentina a un proyecto soberano. Empero, la sinuosidad política, la ironía de la historia, se concluye esta labor para iniciar una especie de regresión, cayendo en la gravitación del poder, de la geopolítica capitalista mundial, dejándose atrapar por las nuevas formas, más avanzadas y maduras, del capitalismo dependiente. Cuando aparecen, de manera declarada, las proyecciones neoliberales del ajuste estructural, del equilibrio económico, el mismo peronismo subasta las empresas públicas a precio de gallina muerta, beneficiando a pandillas empresariales. Promueve la dolarización a través de la conversión dineraria, se apropia del ahorro de los trabajadores privatizándo la acumulación pública, hace pagar la crisis económica a la clase trabajadora, a las clases subalternas, al pueblo argentino. Esta situación pendular, de pasarse la posta, entre formas de gobierno justicialista y formas de gobierno neoliberales, se ha dado de una manera intermitente. 

 

El neoliberalismo en Argentina aparece con el gobierno de Carlos Menem, después reaparece en el gobierno de Mauricio Macri y, ahora, vuelve a reaparecer, de manera desmesurada, en el gobierno de Javier Milei. Después del exilio de Juan Domingo Perón la forma de gobierno justicialista reaparece con Héctor José Cámora, en una suerte de lapso de transición para dar lugar a la entrega del poder otra vez a Perón. Posteriormente al interregno drámatico de la dictadura militar, pasando la gestión de gobierno de Raúl Alfonsín, reaparece nuevamente el justicialismo con la victoria electoral de Menem. Ulteriormente a la gestión de gobierno de Fernando De la Rúa y como consecuencia de la crisis política insostenible vienen los periodos kirchneristas, que tienen una interrupción con el gobierno de Mauricio Macri. Nuevamente se retoma la trayectoria peronista, en su nueva versión, con el gobierno de Alberto Fernández. Esta historia política sinuosa, con interregnos trágicos de dictadura militar, también, del lado institucional, con lapsos de gobiernos del Partido Radical, converge, se sitúa en el presente, como desembocadura irresoluble, con el gobierno de Javier Milei.

 

En el caso del flamante gobierno de Milei, de manera insólita, ya no se trata de promulgar leyes, sino, al contrario, de desmantelar el conjunto de leyes nacionales, para destrabar y dar apertura a lo que en la jerga neoliberal se llama libre mercado, empresa libre  y competencia. Lo que en la realidad efectiva viene a ser la desposición y despojamiento del Estado y de los recursos naturales de la nación Argentina, por parte de pandillas empresariales y de consorcio trasnacionales. Es decir, a nombre del el “liberalismo radical” se hace lo mismo que ya hizo Menem, que lo hizo Macri, subastar las empresas públicas y transnacionalizar los recursos naturales, con el aditamento de levantar las fronteras marítimas, incluso las fronteras territoriales, ampliaficando, de una manera inconcebible, la venta de tierras y territorios, la venta de empresas públicas y de recursos comunes, de una manera honerosa. Esta es la inherencia de la famosa ley denominada ÓMNIBUS del gobierno de Milei.

 

 

Se dice que una ley es de tipo ÓMNIBUS cuando los dispositivos jurídicos y políticos regulan materias que, por su contenido, deberían estar en leyes separadas o, dicho de otro modo, cuando se tiene referentes de un mismo contenido, cuya  finalidad es ratificar decretos leyes separadamente publicados. Desde la perspectiva del proceso legislativo una ley ÓMNIBUS corresponde a un paquete de iniciativas centradas en cambios estructurales votadas en conjunto. 

 

Durante su gestión de gobierno, en el año 1989, el presidente Carlos Menem promulgó un conjunto de medidas con el objeto de frenar la hiperinflaciónEstas medidas se presentaron, en conjunto, en bloque, en una ley ÓMNIBUS. Veintiséis años después, el año 2015, el entonces presidente Mauricio Macri presentó otra ley ÓMNIBUS. En la actualidad, durante su campaña electoral, Javier Milei hizo conocer sus pretensiones  neoliberales de achicamiento del Estado, contando con la reducción de ministerios, promoviendo mecanismos de ajuste estructural, además de cambios en el régimen legal económico, fuera de la promoción de una reforma en materia política. Este programa electoral ahora es presentado al Congreso en los términos de una ley ÓMNIBUS. 

