Crepúsculo político
Crepúsculo político
Sebastiano Mónada
Se derrumba la anacrónica edificación,
dislocación del tiempo, desajuste espacial,
construida por palabras elegantes,
pronunciadas por doctorcitos inhóspitos.
Apoteosis fantasmagórica de la inauguración
de la violencia, eterno retorno al crimen inicial.
Antigua arquitectura de ceremonias simbólicas,
ritos sin magia de sacerdotes desacreditados,
convertida en escenario de espectáculos estridentes.
Los fantasmas abandonaron las casas solariegas
ocupadas por ferias y bullicios de fiestas bochornosas.
Hace presencia la diseminación copiosa
del montaje gigantesco del aparato del terror,
la farándula de comediantes improvisados,
en el teatro cruel imaginado por Sade.
Los palacios donde se alojan los funcionarios celosos,
Inventados en la primera ciudad del comercio y la tributación,
los representantes del pueblo, personajes estereotipados
en la comedia gris de la legislación anodina,
exigentes amigos del pueblo, del que se olvidaron,
aposentados orondos en su curules,
irremediablemente se desploman
en implosión estruendosa, apocalíptica.
El jerarca, atrapado en su burbuja, levitando,
perdido en el laberinto de su soledad vacía,
sostenido por cánticos de eunucos modernos,
no se da cuenta del derrumbe abrumador
del régimen de la prebenda y la demagogia.
Sus colaboradores insisten en la embriagante ilusión,
delirante sueño de sujetos desgarrados tempranamente,
atiborrados por el acumulo de frustraciones aplastantes,
encanto de la compulsiva propaganda narcotizante.
Los deseos insatisfechos han intoxicados sus cuerpos enfermos.
Chirría la máquina oxidada antes de morir.
Gime atrozmente desvencijandose,
mostrando patética, su inutilidad desbordante.
Arrastra consigo a todos sus huéspedes,
creyentes de la eternidad del fabuloso artefacto
de la administración de leyes que no se cumplen.
Agoniza la monstruosidad anacrónica del Leviatán,
adefesio monumental construido por sacerdotes
y burócratas de la contabilidad tributaria,
defendida por mercenarios y ejércitos sanguinarios,
tolerada por pueblos adormecidos por el nihilismo,
la insoportable voluntad de la nada.
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