Réquiem para un Estado Plurinacional ficticio
Réquiem para un Estado Plurinacional ficticio
Las condiciones de posibilidad de la interpretación
Raúl Prada Alcoreza
Ningún instante es el mismo, ninguna singularidad es igual a otra o equivalente, es única. Cada momento es diferente y, obviamente, es diferente no solamente respecto a sí mismo, lo que fue en un momento distinto, en otro momento, en otro instante, incluso en el instante inmediatamente anterior. También en otro contexto, puesto que la singularidad habita, por así decirlo, un espacio-tiempo de singularidades. Este es un contexto de singularidades, se relaciona con otras singularidades, se asocia como estas singularidades y conforma composiciones como estas singularidades.
Compartamos lo siguiente, que es, más o menos, lo que hemos dicho, un tanto de acuerdo con Paul Ricoeur, incluso con Hayden White, que la historia es un relato, es una narración. También podemos coincidir con Marc Bloch, que la historia es lo que hacen los historiadores, refiriéndose a su ocupación y su práctica. Llegando a Peter Sloterdijk, podemos tener en cuenta su hipótesis interpretativa de que la historia moderna, transcurrida desde 1492 hasta la finalización de la segunda guerra mundial, 1945, es el lapso donde donde se emprenden los grandes viajes, que cruzan los océanos y terminan circunnavegando la esfera terrestre. Es cuando se dan las condiciones de posibilidad culturales, económicas y sociales para la llamada globalización, que entendemos también como modernidad. Una vez concluida esta etapa, que propiamente es histórica, por la gran narrativa de su interpretación, por la pretensión global de una historia universal, desde 1945 en adelante, se estaría viviendo lo que se llama la posthistoria. Sin discutir todavía todos estos enunciados, correspondientes a estas hipótesis, lo que nos interesa, de momento, de partida, es tener en cuenta que cualquier análisis del presente, en el presente, compuesto de coyunturas, en la coyuntura actual, que, además, se tenga en cuenta los contextos y las temporalidades. El acontecimiento tiene que situarse en la composición de su contextualidad y su devenir.
No es lo mismo hablar de crisis económica, política, cultural y social en 1929, que en lo que lo que ocurre en 1970, tampoco con lo que ocurre desde el 2008 en adelante, las crisis más recientes generalizadas. Para situarnos en el presente, 2024, tampoco en este caso la crisis es la misma, a pesar de ciertas estructuras subyacentes al sistema mundo capitalista y al ciclo largo capitalista vigente. Hemos compartido con Emanuel Wallerstein en que no hay una historia del capitalismo nacional, sino que hay un historia del capitalismo mundial, porque el capitalismo es un modo de producción mundial, es, sobretodo, un sistema mundo capitalista, que las llamadas historias nacionales del capitalismo no son otra cosa que las singularizaciones del desenvolvimiento del sistema mundo capitalista. Parafraseando a Wallerstein, nosotros dijimos que no hay una historia nacional del Estado, sino que se dan en el contexto de la historia del orden mundial de las dominaciones, donde aparecen las singularidades de la realización de esta dominación, primero colonial, después imperialista y, tomando la palabra a Antonio Negri y a Michael Hardt, luego del imperio. Entendiendo imperio como lo entienden en su libro que lleva el mismo título, el mismo nombre: Imperio.
En consecuencia, para hacer un análisis de la crisis múltiple del Estado nación, debemos situar esta crisis y este Estado en el contexto de la orden mundial, en la coyuntura y el momento determinados, en el contexto particular en el que se inserta el Estado como composición institucional.
Volviendo al libro El mundo como voluntad y representación de Arthur Schopenhauer, podemos coincidir con el filósofo en que nos movemos en el mundo de las representaciones y no en el mundo efectivo. En este sentido hay que tener en cuenta que cuando hablamos de Estado, sobretodo de Estado nación, que es un concepto de la ciencia política y de la filosofía política, si bien el concepto puede mantener su estructura categorial, es decir, su significado teórico, eso no quiere decir que el Estado conceptual sea el mismo Estado efectivo, como tal. El Estado efectivo se desenvuelve en formas de gobierno, asume determinadas políticas, se constituye institucional y jurídicamente, afincándose en el epicentro de la polis, la ciudad. Se configura, conforma y constituye de una determinada manera, construye a su sociedad institucional y registra a su población cuantificada, garantizando y dando lugar a su economía y a su cultura. El Estado conceptual y el Estado efectivo no son lo mismo. En realidad, recurriendo al Uso crítico de la teoría de Hugo Zemelman Merino, debemos organizar y recomponer constantemente el concepto, actualizarlo y contextualizarlo para evitar el anacronismo entre concepto y realidad efectiva.