 

 

Verónica Smink, de la BBC News Mundo, haciendo un balance de los primeros días del gobierno de Javier Milei, escribe[1]:

 

“Con apenas 17 días en el poder, Javier Milei envió al Congreso argentino este miércoles una “ley ómnibus” -o proyecto con muchas leyes- que conforma la tercera y última parte del plan de reformas liberales con el que planea “dar un punto de giro en la historia argentina”. El flamante presidente llevaba apenas 48 horas de mandato cuando su ministro de Economía, Luis Caputo, anunció 10 “medidas de emergencia” para hacer frente a la crisis económica, entre ellas una devaluación brutal del peso, que perdió la mitad de su valor contra el dólar en un solo día. En su segunda semana, a través de la cadena nacional, el propio Milei dio a conocer los detalles del polémico “decreto de necesidad y urgencia” (DNU) con el que el Poder Ejecutivo pretende modificar o derogar 366 leyes que regulan distintos sectores de la economía. Ahora, en la tercera semana del nuevo gobierno libertario, el vocero presidencial Manuel Adorni informó que se envió al Congreso un “paquete de leyes que será tratado en sesiones extraordinarias, titulado Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los argentinos”.”

 

Esta es una descripción sucinta de los primeros días de la gestión de gobierno de Milei, de sus pretensiones, que ya encuentran no solamente escollos en el camino sino grandes obstáculos, que hasta pueden dejar en suspenso la famosa ley ÓMNIBUS de Milei.   

 

 

La autora del artículo continua su balance, puntualizando los temas problemáticos: 

 

“La más llamativa -y preocupante, según sus detractores- es la que pide declarar “la emergencia pública en materia económica, financiera, fiscal, previsional, de seguridad, defensa, tarifaria, energética, sanitaria, administrativa y social hasta el 31 de diciembre de 2025”. Un período que “podrá ser prorrogado por el Poder Ejecutivo nacional por el plazo máximo de dos años”. En la práctica, si esta norma se aprobara, Milei tendría durante sus cuatro años de gobierno la potestad de decidir sobre todos estos temas sobre los que hoy solo puede legislar el Parlamento. En otras palabras, tendría en sus manos el poder tanto del Ejecutivo como del Legislativo, una propuesta controvertida que, en la práctica, tiene pocas posibilidades de ser aprobada por los legisladores del oficialista La Libertad Avanza, que son minoría, según apuntan muchos analistas”.

 

 

La ley ÓMNIBUS ya a ha desatado una movilización social, que tiende a crecer, configurando un horizonte de estallido social. Más o menos como aconteció el 2001. El costo social del ajuste estructural no es aceptado por el pueblo argentino, incluso por aquella parte que votó por Milei.

 

 

Una descripción sucinta de la ley ÓMNIBUS, es la que sigue:

 

“Mientras que el “megadecreto” de Milei propone desregular una gran variedad de sectores económicos, como el laboral, el comercial, el inmobiliario, el aeronáutico, el de la salud y hasta el de los clubes de fútbol, el paquete de leyes se centra en áreas que, según la Constitución, solo pueden ser modificadas por el Congreso”.

 

 

En resumen más de 600 artículos de la “ley ÓMNIBUS” modifican una veintena de leyes. 

 

“Hay un capítulo dedicado a la reforma del Estado, que propone declarar “sujetas a privatización” a todas las empresas del sector público. Se trata de cerca de 40 compañías estatales, entre ellas la petrolera YPF, Aerolíneas Argentinas, el Banco Nación, la Casa de Moneda (donde se imprimen los billetes), la agencia de noticias Télam, la empresa de agua AYSA y Ferrocarriles Argentinos”.

