Paradoja existencial
Paradoja existencial
Sebastiano Mónada
Después de mirar los rastros de lo vivido,
inscripción hendida en el cuerpo curtido,
hay que concluir que el conformismo retorna irónico,
como rebelión irradiante y absoluta.
Hay que deducir reflexivamente en el balance
que la rebelión negada reaparece oculta
en el fanático conformismo fundamentalista,
como venganza de las víctimas negadas.
La rebelión convierte la utopia en absoluta
y el conservadurismo está atrapado en lo absoluto
del reiterado asesinato de la vida.
Los rebeldes iconoclastas que asesinan a Dios
son los que imponen nuevamente la reverencia a lo sagrado,
al nuevo Dios oculto en las cenizas ardientes.
Los sacerdotes, defensores del Dios muerto,
son los que, acostumbrados, imponen la angustiosa nostalgia
por el paraíso perdido que no tuvo origen.
Las pasiones de revolucionarios y conservadores
se tocan en el fragor de la batalla,
se parecen en su inclinación compulsiva
por el deseo oscuro compartido por lo absoluto,
en el desenvolvimiento trágico del nihilismo.
Unos son destructores de imperios,
los otros son destructores de comunidades.
Ambos personifican las dramáticas contradicciones
de la historia perdida en su laberinto.
Están atravesados por la paradoja inevitable
de la dialéctica del sentido y del sinsentido,
de la síntesis barroca de razón y de la sinrazón.
La diferencia radica en que los rebeldes se suicidan
en la inmolación de actos heroicos,
mientras que los conservadores lo hacen
mediante la violencia desmesurada del Estado.
Lo hacen por la descolorida inercia
creyendo en la eternidad de un orden trivial,
mientras que los rebeldes se enamoran
del intempestivo caos creativo.
El antagonismo es perverso,
se alimenta de sacrificios,
también de inquisiciones.
Teje una complementariedad abominable
entre declarados enemigos implacables,
en una interminable guerra a muerte.
No se puede escapar a la paradoja existencial
de que el cambio se basa en la permanencia,
de que el azar juega con la necesidad.
La transformación es el eterno retorno de lo mismo,
que es la diferencia radical del origen.
La ironia del destino germina cuando la revolución inaugura
la historia narrada por la gramática de las multitudes,
que repite como espejo la memoria de los mitos olvidados.
Cuando la defensa del orden heredado termina minando esta tradición,
sepultada por los gobernantes y verdugos del Estado policial.
Cuando rebeldes y conformistas, revolucionarios y conservadores
se encuentran el el crimen desolados por la muerte.
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