Muerte y resurrección

 

Muerte y resurrección

 

Sebastiano Mónada

 

 



 

 

 

 

 

 

 

 

Escucho el grito de los árboles cuando se queman.

Coro fúnebre de despedida.

Horror recorriendo troncos y distribuido en acariciantes ramas;

se esparce canción sombría mezclada con llamas crepitantes.

El humo abundante ahoga nublando el entorno,

se transforma el paisaje convertido en patética pictórica de cenizas.

Queda solo la huella de la muerte.

 

Inmenso desierto, extensión de la desolación atrapando horizontes.

No queda nada, solo la sepultura gris de los escombros,

testimonios del cataclismo inventado por los hombres;

quedan árboles, animales y tierra carbonizados.

Purificación pirómana, catarsis de los culpables.

El llanto ausente de los que ya no están,

el silencio atronador, canto vacío de la desaparición.

 

Después del holocausto y el sacrificio abrumador, civilizado,

alucinados vendrán a sembrar,

cultivaran como si nada hubiera pasado,

semillas mulas y manipuladas en su matriz infinitesimal.

Emprendimientos arrasadores, asesinos de la multiplicidad.

Plantaran una única pepita cotizada y estéril.  


La vida ha desaparecido en aras del mercado.

El desierto abarca la inmensidad del orbe.

Cementerios mineros y cráteres lunares habitan la Tierra.

Granjas de zombis y cárceles metropolitanas esperan

ansiosas el producto emergido de la muerte planetaria.

Atiborradas en sus encantos luminosos

las metrópolis agonizan sin saberlo.


Ríos y cuencas son asfixiados por derrames de azogue,

los territorios son esterilizados por efluvios contaminantes,

la atmósfera enrarecida ahoga lentamente a los habitantes.

Una lerda agonía se incuba en los cuerpos despojados.

 

Desde las profundidades minerales y de los fluidos magmáticos,

desde las cavernas donde se guarecen los aprendices

de la intermitente guerra nómada,

desde las sombras donde se agazapan las proliferantes resistencias,

desde la oscuridad brillante cobijada por constelaciones juguetonas,

emergen las metamorfosis de Tunupa, volviéndose garras de fuego

de la serpiente alada y luminosa,

arañando la tierna piel de la bóveda ansiosa,

en sus vibrantes sensaciones y melodía creadora,

para caer como torrenciales lluvias y tormentas eléctricas.


Los bosques volverán a abrazar continentes desamparados,

océanos desintoxicados recuperaran sus palpitaciones acuosas,

ríos y cuencas fluirán cristalinos, regenerando territorios

en apoteósica resurrección emancipada.

Pueblos y sociedades volverán a la consagración de las estaciones.

El nuevo comienzo se inaugura con la festividad de la abundancia.

Respiraran atmósferas afectivas, consciencia de la plenitud creativa.

 

 

 

 

   

 

 

 

  

 

 

 

 

 

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