Felipe Delgado ya no está, pero su fantasma sigue todavía
Comentarios
sueltos sobre Felipe Delgado
Raúl Prada Alcoreza
Raúl Prada Alcoreza
La dualidad barroca entre lo grotesco y lo
sublime, entre lo trivial y lo místico, entre lo profano y lo sagrado, aparece
en la novela Felipe Delgado de Jaime Sáenz. La narrativa se mueve en un devenir
escritura de búsqueda del tiempo perdido en el vaho nocturno de una urbe dual. La realización de la escritura, la
emergencia de la prosa y la poesía, la fenomenología de la percepción
convertida en fenomenología de la narración y de la metaforización, es un
acontecimiento literario. Jaime Sáenz lo fue en la mundanidad nocturna de la
urbe paceña.
La trama de la
novela Felipe Delgado comienza con la muerte del padre, cuando empieza el
laberinto del protagonista. Siguen las mediaciones de urdimbres, hilos donde el
personaje se pierde en los tejidos de su soledad. El desenlace corresponde a su
desaparición repentina. Después de la muerte de su padre Felipe Delgado se
embarca en el denso viaje vaporoso de los efluvios del alcohol. El vacío
abierto trata de ser llenado por la búsqueda insondable del sentido perdido en
la utopía y en la ucronía del sinsentido o del secreto misterioso inhallable.
El demonio-payaso, que Felipe Delgado
descubre, cuando su abuela lo lleva a una casa misteriosa, quizás expresa una
de las sorprendentes paradojas de la novela; la fama sublime y aterradora, en
los hechos, visto de cerca por el niño, aparece en su esplendor ridículo, más
penoso que risible. El demonio también se transmuta en un viejo pordiosero
irreverente, que no tiene miramientos en depositar sus heces en las puertas del
convento donde vivía Fray Guzmán. El demonio tendrá apariciones insólitas a lo
largo de la novela de Felipe Delgado.
Calixto María Medrando, el profesor
de música de Felipe Delgado y compositor de cuecas, entre ellas de “No le
digas”, es un personaje fugaz en la novela, pero, que deja una profunda huella
en la memoria y en el corazón del protagonista. Cuando Calixto María Medrano
toca Brahms, el piano cruje; no solamente emite la melodía de la composición
que tanto le gustaba a Felipe Delgado, sino hace crujir del fondo de la madera
y los instrumentos sonidos desoladores, un dolor acompañado por el olor de la
eternidad.
En la conversación de despedida
con Nicolas Estefanic, amigo heredado de su padre, sobresale la nostalgia del
tiempo perdido o del espacio nunca encontrado, pero también aparece el recurso
de la ironía que se aplica a uno mismo, como burlándose de lo que se es y de lo
que se ha sido, aunque en el presente se considere la oportunidad de emprender
un proyecto que valga la pena. Estefanic quiere lograr una economía estable que
le otorgue dignidad, en cambio Felipe Delgado quiere fundar un partido
fanáticamente nacionalista, absolutamente consecuente con el renacimiento del
país. Los dos amigos se despiden en actitud también de comenzar una nueva
etapa, la de sus proyectos mencionados, empero sin tomarlos muy en serio. De lo
que se trata es de escapar a la encrucijada en la que se encuentran.
Juan de la Cruz Oblitas, un brujo
entre otras cosas, sorprende a Felipe Delgado con su elocuente caracterización
de su persona a partir de la lectura de expresiones de su rostro. El brujo
especula graciosamente sobre el destino de su interlocutor, acogido por el vaho
nocturno. El
personaje Juan de la Cruz Oblitas sintetiza el abigarramiento subjetivo. Se
trata de pliegues del mestizaje cultural, coagulado en una estructura subjetiva
diletante. La presencia pintoresca de Oblitas atrae a Felipe Delgado y lo embarca
en un viaje laberíntico sin retorno. En Felipe Delgado, pretensiones de
brujería, magia, mística, sabiduría vernácula, se mezclan y se combinan con
manifestaciones banales y charlatanerías demagógicas. Este barroco que se mueve
entre lo grotesco y lo sublime resuelve su dilema en variados actos
extravagantes y en distintos escenarios ambientales.
La carta de Felipe Delgado a su
tía Lía es descabellada, declara haber nacido para la muerte, en tanto que su
tía ha nacido para la vida; que lo perdone por eso. Quiere convencerla de que
no venda la casa, herencia del padre de Felipe y hermano de Lía, para donar, lo
que le corresponde a la tía, al convento de monjas. Empero, esta carta está
lejos de convencer a la tía, que ha decidido con antelación empedernida
hacerlo, pues considera que su sobrino es incorregible y debe afrontar la vida
realistamente; por ejemplo, casarse y tener una familia. La carta devela el
sentido heideggeriano del protagonista, el ser
para la muerte. El considerar que ha nacido para la muerte alumbra sobre el
substrato existencial de la subjetividad conmovida de Felipe Delgado; quizás,
sobre todo por su inherente tendencia suicida. La carta también devela que
Felipe Delgado no puede vivir solo, no puede hacerse cargo de sí mismo;
confiesa que extraña a la tía Lía, quien ha cuidado de él desde pequeño, sobre
todo, a partir de la muerte de su madre. Se presenta desvalido ante la
contingencia abrupta de una secuencia de hechos que se desencadenan desde la
muerte de su padre; la escandalosa reaparición de la amante de su tío Apolinar Borda,
antes ocultada, ahora ostentándose semidesnuda por la casa, haciendo gala de su
habilidad en el piano, tocando para Apolinar. La tía Lía considera esta
presencia y su actuación una afrenta a la casa, sobre todo a ella, la mujer de
la casa, la administradora de ésta y la hermana de plena confianza del padre de
Felipe Delgado. Es cuando la tía decide tomar las medidas urgentes del caso;
vender la casa y refugiarse en el convento de monjas, dejando a su suerte a su
sobrino.
