Víspera de última guerra

 

Víspera de última guerra

 

Sebastiano Mónada

 



 

 

Voy al combate armado de arpegios,

heredados de guerreros muertos.

Marcho al fragor de la conflagración con todo el cuerpo,

llevando la memoria cristalizada de los antepasados,

eternos retornos de huellas inscritas en las rocas.

 

No hay futuro ni pasado, solo el eterno instante en fuga.

Acompañado de armas consagradas y racimos de miradas frescas,

sigo la ruta del largo recorrido de la serpiente alada,

luminosa como el nacimiento del agua.

Dispuesto al derroche de las sensaciones y los conceptos.

 

Mis pasos hunden la tierra que se abre al avance.

Aliados en esta guerra contra la máquina abstracta de la muerte,

la humedad fértil del territorio,

el vaivén melodioso de la selva enmarañada,

la polifonía de tonos trepando como enredaderas

las canciones serpentinas del aire afectuoso.

 

La vida convoca a sus hijos proliferantes

a defender la matriz inaugural de todas las creaciones.

Convertidos en guerreros avanzamos con la piel expuesta,

el cuerpo convulsionado por las constelaciones,

sueño de batallas de estrellas indomables y trágicas.

 

Han talado los árboles enraizados en la meditación geológica,

danzando en la alegría musical del ramaje trovador.

Han quemado los espesores entrelazados de los bosques,

sabidurías vitales inventoras de la atmósfera.

Han destruido los hogares de múltiples seres queridos,

dejándolos sin nada, muertos, incinerados,

agonizando en el último suplicio efectuado por los hombres.

 

La guerra es inevitable, la vida contra la muerte,

el amor contra el odio, la poiesis contra la vulgaridad,

la coexistencia proliferante contra la supremacía.

La última guerra de todas las civilizaciones habidas,

el crepúsculo de la civilización de la destrucción masiva.

 

    

 

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