 

 

Como se puede ver, se trata del desmantelamiento no solamente del Estado sino del ámbito público, de la cosa pública, de la res-pública, que connota a la república. La privatización escandalosa llega a convertir en privado el espacio público, desaparece lo público para dar lugar a la vertiginosa marcha empresarial. 

 

 

“En el capítulo sobre la reforma electoral se incluye la eliminación de las Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias, más conocidas como PASO, que han sido motivo de controversia desde su creación en 2009. Y se propone cambiar la composición de la Cámara de Diputados, pasando del sistema actual, que determina la cantidad de representantes de forma proporcional con la población, a un sistema de circunscripciones uninominales, que implica la división del país en 254 circunscripciones con un diputado por cada una”.

 

 

Lo anterior ya se encuentra establecido y constitucionalizado en otros países, con sus propias peculiaridades. Pero, esto, de ninguna manera, se puede acercar a pulverizar a la “casta política”. De manera paradójica el gobierno de Milei ha revivido a la “casta política”, gobierna con ella.

 

 

“La propuesta gubernamental también incorpora nuevos límites a las manifestaciones, aumentando las penas a hasta cuatro años de prisión a quienes utilicen armas para interrumpir el servicio de transporte público o hasta cinco años a quienes “dirijan, organicen o coordinen una reunión o manifestación que impidiere, estorbare o entorpeciere la circulación o el transporte público o privado". La pena será aún mayor si se extorsiona a las personas para que asistan a una protesta, amenazando con quitarles la ayuda social. En tanto, la propuesta del gobierno elimina las penas a quienes utilicen armas "en cumplimiento de un deber o en el legítimo ejercicio de su derecho, autoridad o cargo”. En la actualidad el Código Penal solo permite usar armas a las fuerzas de seguridad “cuando su vida o la vida de otras personas estén en riesgo”.”

 

 

Lo anterior equivale a la criminalización de la protesta y la movilización social, en otras palabras la suspensión del ejercicio de la democracia, la marcha sinuosa a un gobierno totalitario de estilo liberal. 

 

Para remate, se propone algo que llama la atención, desde el punto de vista de la claridad sobre el origen de los montos dinerarios, además de otros criterios que atentan a la jubilación:

 

“La "ley ómnibus" también propone el blanqueo de hasta 100 mil dólares en activos, beneficiando impositivamente a quienes declaren bienes o dinero efectivo por debajo de ese monto. Y propone dejar en manos del Poder Ejecutivo, a través de decretos presidenciales, el aumento de las jubilaciones, que hoy se regulan por ley”.

 

 

Como se puede observar, no solamente se trata de una ley controversial, como dicen los medios de comunicación, sino de una ley atentatoria contra los derechos sociales, del trabajo y de organización sindical. Es un dispositivo de la guerra declarada, en su mutismo,  en su encubrimiento discursivo, pero efectiva, de la hiperburguesía del orden mundial a los pueblos y sociedades del mundo.

 

 

A propósito, la activista, intelectual e investigadora, comprometida en la defensa de los ecosistemas Maristella Svampa, analiza el fenómeno Milei, que es un síntoma catastrófico de la crisis múltiple argentina. Escribe[2]:

“No deja de sorprender que en un mundo en donde el 1% de los superricos acapara más del 50% de la riqueza generada; dónde el 10% más rico genera la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero; pese a todos los privilegios y superganancias que estos sectores obtienen, ya no se conformen con ello. No basta con seguir incrementando sus fortunas de modo infinito y de contaminar el planeta hasta el colapso: buscan también destruir toda resistencia y más aún, avanzar en lo que llaman la “batalla cultural”, legitimando el Mundo de Dueños, en nombre de la Libertad, del Individuo y el Mercado”.

 

Un mundo de dueños o los dueños del mundo han decidido el destino del planeta. Se presenta como una marcha incontenible al apocalipsis, poniendo a su disposición de la destrucción planetaria a los complejos tecnológicos, económicos, militares, cibernéticos y comunicacionales. Rebuscando en la anacrónica ideología liberal argumentos desesperados para la justificación de esta destrucción, que llaman eufemísticamente “desarrollo”. 

