La condición transfronteriza
La condición transfronteriza
Raúl Prada Alcoreza
A las demarcaciones y líneas imaginarias de los estados, sostenidas por la materialidad normativa, regulativa, burocrática, de las
instituciones, se oponen los flujos
transfronterizos. Por eso, muchas veces las fronteras funcionan, mas bien, como costuras de telas rotas; en contraste de las separaciones estatales. Aunque otras veces, debido, principalmente,
a las separaciones estatales y a las demarcaciones institucionales, se
interrumpen los flujos y se generan conflictos. Las poblaciones fronterizas se conocen, lo que no ocurre necesariamente
con las poblaciones alejadas de las fronteras, como las que están en el centro de la geografía política del país; las que más bien, se ignoran, o
mantienen, entre sí, estereotipos de las unas o de las otras.
Quizás una manera más adecuada de tratar el tema sea
el de replantear la cuestión estatal,
incluyendo sus demarcaciones y líneas fronterizas, desde las dinámicas
de las fronteras. Es como decir que, paradójicamente, las fronteras se suspenden justamente en las fronteras
mismas, a pesar de los estancos o muros que se pongan. Por ejemplo, las poblaciones fronterizas son bilingües,
cuando las naciones respectivas hablan distintas lenguas. También en las fronteras se comparten no solamente
actividades de comercios y transportes, incluso movimientos migratorios, sino
también hasta singularidades económicas.
Los dispositivos
normativos, regulativos e institucionales estatales resultan anacrónicos respecto a la vida social en las fronteras. Sin embargo, los gobiernos persisten en estos dispositivos, cumpliendo con la inercia de las costumbres burocráticas e
institucionales, además de reiterar su
apego a la ideología estatal. Se
puede decir que los estados tienden a generar conflictos en las fronteras;
en contraste, las poblaciones fronterizas
tienden a zurcir el tejido roto.
El reciente conflicto
fronterizo en la frontera boliviano-chilena es generado en los marcos de
los dispositivos institucionales estatales de ambos estados. Resumiendo, de una manera esquemática para
ilustrar, se puede decir que los estados se mueven en la “lógica” del conflicto; en tanto que las poblaciones fronterizas tienden a
generar tejidos, aunque no
necesariamente sea siempre así.
Hay, por cierto, una larga historia del conflicto
desatado por la guerra del Pacífico, por la ocupación de la armada del Estado
de Chile de los puertos bolivianos, a fines del siglo XIX (1879). Después vino
la conocida guerra del Pacífico, en la región; la pérdida del litoral boliviano;
la pérdida, por parte del Perú, el otro Estado inmerso en la guerra, de parte
de su territorio. Llegando a los “tratados de paz” de los dos estados aliados,
Bolivia y Perú, con el Estado chileno.
Entre Bolivia y Chile se firmó el Tratado de 1904. Sin embargo, desde entonces,
la trayectoria del conflicto no ha
concluido; continua en los espacios de la diplomacia, incursiona en los
terrenos de la política, se revive en las memorias nacionales, incluso en las
memorias populares. En cierto sentido, exagerando, para ilustrar, se puede
decir que la guerra del Pacífico no ha concluido; perdura[1].
Sin embargo, la frontera boliviano-chilena, ha sido
arduamente trajinada, no solamente por los volúmenes de carga de los minerales,
procedentes de Bolivia, sino también por las mercancías que ingresan,
procedentes de Chile; además por los movimientos poblacionales, principalmente
bolivianos. En la frontera, bolivianos y chilenos se conocen y comparten el espacio transfronterizo, a su manera;
dependiendo si se trata de comerciantes o campesinos; sobre todo, cuando se
trata de poblaciones de lenguas vernaculares, como el aymara y el quischwa.
También, claro está, hay encuentros intermitentes de funcionarios estatales. En
los últimos años, estos encuentros se han vuelto conflictivos.
Los dos gobiernos tienen sus versiones sobre los
recientes conflictos fronterizos; no se trata de atender a
los argumentos vertidos para justificar las maneras de proceder, que siempre
van a buscar justificativos institucionales; sino de distinguir estos conflictos fronterizos del conflicto
madre o la madre de los conflictos,
por así decirlo, que tiene que ver con las consecuencias de la guerra del
Pacífico. El conflicto pendiente,
aunque diga uno de los estados que “no hay conflicto pendiente”, no se resuelve
a través de estos conflictos puntuales en la frontera. Puede ocurrir que en los imaginarios estatales, el
conflicto pendiente se transfiere a estos conflictos
puntuales; sin embargo, esta transferencia no deja de ser imaginaria. Lo que se da en las fronteras, fuera de las relaciones conflictivas institucionales entre los estados, es el
flujo transfronterizo.
Aparte de la mirada
estatal se encuentran, contrastando,
las miradas de las poblaciones transfronterizas; así como
están las miradas de los pueblos y las
sociedades. La pregunta es: ¿los pueblos y las sociedades tiene una mirada propia o se encuentran inducidas
a asumir la mirada estatal? Parece que la cuestión se encuentra en este meollo. Si es la mirada estatal la que se
impone, es de esperar que los pueblos sean arrastrados al conflicto o a la filigrana de
los conflictos puntuales, generando enconos, sustentados por imaginarios estatales. Si los pueblos y las sociedades logran configurar miradas propias, basadas en sus experiencias y memorias sociales, es
de esperar que encuentren soluciones y consensos. Este parece ser el intervalo de posibilidades de la
solución al conflicto pendiente y a
los conflictos puntuales, además de
dar prioridad a las costuras transfronterizas.
El Estado-nación boliviano y el Estado-nación chileno
son dos estados que se sustentan en economías
extractivistas, con todas las diferencias que puede darse en sus singularidades; aunque uno tenga más
industrias que el otro, uno tenga una economía
más grande que el otro. La guerra del Pacífico ha sido el desenlace de la competencia
entre tres burguesías liberales, la
boliviana, la peruana y la chilena, por ser la intermediaria privilegiada
en la hegemonía británica del ciclo largo del capitalismo de entonces,
en el contexto de la llamada revolución
industrial. Ahora, las burguesías y
burocracias, la clase política, de los mencionados Estado-nación continúan la competencia por la intermediación privilegiada
en la transferencia de recursos naturales
a los centros de la geopolítica de sistema-mundo capitalista;
aunque unos lo hagan al estilo neoliberal, en tanto que el tercero lo
haga al estilo populista, en lenguaje
nacionalista-revolucionario. En otras
palabras, el substrato económico de la
guerra del Pacífico, la competencia por la intermediación,
persiste, haciendo de motor en la
perduración del conflicto y
manifestándose en conflictos puntuales.
Los pueblos y las sociedades involucradas tienen la responsabilidad de decidir; o seguir por
el mismo recorrido que derivó en la guerra del Pacífico, que ha generado las
largas hileras de conflictos
diplomáticos, políticos, institucionales, fronterizos;
o abrir otros caminos, que respondan a las autogestiones,
a los autogobiernos, a las construcciones sociales de consensos y de tejidos, no solamente transfronterizos,
sino de confederaciones de los
pueblos y sociedades.
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