Se puede decir que hay un antes y
un después en la vida de Felipe Delgado; el antes corresponde al tiempo
anterior a la muerte de su padre, incluso, jalando un poco más, hacia su
presente, como las reminiscencias de lo que quedó, antes de la salida de la
casa del padre, vendida por la tía Lía, dejando la herencia en dinero al sobrino,
de la parte que le corresponde, según testamento. El antes tiene referentes, el
padre, la casa, la vida hogareña en la casa, incluyendo al tío Apolinar Borda y
a su amante escondida, abarcando entrañablemente a la tía Lía, a la cocinera, a
su hijo Uaca. Incluso las referencias tienen que adjuntar al propio desempeño
que ejercía en las oficinas del padre y sus empresas, una especie de administración
cualitativa, que velaba por los bienes, es decir, el trabajo que tenía y lo
ocupaba parte de su tiempo. En el después se difuminan los referentes, el suelo
que pisa se vuelve fluido; tiene ante sí su soledad y abierto un mundo ignoto
de posibilidades. Es en este otro tiempo, desatado y hasta desbocado, cuando la
tendencia tanática se desborda. Si bien consigue alquilar el segundo piso de
una casa en la calle Catacora, en un recodo con la calle Junín, segundo piso
maltrecho que refacciona a su gusto, colocando su dormitorio en la mejor
habitación, contigua a un balcón que miraba a la ciudad, este refugio no logra
estabilizarlo. Es apenas el cuartel de invierno o si se quiere casa de
seguridad; en tanto que el centro de gravitación se convertirá la bodega, donde encontrará un nuevo
hogar, insólito y refugio de los desterrados urbanos y los marginados sociales.
En su nueva etapa los personajes
sobresalientes serán otros y de otro mundo; personajes iluminados por la
bohemia mestiza de La Paz, en plena oscuridad de cobijo fraterno y cómplice de
la noche. En la taberna se van a tejer otras relaciones, basadas en la
condición marginal, incluso clandestina, a la que fueron empujados estos
personajes habitantes de la luminosidad nocturna y del afecto compulsivo,
alimentado por el alcohol compartido. Entonces, como que se oponen la
experiencia diurna y la experiencia nocturna; se opone el recuerdo de la vida
anterior y la innovación desbordante de la nueva vida que se inventa en el azar
y la jugada absoluta de la perdición. También se oponen la vida y la muerte
como dos acontecimientos contrapuestos, pero también entrelazados.
Un plano de intensidad de la
novela se desenvuelve en la trama que parte de los antecedentes de Felipe
Delgado, antecedentes que entran en crisis a la muerte del padre, aunque se
hayan gestado antes de manera latente. A la muerte del padre o en el entorno de
los escenarios que se conforman, provocados por su fallecimiento, aparecen los
personajes del entorno del padre y de la casa, los amigos del padre y Fray
Guzmán; aunque también hace su primera aparición el demonio en forma de
pordiosero irreverente y craso, si no tomamos en cuenta al demonio ridículo,
que aparece, mas bien, disfrazado, en la casa que visita con su abuela. Otro
plano de intensidad es el que corresponde a lo que podríamos llamar el tejido
filosófico, coloquial, de diálogo y retórico, donde se va configurando, poco a
poco, a retazos, como un traje teórico de aparapita,
la concepción de mundo y de vida, también se podría decir la ontología
existencial de Felipe Delgado. Uno de los hilos y componentes de esta teoría
del aparapita filósofo son las
reflexiones sobre el olor; podríamos decir percepciones del olor que devienen
enunciaciones sensitivas y conceptuales del olor, tomado como una esencia o
sustancia reveladora de la condición social. Ya hablamos del olor de la
eternidad al que se refería la narración al comienzo de la novela, también
hablamos del crujir del piano cuando tocaba Brahms el profesor de música de Felipe
Delgado. Son estas sensaciones, estos sentidos primordiales, también su
manifestación material, olfativa y sonora, las que hacen de fuentes iniciales
de una fenomenología enunciativa, nocional y hasta conceptual. La concepción de
mundo, de vida y de muerte de Felipe Delgado.
El olor venía de la cocina y
según el criterio de Felipe Delgado provenía de la inocencia de los alimentos.
Después de sufrir en pensiones el tormento de la mala comida, fuera de
experimentar la presencia diferenciada de los comensales, a quienes termina
clasificando el protagonista, de acuerdo a sus singulares comportamientos con
la comida y la mesa, Felipe toca la puerta del primer piso, de donde provenía
el grato olor de la inocencia de los alimentos; le abre una anciana de baja
estatura, Serafina Bustillos, a la que le explica su atracción hacia la
fragancia culinaria de la casa y le pide que lo atienda como pensionado. La
anciana le acepta sin mayores contemplaciones; queda estupefacta ante el
adelanto por un año de la pensión por parte del insigne comensal.
La clasificación de los
comensales era sucinta pero prodigiosa; comenzaba con los comensales
silenciosos, imperturbables, que comían como por obligación. Después venían los
comensales que compartían con sus animales, sus gatos, la comida; también se
nombra el caso de un comensal ladrón de azúcar, que al menor descuido metía el
azúcar del azucarero en su bolsillo. En cuarto lugar, aparecen los comensales
susceptibles, que convierten en enemigos a los comensales que no responden al
saludo de “buen provecho”. Sin embargo, en quinto lugar, están los comensales
que, si aprecian la comida, consideran un privilegio almorzar, se reconocen
formar parte de una clase especial de comensales, que aprecian como un ritual
el acto de comer, incluso respetan ceremoniosos y callados el sonido que hacen
al partir el pan, al hacer crujir los alimentos.
Hablamos de planetas
o mundos de Felipe Delgado, uno es el relativo al entorno familiar; otro es el
que se conforma con su tío Apolinar Borda y el brujo negociante Juan de la Cruz
Oblitas; un tercer mundo , quizás el más querido, es el que se constituye en la bodega, donde encuentra un nuevo
hogar y el sentido profundo de la amistad de los condenados de la tierra o, mas bien, de uno de los estratos de los condenados de la tierra, los marginados
y desterrados, los exiliados en su propia ciudad, los considerados el lastre
oscuro de la sociedad urbana. Hay otros mundos, que después comentaremos, como
el mundo de sus amores y desamores; también el mundo que se conforma en la
hacienda, en la campiña, mundo de despedida, antes de la desaparición de Felipe
Delgado.
El tío Apolinar y
Juan de la Cruz esquilman a Felipe Delgado; no le devuelven el préstamo
concedido a condición de socios, él, el socio capitalista, los otros los socios
industriales y comerciales. No es que Delgado no se da cuenta de lo que
acontece; ante un informe truculento y embaucador de Oblitas, el acreedor
decide donar la deuda a su tío, de manera altruista y dadivosa. Lo que lleva al
festejo no solo de los socios embaucadores, sino del propio prestamista, pues
se entusiasma con el júbilo que provoca su decisión. En el mundo de los amores
y desamores, Felipe tiene un reencuentro con su amiga Titina Castellanos de una
manera sintomática y por lo demás extraña. Se rompe su reloj colgado de la
pared, debido al sobrepeso y a un clavo enclenque que se dobla; este hecho va a
ser una señal, que va a ser descifrada después, cuando se propone llevar el
reloj de pared destrozado al relojero. En ese trance se acuerda de su amiga
Titina, con la que tuvo una relación esporádica, a quinen no veía hace un
tiempo. Cuando llega a la casa de la amiga se lleva la sorpresa de la noticia
equivocada de que acababa de morir; se queda atónito, pero mucho mayor es su
sorpresa cuando ve salir jocosa a Titina, vivita y coleando. La noticia
equivocada la da la nieta del relojero; el que murió fue precisamente su
abuelo. La coincidencia se da entre el reloj de pared destrozado y la muerte
del relojero.
