Somos devenir

Somos devenir 

 

Sebastiano Mónada 

 

 

 

 




 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nacimos en el continente escondido entre océanos.

Abya Yala, el nombre que nos dio la lengua kuna.

Emergimos como las plantas devenidas de semillas,

memorias que se guardan en la meditación de las rocas,

inscritas en jeroglíficos, enunciando mensajes metafóricos.

 

Nos reunimos en círculos concéntricos alrededor del fuego,

imitándo con danzas rituales la rotación y traslación esférica.

agradeciendo a fuerzas inmanentes por  exuberante existencia,

donando en reciprocidad afectiva nuestros cuerpos voluptuosos,

sensibles pensamientos, imágenes y composiciones melodiosas.

 

Cuando llegaron los conquistadores con carabelas de madera,

empujadas por el soplo de los vientos enredados en sus velas,

los recibimos hospitalarios en nuestras fecundas tierras.

Después nos rebelamos cuando nos mostraron sus dientes

y usaron despiadados, cruelmente, sus armas infernales.

 

No dejamos de cantar, danzar e inscribir nuestros sentimientos 

en arquetipos coloridos de tejidos narradores de cuentos y mitos,

armoniosos en melodías primordiales y pentagramas copiosos,

en cortezas de árboles, pieles de venado y papeles fibrosos.

No dejamos de festejar felices nuestra existencia en el planeta acuoso.

Inventamos nuevamente la cultura prolífica con la lengua de Cervantes,

apropiándonos de sus sonidos, sus imágenes y sus letras ondulantes.

 

Hemos compartido con la cordillera serpenteante del mar pétreo

y las punas del Altiplano, peinado por la brisa fría y el viento,

con los fértiles valles, los extensos llanos del Chaco boreal 

y selvas frondosas de la Amazonia, el país de la canela ideal.

Comarcas dispersas, pueblos diseminados, cuidades en agonía.

Dejándonos bañar por las gotas tibias de las lluvias tropicales,

refrescando, limpiando, lavando meticulosamente las pieles;

bañados por los copos de nieve, pensamientos de melancolía,

sensaciones espumosas que se posan como mariposas blancas,

por la espesa atmósfera sudorosa y embriagada con el guarapo.

Jugo de uva fermentado por los entrañables sueños del tiempo,

atesorados en corpóreas vasijas de barro cocido a fuego lento.

 

Nos hemos constituido como protagonistas del realismo mágico.

Somos el arte barroco de generaciones rebeldes e iconoclastas.

Nos inventamos en la textura y urdimbre de nuestras narrativas.

Somos la memoria que emerge volcánica desde las profundidades 

geológicas olvidadas, cristalizadas estratificaciones  ancestrales,

núcleo inaugural del bucle cíclico turbulento planetario.

Nos elevamos incandescentes arañando la piel del cielo 

y caímos como lluvia tormentosa sobre los cuerpos terrosos,

gama cromática de paisajes que entretienen a nuestros ojos.

 

A la pregunta:

¿Cómo hemos llegado a ser lo que somos 

en el momento presente?

Respondemos:

Optando por dos caminos diferentes, 

aparentemente opuestos,

el que conduce al retiro del pasado 

y el que conduce al ausente futuro.

El presente es nuestra indescifrable encrucijada 

y nuestro retorno al eterno laberinto alucinado,

enredado en acertijos encriptados en su búsqueda. 

No hay historia sino permanente invención imaginaria,

estética sensible en metamorfosis convulsionada.

 

Ahora, el momento se ha vuelto un insondable abismo,

un denso agujero negro donde no se ve el fondo ciego.

Caemos atraídos frenéticamente por lo desconocido

o por lo absurdo, coyuntura que se quiebra a pedazos,

se descoyunta rompiéndose en fragmentos imposibles 

de volverse a armar después de cataclismos terribles

y componerse como un eterno rompecabezas lúdico.

Suicidas, nos hundimos hasta el fondo del remolino.

 

No vemos la salida, perdidos en el túnel oscuro,

la luz ha huido de socavones que buscan las vetas,

que no encuentran, a pesar de escavar como topos.

Los minerales asustados se esconden fugitivos

de los proletarios mineros sobrinos del Tío,

que arriesgan sus vidas cavando en rocas mudas.

Dejan huesos jóvenes como sacrificio a la mancapacha,

fósiles tristes para la futura arqueología del sinsentido. 

 

Quizás tengamos que caer hasta la singularidad misma

del espeso agujero negro donde se desgarra el cosmos,

donde se destruye sumergida la materia luminosa 

y se condensa la energía visible entrampada en su delirio.

Quizás tengamos que ir más allá de la muerte colosal,

más allá de lo comprensible, del entendimiento racional,

de las certezas indiscutibles de la realidad fantasmal.

Más allá de la imaginación donde las figuras se diluyen.

Solo así, en la destrucción apocalíptica, donde confluye

la simultaneidad dinámica del cosmos herido

podamos entender, por fin, lo que hemos perdido.

Cuando ya no haya ninguna salida en el laberinto,

solo la tupida niebla adormecida de nostalgia,

inmensa tristeza, invasión absoluta de ausencia.

 

No lo sabemos. No lo sabremos. Ni lo imaginamos.

Es mejor no averiguar desbarrancándo al abismo,

es mejor desandar el camino, recuperar la memoria 

e inventar el porvenir jugando con los horizontes

nómadas, danzando ballet con las constelaciones,

como jugaba el niño heraclitiano con la arena.

Es mejor salvar el planeta del Apocalipsis bíblico

y reinsertarnos a los ciclos vitales planetarios.

Es mejor comenzar de nuevo, desde un principio, 

Sin olvidar de ninguna manera lo aprendido. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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