Por lo tanto, las discusiones que hubieron sobre el Estado nación, a principios del siglo XX, no pueden mantenerse como válidas en una etapa posterior, por ejemplo durante la revolución de 1952 en Bolivia. Menos aún si hablamos de la problemática estatal y de su crisis múltiple, evidenciada en la movilización prolongada del 2000 al 2005. La situación y las condiciones de interpretación también cambian después del proceso constituyente y la promulgación de la Constitución en 2009, sobretodo cuando ya se ha experimentado la forma, la manera y la institucionalidad efectiva del llamado Estado plurinacional, que, como hemos dicho, de plurinacional solo tiene el nombre. Entonces, estamos hablando de distintas situaciones y condiciones de realización, por lo tanto, dadas en distintas condiciones de interpretación. Sin embargo, sabemos que esto no se tiene en cuenta en la formación discursiva política; se mantiene una suerte de continuidad lineal de las discusiones, como si los contextos no hubieran cambiado, como si las problemáticas no habrían vivido desplazamientos. En consecuencia, las interpretaciones políticas, incluyendo a los análisis políticos, se vuelven anacrónicos, en la medida que pasa el tiempo y nos situamos en coyunturas y contextos diferentes, en relación a lo que podríamos llamar las referencias básicas, tanto espaciales como temporales, tanto contextuales como coyunturales.
Al principio del siglo XX y en adelante el problema que preocupaba a la intelectualidad era el de la constitución del Estado nación, dado de manera efectiva e institucional, así como preocupaba la soberanía nacional, basada en la defensa de los recursos naturales. En este itinerario se encuentran Sergio Almaraz Paz, René Zavaleta Mercado y Marcelo Quiroga Santa Cruz. Incluso también, desde antes, se ocuparon de esta preocupación Aguirre Gainsbourg y Tristan Marof. Así mismo, se ocuparon de la problemática ideólogos como Guillermo Lora, que, a diferencias de los anteriores, lo hacía desde la perspectiva de la revolución permanente. El ideólogo trotskista se plantea un Estado nación de transición al socialismo, basado en la alianza obrero-campesina, que logre la soberanía, sustentada en la defensa de los recursos naturales y en su industrialización.
Efectivamente la revolución se da en 1952, pero no se trata de una revolución socialista, sino de la revolución nacional, de una revolución que convierte en preponderante el carácter nacional popular, emergido de la insurrección proletaria y campesina, donde el marco estatal es el de el Estado nación, que se materializa en una institucionalidad revolucionaria de carácter nacionalista. Las milicias obreras y campesinas se mantienen durante doce años, los doce años de la revolución nacional, para sostener a un régimen de carcteristica nacionalista revolucionaria, muy distinto a lo que esperaba Guillermo Lora, muy distinto a la dictadura del proletariado y al programa de transición, que estaba establecido en la Tesis de Pulacayo y, después, en las tesis de la COB.
Se puede decir que la resultante de la correlación de fuerzas, de la concurrencia de fuerzas, no es lo que esperan los programas políticos, los postulados ideológicos, los objetivos inherentes al partido; esto no sólo respecto al programa y a la ideología trotskista de la revolución permanente, sino también al programa de la revolución por etapas del Partido Comunista de Bolivia. Lo mismo ocurre con los objetivos del Movimiento Nacionalista Revolucionario, que si bien su proyecto se acerca más a lo que efectivamente ocurre, lo que ocurre se le escapa de las manos, no controla los desenlaces políticos. El MNR quiere evitar la nacionalización inmediata, pero no puede hacerlo por la intervención de las milicias de la COB; el MNR quiere una reforma agraria institucional, que podemos denominar de vía farmer, pero no puede cumplir con su objetivo, puesto que los sindicatos campesinos y los ayllus toman las haciendas en el altiplano y en los valles.
El desenlace histórico es irónico respecto a la voluntad de los involucrados, de los actores políticos, incluso de los actores sociales. Nadie controla el conjunto de las variables intervinientes, sólo pueden controlar algunas, las que tienen que ver con la convocatoria, las que tienen que ver con las políticas de Estado, las que tienen que ver con las políticas sociales, en tanto no controlan las resistencias sociales. No controlan el conjunto de las variables, son incontrolables una vez que las acciones desencadenan sus efectos, los desenlaces son insospechados, incluso podríamos decir azarosos.
La preocupación por la constitución del Estado nación se diluye en el periodo de las dictaduras militares, las que usan un argumento fútil, de qué la revolución ya se ha dado y de lo que ahora se trata es de administrar la revolución. Ésta se da por la vía y mediación de los militares, que aplican de manera dictatorial sus propios caprichos, que corresponden a los mandatos de la embajada norteamericana, también del pentágono y a sus servicios secretos. Cumpliendo con la voluntad de control de las reservas energéticas, sobretodo del petróleo, por parte de las empresas trasnacionales estadounidenses norteamericanas.