En la borrachera con
el tío Apolinar y Juan de la Cruz Felipe Delgado queda dormido, cuando
despierta esta solo y encuentra la casa oscura, con las luces apagadas, lo que
incrementa la sensación de soledad. La consciencia de su soledad abrumadora lo
empuja a deambular por las calles, buscando calmar su angustia con la bebida.
Ningún lugar conocido que encuentra le satisface, lo que le lleva a deambular
por callejones, hasta que encuentra uno misterioso, de mal augurio, donde
vuelve a encontrar al demonio en otra metamorfosis; esta vez bien vestido,
empero, sin desprenderse del vaho hediondo que lo acompaña. A tientas se anima
a subir el misterioso callejón, donde encuentra una entrada cuyas gradas
ascienden a la famosa bodega, que, hasta entonces estaba escondida para sus
andanzas. En la bodega se velaba a la
nieta del tabernero; cuando ingresa Felipe Delgado, con temor y como
descubriendo el interior denso y abismal de una caverna, localiza a su
entrañable colectivo de amigos, que lo van a acompañar en el laberinto, esta
vez multitudinario, de su soledad.
El colectivo de
amigos de la bodega, cómplices de la
búsqueda insaciable de los secretos inesperados de la noche, proliferan en la
taberna, empero, conforman estratificaciones fluidas y cambiantes, aunque
siempre generando un centro de referencia, conforman meandros que se curvan
alargando el viaje al desemboque inesperado. Corsiño Ordóñez es el tabernero y
el abuelo de la nieta muerta, Román Peña y Lillo es el jorobado, que se va a
convertir en el amigo más cercano y leal a Felipe; Indalecio Beltrán, el decano
de los borrachos de la bodega. Están los aparapitas,
como coro sitiando el escenario beodo alumbrado, arremolinados en los umbrales;
son nombrados los que llevan apodos, el Delicado, el Negro, el Mazorral, el Fú,
el Fá; está Amézga, excombatiente de la guerra del pacífico, el asistente del
tabernero. En fin, se trata del colectivo fluido de la bodega, que va a iluminar con el afecto etílico la concavidad
conmovida de la noche paceña. Felipe Delgado va a derrochar en la bodega afecto y dinero,
convirtiéndola en refugio de su soledad y en la entrada a otro mundo, según él,
lleno de señales y secretos.
El amorío con Titina
Castellanos no dura mucho tiempo, es un amor intempestivo y abrupto. A Titina
le desagrada el apego de Felipe Delgado a la
bodega, que considera un antro de perdición. Esta inclinación al trago de
parte de Felipe lo convierte en sospechoso de inseguridad, inestabilidad e
irresponsabilidad sin límites. A pesar de que Felipe le ofrece tener un hijo
con ella para alagarla, pero sin necesariamente casarse, la distancia y las
diferencias entre Felipe y Titina se ensanchan hasta la crisis y el conflicto.
Titina increpa a Felipe y le enumera sus defectos, sobre todo descarga su furia
e improperios contra el antro de la
bodega; Felipe sale en defensa de sus hogar nocturno y misterioso, denso en
búsquedas sin horizonte y en guarida ardiente de los desolados. Le dice que
ella no entiende que se trata de un lugar de otro mundo, lugar donde se
desenvuelven los secretos recónditos del universo. La relación amorosa con
Titina se quiebra, aunque todavía Delgado va a ir a buscarla, un tanto por
costumbre y demanda, otro tanto por querer remediar la ruptura. En la última
discusión, que deja perplejo a Felipe Delgado, Titina le dice, antes de romper,
que ella sabe que está sola, que se puede hacer cargo del hijo sola, que él no
la quiere, tampoco ella, aunque no sabe cómo explicarle esta situación, sino
que la necesita. Ella, una huérfana, que sale de un hospicio de monjas, está
sola en el mundo, solo tiene a su madrina, que es la muñeca que la protege.
Como para contrarrestar las historias esotéricas en las que se explaya su
amante no amado, le cuenta a Felipe un secreto; una historia que la tiene
afligida y embargada en la consciencia culpable, hasta el presente; le cuenta
la historia guardada y enmudecida, pero no olvidada, para desahogarse. En el
hospicio había dos huérfanas muy recatadas, Inocencia del Campo y Soledad del
Invierno; sin embargo, a pesar de su conducta circunspecta, ellas guardaban un
libro erótico con dibujos pornográficos; libro indecente que todas las
huerfanitas del hospicio leían y observaban con ahínco, a ocultas de la
vigilancia de las monjas. Un día aciago una confidente de sor Pía Armonía
delató a las hermanas guardianas del libro secreto. Sor Pía Armonía tomó las
medidas del caso, enjauló a las culpables, hizo formar una ronda en el patio a
las huérfanas del hospicio, obligó a las culpables, que se encontraban
enjauladas y rapadas, a quemar el libro del delito. Al día siguiente las
culpables fueros incineradas en el horno de pan. Una vez terminado el relato,
Titina confesó que ella fue la confidente que las delató. El asombro de Felipe
es grande, se mueve entre el terror y el estupor, pero también en la
incredulidad, sospechando que su amante no amada se hacía la burla; le dice a
Titina que esto no era otra cosa que una monstruosidad inaceptable. Respecto a
la muñeca madrina, le dice protestando nunca había asistido a semejante
argumentación, culpando a un objeto inanimado de lo que acontece, atribuyéndole
responsabilidad, cuando no la podía tener. Dice que lo inanimado está más allá
de lo orgánico y que los humanos son los que degradan la vida y la muerte.
Esta concepción
nihilista de la vida y de la muerte, una dialéctica existencial negativa,
también esta concepción nociva de lo humano, forman parte de lo que hemos
llamado el plano de intensidad filosófico de Felipe Delgado, como dijimos,
plano de intensidad tejido a retazos como vestimenta teórica de aparapita. Plano de intensidad de una
filosofía nihilista singular, cuya universalidad radica en la tesis
heideggeriana del ser para la muerte,
cuya particularidad radica en la elocuencia y la enunciación barroca. Una
suerte de mezcla de filosofía negativa y misticismo, magia y brujería.