 

La autora continua su análisis y elabora sus conclusiones:

“Como en otras latitudes, la extrema derecha que representa Javier Milei logró capturar gran parte de ese descontento social – el dado por el mal gobierno justicialista -, frente a un Estado extendido pero deficiente, que deja mucha gente afuera, que tolera mucha corrupción, agravado por los multiefectos de la crisis inflacionaria y el largo encierro de la pandemia. Pese a que el peronismo continúa controlando parte de la estructura política partidaria, ya no interpela aquella estructura del sentimiento que supo movilizar –sea en términos de baja o alta intensidad- en otros tiempos en clave de justicia social, de igualdad y de protagonismo de los sectores subalternos”.

“Milei rearticuló estos pesares y aspiraciones bajo una ideología extrema, cuyos ejes, la “libertad”, “el orden”, y la crítica a la “casta política” supieron ser altamente eficaces, contra la idea de una justicia social e igualdad cada vez más vaciada y sobreactuada. Y para ello cuenta con el apoyo de otros sectores conservadores y de derecha, ávidos de revancha social y política; cuenta con el declive republicano y recurrente de fuerzas históricas como la UCR, que siempre se dobla, pero no se rompe; y con el apoyo volátil de sectores dichos “federales” -una debilitada liga de gobernadores- capaz de venderse al mejor postor”.

El panorama político, como se ve, es desalentador. En el círculo vicioso del poder no hay salida, solo la recurrente reiteración de lo mismo, la marcha por distintos caminos del capitalismo multicolor, de un sistema mundo capitalista barroco, que contiene en sus entraña todas las versiones de lo mismo: la valorización abstracta dineraria, mientras se destruye el planeta, a las sociedades y a los pueblos. 

Svampa, con laconia y tristeza, confiesa y encuentra un patrón en el comportamiento político de la derecha internacionalizada: 

“Hoy, mientras seguía el por momentos muy desalentador debate parlamentario por la llamada ley ÓMNIBUS, recordaba dos cosas: una, un reciente artículo de The Guardian, en el cual se menciona a los grupos que operan en las sombras, como Atlas Network y que está en el origen de los programas de shock de las extremas derechas. No hablamos ya de “Think Tanks”, sino de “Junktanks”, grupos/tanques de operadores abocados a la destrucción, que elaboran estos “programas de trituración” o “doctrinas de shock” (concepto de Naomi Klein)”.

“La historia remite a Margaret Thatcher en Inglaterra y a Pinochet en Chile. Cercanamente está el ejemplo de Liz Truss, primera ministra inglesa, en 2022, que buscó implementar un “programa de shock” pero que solo duró 45 días. En Argentina la memoria mediana nos invita a recordar varios programas de shock: Martínez de Hoz bajo la última dictadura cívica-militar, (invocado varias veces hoy en la sesión de Diputados), el giro neoliberal de Menem en los 90, y el más cercano y fallido intento de Mauricio Macri”.

“Hoy es el caso de Javier Milei, que se propone con un mega DNU y una monstruosa ley ómnibus triturar derechos, aniquilar el Estado social (más allá de sus limitaciones) y a erigir al actual presidente en poderoso autócrata. El mismo Milei que recientemente en su discurso en Davos, trató a los dueños del mundo como “héroes”...”

 

El discurso dado por Javier Milei en DAVOS no solamente es extravagante, sino anacrónico, habla de héroes, refiriéndose a empresarios que no tienen de lejos el perfil de héroes, quedaron atrás los pioneros del capitalismo pujante, que aparecen en la novela de Jack London El talón de hierro. En lo que respecta a la ofensiva global de la hiper-burguesía mundial y de sus lumpen-burguesías nacionales, estamos ante una retórica abultada, estridente, que monta escenarios, hace espectáculos, y enuncia desesperadamente argumentos trasnochados, que han sido contrastados históricamente.  