Lo que viene después, en el contexto de las resistencias contra las dictaduras militares, corresponde a la disminución de los alcances y los objetivos políticos, incluso podríamos hablar de una disminución ideológica, del despliegue del cortoplacismo, impreso en las acciones. Solo se trataba de sacar a las dictaduras militares e iniciar un periodo democrático, que se llamó la recuperación de la democracia. La democracia misma ya no era la convocatoria y la acción de las multitudes, de las asambleas y de la deliberación social, mucho menos la acción directa. La democracia se convierte en una pálida caricatura institucional, que se resume a la votación cada cierto tiempo. Es explicable entonces que la UDP, la Unión Democrática y Popular, una débil imitación de la Unidad Popular de Chile, sólo se proponga un programa demasiado estrecho de reformas, renunciando a las nacionalizaciones. El único que propuso un programa de nacionalización, en este contexto liviano, fue Marcelo Quiroga Santa Cruz, que recogió la herencia de la lucha por las nacionalizaciones, buscando que tengan efectos estatales, que logren también nacionalizar el Estado y el gobierno.
En el llamado periodo de la recuperación democrática la política se sumerge en la crisis múltiple, se estrecha dentro de un margen mezquino de limitaciones. Es en esta situación de debilitamiento social y político que emerge el proyecto neoliberal, en el contexto del derrumbe de los Estados socialistas de la Europa oriental y de la Unión Soviética. El ajuste estructural, la privatización de las empresas públicas y de los recursos naturales fueron el tono de los comportamientos de las políticas neoliberales, que, supuestamente, proponen un Estado chico, el achicamiento del Estado, entregando la soberanía a la hegemonía económica de las trasnacionales. El costo social de estas políticas no se hizo esperar, tampoco las resistencias al proyecto neoliberal, que tardaron un tiempo de pasar de la resistencia a la ofensiva, imprimiendo el sello social y popular indígena, en lo que se vino en llamar la movilización prolongada, del 2000 al 2005. Esta movilización heroica abre horizontes nuevos y actualiza la potencia social, en el contexto y en las condiciones de la crisis múltiple del Estado nación y del sistema mundo capitalista de entonces.
La preocupación por el Estado Plurinacional sustituyó a la preocupación por el Estado nación. El proceso constituyente fue el recurso institucional, en el contexto turbulento de realización de un nuevo marco jurídico y político de transformación institucional. Sin embargo, esta voluntad quedó truncada ahí con la llegada al poder de un conglomerado político, que no era ni partido, tampoco movimiento, aunque sí contenía en su seno a organizaciones sociales, emergidas y fortalecidas durante la resistencia al neoliberalismo. El Estado Plurinacional se redujo a la promulgación del texto escrito de la Constitución, que nunca se cumplió. El desenlace político fue la de la conformación de un gobierno con características barrocas, compuesto por la forma de gubernamentalidad clientelar. Otra vez la historia jugaba con ironía, con las resultantes de la correlación de fuerzas. Las gestiones de gobierno del MAS no fueron otra cosa que una comedia grotesca, tanto de la versión nacional popular, como de la versión implícita en la Constitución, que tiene que ver con la descolonización. Este remedo sirvió para enriquecer a una casta política gobernante, que corresponde al ovillo de la dependencia, que está al servicio de las trasnacionales extractivista y de los cárteles.
En otras palabras, la problemática estatal se diluyó a lo largo de los periodos mencionados, prácticamente desapareció. No es tratada ideológicamente, ni teóricamente, ni políticamente, no es asunto de los partidos políticos involucrados. A lo que se reduce el tratamiento de la problemática es a obtener una democracia institucional, a recuperar la institucionalidad; esto es lo que se puede recoger de las voces de la llamada oposición. El coro de intelectuales preocupados por la crisis institucional acompaña está proyección política. En contraposición, el sector oficialista se reduce a decir que se cumplió con la Constitución, que se está, por decreto, en un Estado Plurinacional, que debería ser, además, de acuerdo a la Constitución, Comunitario y Autonómico; sin embargo, esto queda completamente soslayado en la versión de los voceros oficialistas. Consideran que el Estado Plurinacional se reduce a cambiar de nombre al mismo Estado nación en crisis, que lo plurinacional corresponde a la incorporación de dirigencias del partido oficialista a la gestión de gobierno y a la administración del Estado, gestión de gobierno y administración del Estado que han servido para desplegar una expansiva corrosión institucional y a una galopante corrupción. Esta vez la ironía de la historia ha llegado a lo grotesco político.