En la bodega Indalecio Beltrán se
explaya en una apología del aparapita,
después de exponer su tesis sobre la inspiración. Se podría decir una tesis
idealista, en tanto que la apología del aparapita
es trágica y existencialista, marcadamente barroca. En la tesis idealista asume
que los poetas miran con el alma lo invisible, lo que no está al alcance de la
vista común; en tanto que en la apología del aparapita encuentra el substrato y la síntesis de la condición
nacional en este insigne cargador de la urbe paceña. Se pondera su fuerza, su
coraje, su valor, su laburo, aunque también su humildad y su sabiduría
silenciosa. Beltrán declara a los miembros de la bodega como poetas prácticos,
pues ven desde la experiencia dramática a la que son sometidos por su entrega
sin límites al compromiso de la diseminación nocturna. En el ínterin, entre su
tesis sobre el arte y la apología del aparapita
hace una disertación intermedia, dedicada a la chola, a la madre chola. Abnegada madre cuya dedicación al cuidado
afectivo de los hijos es admirable, sobre todo cuando son guaguas. El ejemplo
que da es lo que observa detenidamente en la calle Illampu cuando una madre
chola lavaba el culo de su guagua con un cariño asombroso, sin hacerle doler,
además lo hacía a veces cantando un huaiño. Felipe delgado interviene,
interrumpiendo a Beltrán, para decirle que estaba completamente de acuerdo con
él, solo que otorgando a su apreciación un contenido del espíritu
nacional. Sin embargo, el interés de
Felipe Delgado se dirigía al aparapita
que no llevaba el manto y hace vistoso el traje de múltiple textura, compuesto
por las propias manos del insigne cargador. Después de un sueño estrambótico
con moscas, enredadas en un juego de palabras que riman, entre la fraternidad
de la taberna, donde él mismo se convierte en una mosca perdida en el abismo,
descubre, al despertar, enfrente, la composición abigarrada del traje del aparapita, que se le antoja de una
cristalización mineral. Pide a Delicado que se lo presenten al aparapita, sujeto de su atención, y a su
compañero, más viejo, con el que compartía la coca, los puchos y el trago. Se
acercaron Fortunato Condori, el mayor, y Damian Tintaya, el más joven.
Si bien Beltrán comenzó la
apología del aparapita, debido a una
discusión acre con Delicado, que, en discordancia a su nombre tiene una
consistencia corporal de fortachón, es Felipe Delgado quien extiende la
apología, la prolonga y la concluye de una manera ejemplar. Según Delgado el aparapita es un anarquista nato.
Sobresale en el legendario cargador la grandeza auténtica. Habita la ciudad
efectiva y contrasta su figura contra la ciudad ilusoria y envilecida. Así como
la bodega es una síntesis de la ciudad, el traje de la aparapita configura y expresa la realidad total. Delgado considera
que en la composición del traje del aparapita se puede leer la escritura secreta
de la realidad, contada en el juego del bricolaje del tejido heterogéneo del
traje del aparapita. Con esto el aparapita supera la realidad y llega a
la fantasía. Delgado confiesa que se encuentra seducido por esta elocuente
presencia existencial. También confiesa que quisiera tener un traje de aparapita, pero, sabe que no se lo
merece, que, aunque tuviera muchos trajes de estos ninguno le pertenecería,
pues no los podría poseer. El traje del aparapita
está íntimamente ligado al cuerpo y a la experiencia del aparapita; el aparapita
se ha hecho el traje, poco a poco, retazo a retazo, cosido a cosido; por eso
mismo, es una extensión de él, de su cuerpo, de su ser.
La interpretación que hacemos,
los comentarios sueltos, de Felipe Delgado, supone varios planos de intensidad
del entramado de la narrativa de Jaime Sáenz en la novela; algunos los hemos
mencionado, el plano de intensidad familiar y sus entornos, el plano de
intensidad de los amores y desamores, el plano de intensidad del colectivo de
la bodega, quizás también el plano de intensidad de los amigos heredados del
padre, que terminan jugando un papel fundamental en el desenlace de la novela.
Mencionamos el plano de intensidad filosófico, que hace como substrato
reflexivo a lo largo de la novela, sobre todo busca hacer emerger de la trama
o, mejor dicho, del entramado de la narrativa, el sentido inmanente de sus tejidos. Bueno pues, si fuese así, importa
comprender las conexiones y las articulaciones de los distintos planos de
intensidad en la narrativa. Al respecto se pueden sugerir distintas hipótesis
interpretativas, empero nos vamos a concentrar solo en algunas, comenzando con
una relativa a un enfoque estructuralista, hipótesis que alude a distribuciones
binarias subyacentes en la estructura del texto. En el plano de intensidad
familiar aparece el contraste entre el tío Apolinar y la tía Lía, la oposición
entre el señor y la señora, entre el irresponsable y la responsable, entre el
inmoderado y la cuerda; en el plano de intensidad de los amores y desamores se
evidencia el contraste entre Titina Castellanos y Ramona Escalera, entre la
amante no amada y la amante amada, entre la sensualidad de la hechicera y la
belleza de la mujer que se acerca a la artificialidad de muñeca. En el plano de
intensidad del colectivo de la bodega
no hay exactamente contrastes binarios, pues todos llegan a parecerse, empero
se puede sugerir que, a pesar de que comparten el mismo espacio bohemio de la
bodega, que sintomáticamente lo nombran como “el purgatorio”, se hacen notorias
ciertas diferencias; por ejemplo, entre el decano de los borrachos, Indalecio
Beltrán, y, en algunos casos, Delicado, en otros, Román Peña y Lillo. Pues
Beltrán aparece como el magistral expositor de temas, en tanto que los otros, a
excepción de Delgado, aparecen de manera pedestre, en su elocuencia, mas bien,
crasa. En el plano de intensidad de los amigos heredados, se hace notorio la
diferencia entre el perfil del Doctor Sanabria, amigo del finado Virgilio
Delgado, el padre del protagonista, que reprende la conducta de Felipe, pero
que termina cobijando al descarriado Felipe Delgado, y Nicolas Estefanic, otro
amigo del padre, que, mas bien, lo secunda. En el plano de intensidad
filosófico se hace hincapié en las paradojas que expresan las dinámicas mismas
existenciales de la vida y de la muerte.