 

La ofensiva neoconservadora con careta de “liberalismo radical”

La nueva arremetida neoliberal, que se hace llamar ahora “liberalismo radical” o, peor aún, usurpando el término,  de manera semántica, “libertaria”, no es nueva, no es novedosa, es una reiteración de lo ya visto, no solamente en Argentina sino en el continente y en el mundo. Las arremetidas neoliberales en Sudamérica se dieron lugar, en principio, en Chile con el golpe de Estado y la dictadura militar sangrienta de Augusto Pinochet. Las condiciones de posibilidad política de un liberalismo extremo o, mejor dicho, como será conocido, del neoliberalismo, no son otra cosa que el acontecimiento abrumador  del totalitarismo, esta vez a nombre del libre mercado, del la empresa libre y de la competencia. La receta de los "muchachos de Chicago", que no era receta, obviamente, en la escuela de Friburgo y en la escuela austriaca liberal. En este caso se trataba de teorías y de un debate abierto entre dos escuelas neoclásicas, la que se propone la intervención estatal para impulsar la demanda, mediante promociones estatales, y la que se propone achicar el Estado, suspender toda intervención estatal y dejar libre a la “mano invisible del mercado”.

En la tercera década del siglo XXI estamos ante no solamente la reducción y la banalización de lo que fue la teoría neoclásica de la escuela de Friburgo y de la escuela austriaca, como ocurrió con los "muchachos de Chicago", sino ante la fragmentación de la misma teoría neoclásica, fragmentación encubierta por la exaltación delirante de un discurso que se proclama de “anarco capitalismo”. Incluso, en este caso, podemos encontrar que sólo hay analogías pero no hay consecuencia, todo parecido es burlesco. La interpretación de Javier Milei de las teorías económicas de Friedrich August von Hayek pretenden ser ortodoxas, sin embargo saltan las diferencias cuando en la misma oferta política del “liberalismo radical” argentino se mezclan liberalismo y conservadurismo, enunciaciones liberales con enunciaciones conservadoras. Cuando, quizás por razones de impacto o shock estridente se dice que la “justicia social es una aberración” y que los “derechos no existen”, ya no estamos en un discurso liberal, empero si estamos ante un discurso ultra conservador. 

A pesar de las contradicciones inherentes a la aplicación neoliberal en Chile, que requiere de un Estado totalitario para imponerse, incluso atendiendo a la declaración desatinada de Hayek, que dice que apoya una dictadura liberal provisionalmente, lo que ocurre con Javier Milei desborda. Se tratan no sólo de la desmantelación de la institucionalidad democrática de la República Federal de la Argentina, se trata no solamente de la desmantelación de todo el cuerpo jurídico, que garantiza los derechos, sino se trata de finalidades desbocadas y sin tapujos, de una burguesía financiera especuladora y extractivista. Se trata de dar rienda suelta a pandillas empresariales depredadoras. Esto ocurre en el siglo XXI, la forma singular de un capitalismo barroco, que en este caso articula el capitalismo salvaje con las formas más extravagantes del capitalismo financiero y especulativo, saltándose lo que tiene más consistente el capitalismo, que es el capitalismo industrial. Se pone en manos transnacionales la cuestión industrial, que llega al continente con manufacturas acabadas y se lleva del continente la materia prima, que va a ser transformada.

Las teorías de Hayek han sido convertidas por Javier Milei en un recetario, lo que disminuye el alcance de las teorías mismas, el valor conceptual de esta formación enunciativa de la economía neoclásica. No debería sorprendernos que esto ocurra, puesto que del otro lado también ha ocurrido. Del lado del marxismo, los intérpretes del materialismo histórico y del materialismo dialéctico fueron autores de manuales. Esto coincide con la conformación de un Estado monstruoso y totalitario impuesto a nombre de la dictadura del proletariado, dictadura donde el proletariado estaba ausente, donde se hacía presente como mediador la burocracia y la nomenclatura del partido. Es decir, de manera simétrica, por el lado de las versiones antisocialistas, liberales, neoliberales y del “liberalismo radical”, también se da este fenómeno escolar manualista. En otras palabras, un sacerdote neoliberal dogmático ha llegado a la presidencia para pulverizar no al Estado, por que se mantiene, lo que no harían los anarquistas, sino para pulverizar la acumulación de derechos conquistados por la sociedades y los pueblos. Dicho de otro modo, este fenómeno político anacrónico y en cierto modo incongruente nos dice, en el fondo, que la continuidad del capitalismo sólo es posible de una manera totalitaria, devastadora, represiva, sanguinaria e inhumana.