En la actualidad, en la coyuntura, en el momento presente, en los contextos definidos en este ahora, donde se desenvuelve la crisis múltiple de manera vertiginosa, todo se ha diseminado y se mueve en estrechos márgenes, excesivamente mezquinos. Las grandes narrativas se han hecho trizas, las ideologías prácticamente han desaparecido, los postulados políticos, de cierto alcance, también han periclitado, todo se resume a las más groseras formas del círculo vicioso del poder. Lo que importa es mantenerse en el poder o, en su caso, llegar al poder y preservarlo a como dé lugar, con la salida más insólita, con las prácticas más sinuosas, con las formas institucionales más corroídas, con la corrupción más galopante. Se resalta la miseria humana.
En Bolivia el anhelo político se ha reducido a la unidad de los bolivianos o, en su caso, a continuar el camino decadente del asesinato del proceso de cambio, que de cambio no ha tenido sino el nombre. Lo único que se ha desplazado es la forma clientelar más espatosa, el manejo más doloso de la cosa pública, el desenfreno más compulsivo de enriquecimiento, a costa de los recursos del Estado, mal administrados, a costa de los recursos naturales, entregados a las trasnacionales extractivistas. En otras palabras, los horizontes han desaparecido, sólo hay el círculo estrecho del minuto presente, del mezquino minuto presente de la decadencia.
En este contexto, en este panorama, en este balance, en esta situación calamitosa, ¿qué se puede esperar? ¿Volver a plantear la problemática del Estado, la cuestión nacional, la restauración del Estado nación? ¿Insistir en recuperar la visión del Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico, que se establece en la Constitución? Sobretodo, después de que la ironía de la historia ha jugado con desenlaces paradójicos, con la resolución teatral tanto del Estado nación como del llamado Estado plurinacional.
Nuestro planteamiento es el siguiente: Ya no es posible replantear la cuestión nacional, la cuestión del Estado nación, tampoco la cuestión del Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico. Resultaría anacrónico hacerlo, aunque mucho menos en el caso del Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico establecido por la Constitución, puesto que no se puso un solo ladrillo, no se tuvo ni la más mínima voluntad por realizar transformaciones estructurales e institucionales para la construcción del Estado Plurinacional. En este caso, amerita continuar la evaluación crítica de lo que ha ocurrido, desde la perspectiva de las dinámicas complejas, que hacen a las dinámicas moleculares sociales y a las dinámicas molares sociales.
Ahora bien, es importante no olvidar las estructuras de larga duración, que hacen a los ciclos largos, medianos y cortos de las temporalidades sociales. En un contexto mayor, no olvidar las distintas urdimbres y texturas del tejido espacio-tiempo territorial y ecológico, que cobija a las sociedades humanas y a las sociedades orgánicas. En las estructuras de larga duración es importante no olvidar que, en el continente de Abya Yala, la configuración preponderante de los pueblos y sociedades se da en términos de confederaciones y alianzas territoriales, además de filiaciones coprorales. Las estructuras piramidales son tardías, incluso si consideramos la historia de Caral, además de tener en cuenta los referentes de Tiwanaku, del Tahuantinsuyo, de los mayas, de los mexicas. Las estructuras piramidales se dan tardíamente, ampliando la mirada se trata de 3000 años antes de nuestra era. En el caso de Caral pasa algo parecido a lo que pasa con Tiwuanaku.
Empero, las comunidades ancestrales, los Ayllus, las sociedades sin Estado, los tejidos sociales vitales primordiales son más antiguos, tenemos que hablar por lo menos de unos 15000 años atrás. Cuando llegaron los conquistadores se encontraron con estructuras sociales piramidales, que prácticamente habían desaparecido, como en el caso de los mayas, y con estructuras sociales piramidales persistentes, como en el caso de los mexicas y de los incas. Cuando tomaron Tenochtitlán conquistaban la metrópoli agrícola urbana más grande del continente, pero esto no equivalía a tomar el continente mismo, que estaba mayoritariamente poblado por conferenciones de pueblos y sociedades. Al respecto, se puede hablar inclusive de la derrota de los españoles en combate frente a estos pueblos guerreros, uno de los casos paradigmáticos es la derrota de los españoles por parte de la nación y pueblos mapuches confederados.
Teniendo en cuenta la mirada retrospectiva para hacer un análisis crítico del presente, avisorando nuevos horizontes, es menester, como hemos dicho antes, de desandar el camino, recuperar la memoria y abrirse hacia el porvenir, que libere la potencia social, los saberes las convivencias y consensos comunitarios, la solidaridad y complementariedad ecológica entre los seres.
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