Sin embargo, fuera de estos
contrastes notorios, que pueden dar claves de la estructura del texto, se
pueden mencionar otros dualismos que expresan otras distribuciones subyacentes
de la narrativa, que ya no tienen que ver con los planos de intensidad
individualizados, sino, mas bien, con el conglomerado conectado y articulado de
los mismos. Hablando de las pretensiones de brujería y hechicería, que es como
una atmósfera difusa y transversal en la novela, se oponen la figura de Juan de
la Cruz Oblitas y Titina Castellanos. El brujo Oblitas es el amigo que esquilma,
en tanto que Castellanos es la amante no amada; por otra parte, la hechicera
Titina está ligada a la muñeca-madrina, que aparece como protectora y
hacendosa, en tanto que el brujo de Juan de la Cruz, pajpaku y tramposo, está
ligado al demonio, que emerge en la novela en su metamorfosis fantasmal como
una amenaza. Deteniéndonos en este dualismo estructurante de la novela, entre otros
dualismos, vemos que la muñeca, como fetiche, se opone, al demonio como
amenaza, sobre todo por sus connotaciones figurativas. La muñeca es de una
belleza artificial, en tanto que el demonio no deja las irradiaciones de la
fealdad concreta, como la fetidez que lo acompaña. No olvidemos que José Luis
Prudencio, el esposo de Ramona Escalera, colecciona muñecas y retiene a Ramona
como si fuese una muñeca; ese es su placer. En cambio, el demonio aparece
presagiando mal augurio o está vinculado a un hecho funesto. Felipe Delgado se
enamora de Ramona y teme a todo lo que anuncia el demonio.
Sin embargo, en toda esta
profusión de planos de intensidad, de hilos, urdimbres de los tejidos de la
narrativa, el aparapita es la figura
no solo más enigmática de la novela, sino que guarda la clave de la
interpretación de la novela, en cuanto al sentido
inmanente. Cuando Felipe Delgado expone el sentido de despojarse del
cuerpo, “sacarse el cuerpo”, según sus propias palabras, que conlleva el aparapita, comprende que se trata del
destino del aparapita. El despojarse
del cuerpo acontece cuando el aparapita
decide morir, esto quiere decir, deshacerse del cuerpo, del cuerpo que ha
cargado con todos los pesos que tuvo que sostener en la espalda, del cuerpo
agotado cuyas últimas fuerzas son usadas para despojarse de su carne. La
propuesta interpretativa de Felipe Delgado es que con este acto el aparapita se espiritualiza.
Volviendo a los dualismos,
podemos decir que el aparapita se
opone al mundo envilecido, como el mismo Delgado lo dijo en su exposición.
Metafóricamente podemos decir que el aparapita
carga con el mundo; una vez que considera que ha terminado su tarea, no del
día, cuando va a la bodega, sino su
tarea de todos los días que le tocó vivir, el aparapita decide deshacerse de su cuerpo para encontrar otro mundo,
espiritual, con esta desaparición. Mientras vive y carga con el mundo, su traje
configura el mundo en su multiplicidad, logrando expresar la armonía de la
pluralidad. Cuando deja su cuerpo, cuando decide morir, deja su cuerpo para que
se lo lleven a la morgue y escruten los estudiantes de medicina en su cuerpo
los secretos de la biología humana. Los compañeros aparapitas se reparten su traje y sus cosas, como herencia legítima
y adecuadamente prorrateada entre todos los compañeros. El aparapita se “saca el cuerpo” como desenlace de su destino; al
final la novela tiene como desenlace la desaparición de Felipe Delgado, es
decir, éste también termina sacándose el cuerpo.
Indalencio Beltrán
invita a Felipe Delgado a contemplar desde la claraboya de su cuarto el
majestuoso Illimani, a la hora conveniente del atardecer, cuando la pintura de
la luz del verano o del invierno permite apreciar mejor los secretos que esconde
la fabulosa montaña de varios picos. Beltrán le comenta los secretos de la
claraboya, ligados a la biografía de su padre, pintor especializado en la
pictórica y el paisaje del Illimani; por otra parte, le revela que además es
topógrafo, lo que le permite tener entraditas que le hacen un poco más
soportable la pobreza en la que se encuentra. La otra conversación en la que se
embarcan los amigos es sobre Franz Tamayo, a quien considera Delgado el poeta
absoluto y el pedagogo del pueblo boliviano. Beltrán hace observaciones sobre
su condición de hacendado y sobre la explotación de sus pongos; empero, Delgado
considera que Tamayo se preocupa por todo lo que atinge al pueblo, sobre todo
se preocupa de los peligros que acechan. Que, si bien, explota a sus pongos y
es consciente de esto, lo hace comprendiendo que su labor es educativa, para
transmitir las enseñanzas, para que se adquiera la disciplina y, sobre todo,
para el resurgir de la nación desde su cuna de Tiwanaku. La conversación gira
anecdóticamente tanto en una apología grandilocuente del connotado escritor,
pero, también, a ratos adquiere como un tono de ironía. El mensaje que trasluce
es que el Illimani y Tamayo están íntimamente involucrados y conectados, tanto
por su desmesura sublime como por su grandeza absoluta.
Lo que habíamos
nombrado el plano de intensidad filosófico del entramado de la novela parece
disentir con estas alocuciones, que adquieren un tono paisajista o de
determinismo geográfico, también una tonalidad nacionalista, incluso indigenista.
Ocurre como si la ontología existencialista heideggeriana del ser para la muerte se contrapondría y, a
la vez, conjugara con estos tonos deterministas geográficos, nacionalistas e
indigenistas. Llamemos a esta otra variante de la cosmovisión plano de
intensidad ideológico. En este caso, se trata de la consciencia nacional o,
dicho de manera ontológica, del ser
nacional, del ser boliviano, que, a diferencia de la tesis heideggeriana no
está destinado a la muerte, sino al renacimiento.
Habíamos dicho que la
clave para interpretar la novela se encuentra en la tesis de Felipe Delgado
sobre el aparapita, sobre su
desenlace, el “sacarse el cuerpo”, que también se convierte en el desenlace de
la novela, cuando el propio Felipe Delgado se saca el cuerpo, desaparece. Nombramos a esta clave hermenéutica el sentido inmanente de la narrativa de la
novela; sin embargo, se pueden encontrar otros sentidos, no necesariamente
inmanentes, que tienen que ver tanto con la tesis ontológica existencialista,
así como con las tesis ideológicas nacionalistas e indigenistas. Para decirlo
en términos interpretativos, podemos conjeturar que la formación social
abigarrada boliviana adquiere configuraciones simbólicas en la conjugación de
la tesis existencialista nihilista y las tesis ideológicas nacionalista e
indigenista. El entramado de la novela, al desenvolverse y combinar los
distintos planos de intensidad de la narrativa, busca los sentidos subyacentes,
que se encuentran diseminados en los dramas desplegados por las acciones de los
personajes. El plano de intensidad filosófico y el plano de intensidad
ideológico son como los decursos de las reflexiones inherentes en la novela.
