Paisaje asoleado
Paisaje asoleado
Sebastiano Mónada
El sol de la mañana se aposenta en mi rostro,
el frío de la noche huye despavoridamente.
Animal nocturno buscando refugio.
No quiere que las llamas lo quemen,
convertirse en ceniza que se lleva el viento.
El valle se desnuda dejando su ropaje
en el suelo todavía helado,
bañándolo de colores variados
en la textura del cuadro paisajista,
llenando de placer a la vista.
Al fondo las montañas rocosas,
asombradas, hacen de muralla,
obligando a la estrella a ascender
para sembrar semillas solares
en el humus que respira sueños
y exhala árboles de eucaliptos,
queñuas marrones y pinos verdes,
en ausencia de otros arrancados,
convertidos en fantasmas urbanos,
elevando su enramada danzante
al ritmo lento de las estaciones.
Trepando la pendiente, el bosque,
busca saltar el muro de la cordillera,
para encontrarse con el otro valle,
que escapó de la hoyada prisionera
de los brazos de la cadena de montañas,
maternales, envolventes y posesivas.
Detrás de la muralla petrificada
resbalan columnas de valles exploradores,
siguiendo la huella de los ríos,
inventores de selvas y bosques,
que resiten a la desforestación del mercado,
a la compulsiva expansión ganadera,
a la inescrupulosa desertificación soyera,
a la contaminación y depredación minera.
Hay que agradecer al sol su esplendor,
que alienta el movimiento de los climas
alrededor del planeta entusiasmado.
Hay que agradecer que está en el centro
moviéndo el carrusel astronómico,
donde se montan las ilusiones del tiempo.
Pues no hay tiempo, tampoco espacio,
sino tejido de hilos vibrantes
e intrépidas ondas musicales.
El sol se queda en la piel, memoria luminosa,
huella del estruendo inicial del universo,
comienzo, origen presumido,
cuando se hace el boceto
de la nave cósmica en viaje eterno.
Por eso en la Tierra todo parece migrar,
todo muta, se transforma y deviene.
Metamorfosis de enjambres de mariposas,
génesis dialéctica de laboriosa semilla,
transformación de la energía en materia,
talentosa composiciones de las ondas,
nómada hominización ancestral,
heroica humanización antigua,
rebelde liberación humana
en búsqueda del destino astral.
En el paisaje se mueven los resplandores
de las palpitaciones y llamas solares;
los colores cambian de tono,
la brisa acaricia las hojas de las ramas,
achachilas de la cordillera mudan ropas,
abrigan la desnudez húmeda de las rocas,
el valle avanza despacio a su desaparición.
Detrás de las montañas nos espera
la persistente gerrilla de Ayopaya.
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