El “neoliberalismo radical” no es otra cosa que reiterar lo mismo, la misma receta, ante la crisis económica, hacer que la crisis la pague el pueblo, mientras salvan a los grandes empresarios, transfiriendo la riqueza a las trasnacionales. Esto se ha visto a lo largo de las crisis desatadas desde la década de los 70 y 80 en el siglo XX, crisis hipotecarias, crisis financieras, crisis especulativas, crisis de las burbujas infladas por el capital financiero. Han invertido en salvar a los bancos con inyecciones de millones de dólares, dejando que el costo social cargue con el pueblo. 

Para ocultar lo que ocurre, esta destrucción social, para mantener la máquina de la ganancia, de la valorización dineraria, se emplea profusamente la propaganda, la publicidad, poniendo a su servicio a los medios de comunicación o usando los medios de comunicación que ya forman  parte de la vorágine capitalista. Los medios de comunicación empresariales han sido la plataforma para inventarse fenómenos mediáticos transferidos a la política, convertir a un profesor de economía en un destacado profesional de economía, cuando lo que hacía era reducir a Hayek a un recetario elemental. 

Una de las diferencias notorias entre la referencia teórica y el discípulo, inquieto, compulsivo, dogmático y violento, inclinado a llevar a cabo un emprendimiento meramente monetarista, se encuentra evidenciada en la teoría pura del capital de Hayek. En la Teoría pura del capital[3]Hayek expone una concepción técnica del capital, que, a su vez es una concepción orgánica del capital; visto desde la perspectiva de las dinámicas de los flujos y las acumulaciones y desacumulaciones de los Stock. Se trata de una teoría del capital pensada desde la perspectiva de la composición y dinámica de la producción. Se trata de un capital que se forma y se acumula a partir de conglomerados y conjuntos de bienes de producción en constante movimiento, de procesos materiales, que pueden ser vistos a partir de las entradas (input) y salidas   (output), que se encuentran en constante actividad, de desgaste y de incremento, de reposición y de acumulación. Se puede decir que Hayek tiene una teoría materialista del capital, hecha desde la perspectiva minuciosa de la producción. Esto lo lleva a una comprensión dinámica de la producción y una teoría deductiva de un capital pensado, de manera pura, pero en el ámbito de la producción. Desde este punto de vista, no se puede decir que su teoría de los ciclos es monetarista, al contrario, en la teoría monetaria de Hayek, se hallan críticas al monetarismo. 

Dicho esto, vemos repetirse lo que siempre ocurre entre maestros y discípulos, para decirlo de esa forma, los discípulos terminan asesinando al maestro; una vez muerto lo matan doblemente, una vez muerto se ha convertido en momia. Por eso, Nietzsche decía que no quiere tener discípulos. En el caso que nos ocupa tenemos un operador supuestamente hayekeno, dispuesto a llevar a cabo a como de lugar lo que considera el equilibrio económico, receta del Fondo Monetario Internacional, que para aclaración corresponde a la otra concepción neoclásica de la economía, keynesiana, es decir, al lado no hayekeano. Por otra parte, no hay que olvidar que Hayek hace observaciones críticas al supuesto del equilibrio y al supuesto de un modelo estacionario de la economía.

 

 

 

 

 

 

 Notas:



[1]  Verónica Smink: Tres paquetes de reformas en tres semanas de gobierno. Y el más grande quedó para el final. BBC News Mundo. 

 

[2] Maristella Svampa: Un Mundo de Dueños que viene por los superpoderes. EldiarioAr. https://www.eldiarioar.com/opinion/mundo-duenos-viene-superpoderes_129_10885183.html.

 

[3] Friedrich August von Hayek: Teoría pura del capital. Unión Editorial Argentina. Buenos Aires. 

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