Hay otra conversación
que sobresale entre los amigos, Beltrán y Delgado, que tiene que ver con la
teoría de la conspiración, por así decirlo. Beltrán alude a un rumor que
recorre la bodega; se habla de un
personaje misterioso, que prepara una convocatoria a la nación, que arma un
ejército para recuperar los territorios perdidos por el país en las sucesivas
guerras, que cuenta con consejeros sabios y especialistas, entre los que se
encontraría el mismísimo Tamayo. Delgado no estaba enterado de este rumor, lo
que le sorprende, sobre todo al enterarse que el que lo ha difundido en la
taberna es su amigo Román Peña y Lillo, lo que lo hace sospechoso de difundir
rumores especulativos. Los dos amigos quedaron en encarar a Peña y Lillo, para
que aclare sobre este rumor difundido. La conversación vespertina de Beltrán y
Delgado culminó con música, Beltrán desempolvó su mandolina para tocar unas
piezas de Adrián Patiño Carpio, terminando el repertorio con la interpretación
de una cueca. Lo que entusiasma sobremanera a Felipe Delgado; los dos amigos
llegan hasta las lágrimas. Esta parte de la narrativa nos muestra otro plano de
intensidad de la composición de la novela; denominaremos a este plano de
intensidad musical. La música, el ritmo de la música, la composición melódica,
acompañada de la letra, escolta al entramado narrativo, desde la presentación
de la letra de la cueca “No le digas”. La música es la melodía de fondo, que
acompasa a las tramas de la narrativa; se podría decir que está más acá y más
allá del sentido evocado en palabras. Se trata de un sentido anterior al
sentido inmanente, por lo tanto, también a los otros sentidos subyacentes. Este
más acá y más allá es la armonía que se le escapa a la comprensión intelectiva,
tanto del plano de intensidad filosófico, así como del plano de intensidad
ideológico. Se podría decir que la armonía musical emite los secretos que se
buscan con el entendimiento, secretos que se le escapan, que no puede
encontrarlos. La música emerge directamente, sin mediaciones, de las ondas y
vibraciones energéticas.
La primera parte del
libro, compuesta por doce capítulos, desenvuelven una composición combinada y
entrelazada de los distintos planos de intensidad narrativos mencionados. Esta
composición muestra cumbres y hondonadas, que hacen variar la textura de las
tramas y urdimbres de la narrativa. Entre las cumbres se encuentran lo que
simbolizan el Illimani y Tamayo para la utopía nacional; entre las hondonadas
se encuentran los recovecos dramáticos y pasionales en los que se entrampan los
distintos personajes involucrados. Las cumbres son como la simbolización de las
utopías perseguidas, las hondonadas son como la simbolización de los laberintos
y los abismos donde se cae irremediablemente. El sentido del ser, el ser para
la muerte es como la expresión de esta caída a la nada; en cambio, el ser nacional es como su contrapeso, la
expresión de la posibilidad del renacimiento o el resurgimiento.
En las tres
siguientes partes de la novela, compuesta por cuatro partes, que en total hacen
cincuenta y dos capítulos, la composición del entramado narrativo ha de
combinarse de distinta manera, desenvolviendo distintos desplazamientos del
centro gravitacional o de agujero negro del campo orbital de los escenarios de
los dramas, que se conforman, dependiendo de la jerarquización de alguno de los
planos de intensidad respecto de los otros.
En este contexto, en sentido hermenéutico, en
este círculo interpretativo, podemos
comenzar a interpretar el tejido de la trama narrativa. Dijimos que a los ojos
de Felipe Delgado la bodega aparece
como un lugar de resistencia, fuera de sitio entrañable de misterio; ahora
también podemos considerar, en el contexto,
como un espacio de la protesta existencial contra la sociedad
institucionalizada. Ante la irrealización de las utopías, que se simbolizan en
las cumbres alegóricas mencionadas o crasamente en la conspiración por el
resurgir político, Delgado opta por la diseminación corporal. El alcoholismo resultaría
una protesta suicida de los vencidos o, mejor dicho, de los que no encuentran
el sendero de la realización de la utopía, pues ésta se encuentra clausurada
por la misma sociedad institucionalizada, el mismo Estado, limitado en sus
alcances y fronteras mezquinas. Aunque al final de la novela Felipe Delgado es
rescatado por el Doctor Sanabria y llevado a su hacienda para su rehabilitación
y limpieza; un tanto, haciendo remembranza al Quijote que recupera la razón y
reconoce haberse extraviado en su locura; empero lo hace para despedirse, antes
de morir. En este transcurrir, cuando Felipe reflexiona sobre lo acontecido y
acumula sus notas, con la intención de armar una escritura reveladora de su
experiencia, se produce un hecho sintomático, desaparece su cuaderno de notas y
memorias. Su testimonio de vida, sus
reflexiones, profanas y sagradas, su escritura en ciernes, es hurtada. Sus
secretos son conocidos por otro, el ladrón o los ladrones, el que perpetra el
acto y el autor intelectual del hurto. Felipe va a buscar por todas partes su
tesoro de inscripciones gramáticas. Está lejos de la bodega, a la que solo llega a verla, al revés, con un telescopio
roto, que le brinda Sanabria. Este es el escenario de la desaparición de Felipe
Delgado. Se trata de un escenario de distanciamiento y de vaciamiento, que
recalca de otra manera su soledad, ya no como antes, dramáticamente, que
comienza con la muerte de su padre, sino de una manera paisajística, donde se
hace hincapié en el alejamiento.
