Una mujer llamada Blanca Elena

Una mujer llamada Blanca Elena 

 

Sebastiano mónada

 

 




 

 

 

No es una mañana cualquiera,

es la mañana del día en que naciste.

Tampoco será una tarde como otras,

sino la tarde de tu primer día en la Tierra.

Ni el medio día ni el alba ni el crepúsculo 

son lo mismo que otras albas y crépusculos.

Es tu día y tu noche, cuando abriste los ojos,

sentiste en tu piel las primeras brisas,

las primeras luce y caricias del sol,

las primeras voces que te conmovían,

que poco a poco distinguirías

y poco a poco descifrarías.

 

En fin, es tu comienzo,

el eterno nacimiento de tu vida.

Lo que eres, lo que has llegado a ser,

tu historia, acompañada por recuerdos 

y sueños, que buscas realizar,

tus anhelos, la presencia de tus seres queridos,

las ausencias de otros seres amados,

que no están embriagados de territorialidad,

pero al mismo tiempo están,

una manera de acompañarnos, 

universo de fantasmas insomnes.

La narrativa de los tejidos familiares.

 

Este día tu madre te trajo al mundo,

mirándote nacer, comenzar, llorar y reír.

Te agarró en sus brazos afectivos 

y te dio tu primer sustento

preparado por la sabiduría de su cuerpo.

Este día es tuyo.

 

La bondadosa alegría que entregas,

la sonrisa y las risas y las carcajadas,

que heredaste de tu madre,

tu lucidez madurada,

te hacen la mujer que sostiene el mundo

con el inmenso amor con el que lo inventas.

 

¡Y el sol y la  luna y las galaxias!

Pero no el sol mismo, ni la misma luna,

tampoco la idénticas galaxias, 

que viajan y se pierden en su laberinto, 

hundiéndose en sí mismas, 

en su centro que no existe.

¡Tu sol, tu luna, tus galaxias!

Las que se encuentra en ti,

en la memoria de tu cuerpo,

en el tejido de tus venas y arterias,

en la red interpretativa de tus nervios,

en las melodías que inventan tu entramado 

de neuronas juguetonas.

Entonces, ¡tu mundo, tu planeta, tu tiempo!

El tuyo, el singular, el único 

E irrepetible.

 

 

 

 

 

 

 

 

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