La historia
La historia
Sebastiano Mónada
La historia se repite, es una condena.
La inercia de lo mismo desgasta lentamente.
Degradación en marcha de funeral.
El modelo y su proliferación trivial.
La historia se repite muchas veces,
siguiendo el rumbo de la decadencia.
Suceden las imitaciones pueriles,
el disfraz remendado sustituyendo al original.
Lo apócrifo se impone en el desierto.
La historia se muerde la cola,
quimera delirante, dragón suicida,
cansancio milenario, enfermedad congénita.
Suicida,
deicida y endemoniada,
sin embargo, restauradora.
Se comerá el cuerpo para desaparecer.
No quedará nada, ni el recuerdo,
solo la tenue brisa del atardecer.
Historia pronunciada roncamente,
relato de las dominaciones,
narrada por un viejo cuentista,
desaparecido en el estupor de los siglos,
cuyo eco se estrella en la precipitación
de rocosas laderas sordas de la cordillera.
La historia no es una memoria sino un olvido.
Amnesia,
hundimiento fabuloso,
naufragio de acorazados heridos.
No recuerda sino selecciona hechos
que se inventa, imagina, representa.
Los reúne en series serpenteantes,
sinuosas,
caprichosas,
reptando,
cazadoras de la imaginación colectiva.
Hay hijos de la historia,
convertidos en sacerdotes del espíritu
o de la materia elástica de la dialéctica.
La historia se convierte en divinidad
a la que hay que ofrendar vidas.
La libertad se diluye en la historia,
desaparece,
se disemina,
es sacrificada en el altar del Estado.
Los antiguos sacerdotes muertos
retornan como espectros iluministas
del siglo dorado de la evolución,
de la celosa ciencia optimista,
domesticada para servir a la acumulación.
La terrible voz oscura de los oráculos
vuelve desde sus tumbas demolidas.
Las Iglesias y los sacerdotes no saben
de la indomable potencia de la vida.
La creativa imaginación radical,
la volcánica energía de la rebelión,
la dinámica irradiante del afecto,
cuyo amor inventa universos.
Es un poema que expresa muy bien -profundamente- la crisis del proceso de "cambio" en Bolivia.
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