A lo largo de la
novela descubrimos que Felipe Delgado vive la experiencia de duplicación, es
decir, se desdobla; se encuentra el mismo en otro. En la medida que se vuelve a encontrar con el demonio, éste
se le va a ir pareciendo, hasta suponer que el demonio es el mismo, solo que de
viejo o como vuelto de la muerte. Cuando muere el bodeguero, Corsino Ordóñez,
se encuentra en el hospital con un médico que no solo se le parece, como su
doble, sino que, además, lo insólito, lleva su mismo nombre y apellido: Felipe
Delgado. Por otra parte, aparecen otras duplicaciones; su madre se llamaba
Ramona, la mujer de la que se enamora, la esposa de José Luis Prudencio, se
llama también Ramona. Su madre murió cuando precisamente nació Felipe; la
muerte de su madre acompaña al nacimiento de Felipe, custodia a la vida de
Felipe. La muerte es una sombra que le persigue, así mismo adquiere otra
connotación, más bien, de liberación, por así decirlo, como cuando el sacarse el cuerpo implica la
espiritualización, quizás el encuentro con uno mismo. Para decirlo
resumidamente, hay como dos formas de muerte, contrastadas, aunque haya otras
formas más, como las relativas al morir lenta o diferidamente. Como dice Blanca
Wiethuchter, la experiencia de la duplicación, el encontrarse en el otro,
supone la escisión[1]. Como en la poesía de
Jaime Saénz la novela comienza con el asombro del protagonista, Felipe Delgado;
le sigue el descubrimiento del otro,
al que se llega después de una larga experiencia dramática, de diferenciación,
de reconocimiento y de identidad. Sin embargo, no se identifica con el otro en todos los personajes con los que
se topa, sino tan solo con algunos, pocos. Se puede decir que la duplicación es
como retornar a sí mismo, después de
su extrañamiento. Se encuentra consigo mismo cuando el demonio se le parece, se
encuentra consigo mismo cuando se ve en el médico, más joven que el mismo.
También Ramona, en sueños, termina pareciéndose a él. Por último, termina
encontrándose consigo mismo en el desaparecer.
Sin embargo, en la
experiencia de extrañamiento y, dialectalmente, de retorno, a la vez, el
descubrimiento del otro no solo emerge
en las analogías, sino también en las diferencias; diferencias que no solo
muestran contrastes, hasta contradicciones, sino lo que el mismo niega o
rechaza. Por ejemplo, aborrece de José Luis Prudencio. Descubre que el
misterioso personaje del rumor que se propagó en la bodega es precisamente Prudencio, al que decide vigilar y
espiar. Empero, la curiosidad enigmática que siente por Prudencio va
desapareciendo hasta el desencanto, en la medida que se va aproximando y
observando, descubriendo sus secretos. Además de cojo, aparece como un
personaje cruel y hasta indiferente, incluso anodino y despreciable, salvo su
apego por la colección de muñecas que tiene en casa, además de su mujer, Ramona
escalera, que se parece mucho a una de sus muñecas apreciadas. Cuando ocurre
esto, cuando crece el desprecio por Prudencio, deja de interesarle y se deja
seducir por la belleza de Ramona.
Ramona se encuentra
cautiva en casa de Prudencio, sometida a control y vigilancia por parte del
enigmático esposo, también por parte de la hermana de este ignominioso
personaje. Incluso sufre violencia por parte de esta hermana, a lo cual
Prudencio es indiferente. El romance con Felipe Delgado es como una liberación;
empero, tampoco dura, como hubiera querido Felipe. A Ramona le detectan un
cáncer que la va a llevar a la muerte. Felipe vuelve a enfrentar la muerte como
ruptura, evento que le quita a sus seres queridos. La muerte de su amada va a
marcar la clausura de una etapa y el comienzo de otra, como en el caso de la
muerte de su padre. Va a buscar consuelo de una manera más desmesurada en el
alcohol, que lo va a llevar a la perdición, completa, casi al exterminio;
pierde todo, su casa, sus amigos no aparecen, en la bodega bebe con extraños, que se comportan agresivamente, se convierte
prácticamente en un pordiosero o no se diferencia en su aspecto de este
desventurado. Se refugia en casa del brujo Oblitas, quien lo cobija. Cuando se
encuentra completamente perdido, el Doctor Sanabria, Estefanic y Oblitas
conspiran para rescatarlo, prácticamente secuestrarlo y llevárselo a la finca
de Sanabria, para que allí se cure y se rehabilité. La situación y condición de
Felipe Delgado llegaron tan lejos del desamparo y la desdicha, a su propia
indigencia, que incluso la bodega, su
refugio, desaparece del escenario. Antes, como anuncio de la clausura, Amézaga
se convierte en el administrador de la taberna, el carpintero acreedor de
Ordoñez, Noé Salvatierra, compadre del bodeguero, se instala en la bodega y
perturba la armonía beoda del colectivo fraterno que se había formado. La
bodega es sustituida por la Carpintería del Diluvio Universal de Noé
Salvatierra.
En la finca del
Doctor Sanabria Felipe Delgado prácticamente se vuelve un abstemio, no toma,
salvo cuando lo visita Peña y Lillo, su amigo, que trae consigo botellas para
brindar, o en alguna que otra ocasión, como en San Juan. En la hacienda de
Sanabria tiene un altercado con el administrador de la finca, Menelao Vera,
quien confiesa que odia a Delgado. En la noche de San Juan le ruega que vuelva
a beber, para que vuelva a ser lo que siempre fue y, de esta forma se lleve la
maldición que ha traído a la hacienda. Felipe vuelve a beber y culmina la
conversación con Menelao rompiéndole una botella en la cabeza. Antes de su
desaparición Felipe se perdía intermitentemente, obligando a Vera a buscarlo y
encontrarlo en los lugares más recónditos e insólitos, como en un pozo
profundo; al final una tarde se pierde definitivamente sin que nadie después
pueda encontrarlo, a pesar de las incursiones organizadas tanto por Menelao
Vera y Peña y Lillo.
En la noche de San
Juan Felipe Delgado quema su cuaderno de anotaciones y memorias, que reaparecen
después de una subrepticia pérdida, altamente sospechosa y sintomática. Esta
quema de la escritura, que, por cierto, era valiosa, anuncia, como despedida,
la propia desaparición. Felipe Delgado no solamente se saca el cuerpo, emulando al aparapita,
sino que su cuerpo se esfuma, no aparece ni como cadáver, lo que obliga al
brujo Oblitas a preparar una sesión de brujería en La Paz para desvelar lo que
había acontecido o, en su caso, descubrir al culpable de su desaparición.
Sospechaba que fue Menelao Vera el autor de su supresión. A esta sesión solo
asistió Peña y Lillo. Oblitas encontró en la habitación el saco de aparapita
que improvisó Delgado, cosiendo a duras penas; para el brujo esta aparición del
saco era una prueba de que Felipe Delgado se encontraba y, al mismo tiempo, no
se encontraba en la casa, la última morada del protagonista errante, convertido
en un fantasma.
Conclusiones
Ahora bien, estamos
ante una novela, Felipe Delgado, que
es el nombre del protagonista de la narrativa, que se sitúa en una ciudad de La
Paz anterior a la guerra del Chaco, si se quiere en una coyuntura en el umbral
mismo de la guerra entre Bolivia y Paraguay, dos países empujados a la
conflagración por dos empresas trasnacionales del petróleo, pero también por
sus propias oligarquías criollas, en pleno contexto de la crisis de los
Estado-nación. Una guerra donde se disputaba el control del Chaco Boreal y de
las reservas hidrocarburíferas, en pleno contexto de la demanda energética de
la revolución industrial, todavía bajo la hegemonía británica. A través de la
novela se puede vislumbrar el perfil de la estructura social, de las
estratificaciones de las clases sociales de la formación social boliviana, por
lo menos de parte de este perfil, un poco sesgado en el enfoque literario de la
dramática de lo que se ha venido en llamar las clases medias,
preponderantemente mestizas. Ciertamente el personaje principal, Felipe
Delgado, experimenta los dilemas, el diletantismo, el dramatismo y la angustia
de la sedimentación social de la clase media, en las formas extremas de la
bohemia barroca y marginal paceña.
Desde esta perspectiva, se puede decir, que las enunciaciones relativas
a lo que hemos llamado el plano de intensidad filosófico y el plano de
intensidad ideológico son los recursos discursivos del protagonista para
interpretar esta experiencia abigarrada de los estratos medios y mestizos.
Manteniéndonos en esta perspectiva y en este enfoque interpretativo – puede
haber otros -, no se trata tanto de concentrarse en las tesis nihilistas o en
las tesis nacionalistas e indigenistas, tampoco así, concentrarse tanto en el
plano de intensidad pretendidamente místico o en la atmósfera especulativa de
la brujería, sino entender que se trata de recursos provisorios para
interpretar la experiencia singular de los estratos mencionados, solo que
asumidos de manera existencialista barroca y vividos en el dramatismo de
trayectorias de vida que se pierden en sus propios laberintos. La estética,
entendida como substrato de las sensaciones y las sensibilidades, que captan la
multiplicidad de los fenómenos percibidos, en este caso, estética de la novela,
adquiere la composición del entramado narrativo, la trama del antihéroe mestizo
de una urbe enclavada en plena cordillera de los Andes.
No pretendemos
sugerir una sociología de la novela, sino contar con esta referencia al momento
de apoyar una lectura arqueológica de
la novela, por lo menos en los términos y límites improvisados de unos
comentarios sueltos. Felipe Delgado, que puede corresponder a una biografía
ficticia del propio autor, Jaime Sáenz – entre otras biografías posibles -, es
un personaje descentrado de los ejes normativos y de los comportamientos
aconsejables de la clase media. Un personaje errante, deambulante de mundos,
que hacen como sus entornos, unos más valorizados afectivamente que otros;
mundos habitados subrepticiamente por el protagonista errante; de los que
obtiene lo que necesita para continuar su marcha sinuosa de una búsqueda
nebulosa hacia lo desconocido. No es la sociología la que va a dar cuenta de
esta escritura paradójica de Jaime Sáenz, pues la escritura literaria, la
narrativa de la novela se teje con hilos sensibles, componiendo figuras
imaginarias, otorgándoles contenidos simbólicos, que hablan más de las
dinámicas subjetivas inmanentes que de las estructuras trascendentes sociales.
Estamos ante una
subjetividad en crisis, que puede tomarse hipotética y provisionalmente, como
crisis de identidad; que empero no agota la comprensión y la interpretación de
lo que contiene como posibilidades expresivas el personaje central de la
novela. La condición de antihéroe de Felipe Delgado ya es, de por sí, una
crítica desde la literatura a la sociedad institucionalizada de entonces, a sus
pretensiones, a sus mitos y juegos de poder. El protagonista, entrampado en su
drama embrollado de vaciamiento continuo, busca refugiarse en oasis afectivos, en
la amistad y en el amor. Pero, es la muerte la que, intermitentemente, arrebata
a sus seres queridos, arrastrándolo, cada vez más, al abismo. Es la música la
que acaricia su ser, conmoviéndolo, recordándole los sentidos fundantes y
creativos, anteriores a todo sentido intelectivo. Y es el juego paradójico del
discurso lúdico el que amortigua la distancia del desconocimiento de la
alteridad inscrita en los cuerpos. Las paradojas, por lo menos muestran, el
quiebre de las certezas, las fracturas en el estallido de las contradicciones,
fracturas que se abren tanto al abismo, así como a la intuición de horizontes
utópicos.
La novela Felipe
Delgado es un acontecimiento literario, como tal, nos permite la lectura, vale
decir la reconfiguración, la apropiación por la lectura y la reinvención de la
novela en la experiencia de su decodificación, de su destejido, para volver a
hilvanar y tejer en la imaginación y la memoria hermenéuticas. Como dice Paul
Ricoeur, la narración está íntimamente ligada con la invención del tiempo, así
como la invención de la memoria de un pasado[2];
por eso mismo, una adecuación al presente fugaz y también dilatado, es decir,
una disposición a la espera y a la expectativa. El contexto de Felipe Delgado
no solamente es la formación social paceña de aquél entonces, sino,
hermenéuticamente, el contexto mismo
de la novela, no solamente boliviana, sino latinoamericana, además de la novela
mundial, con todas las concomitancias que pueda haber entre los más cercano y
lo más lejano, no en el sentido geográfico, sino de los apegos y las propias
lecturas del autor. También tenemos que referirnos al contexto cultural de su
época. ¿Cuánto de esto todavía sobrevive y es substrato de sedimentos
culturales e imaginarios hoy? No cabe duda de que sí queda, la herencia se
transmite cambiante, pues el pasado se actualiza y, obviamente se transforma.
La urbe paceña no es lo que fue en la preguerra del Chaco, tampoco exactamente
su estructura social, así como sus imaginarios sociales; sin embargo, en el
desenvolvimiento, despliegue y transformación de sus estructuras sociales y
culturales, en la ciudad de la hoyada, cobijada en los brazos de la cordillera
de los Andes, los cambios se dan a través de la conservación de lo heredado,
aunque en sus composiciones actualizadas se den combinaciones distintas. Para
decirlo parafraseando a Vicent van Gogh, Felipe Delgado ya no está, pero la
ciudad sigue todavía.
[1]
Ver de Blanca Wiethuchter Estructuras de lo imaginario en la obra
poética de Jaime Saenz. Obra poética. Biblioteca del Sesquicentenario de la
República; La Paz, 1975.
[2] Leer de Paul Ricoeur Tiempo y narración I, II y III. Siglo
XXI; México 1995.
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