Réquiem para una república

 

Réquiem para una república

 

Sebastiano Mónada

 

 



   

Bajo un cielo desolado, la sonrisa celeste desaparece,

la ausencia de juguetonas nubes se extiende;

señal del desierto, que avanza comiéndose las selvas.

No pueden huir ante el bombardeo granulado de la arena

y las heridas abiertas por los tractores en la tierra.

 

Deambulan sin rumbo, emboscados por la soledad del Chaco perdido.

Sedientos hasta secar el alma en las enramadas angustiosas del bosque;

testimonios lánguidos de la columna abandonada por los generales,

estrategas de la derrota, acongojados se ahogan en néctar.

No pueden recuperarse del hundimiento en el pantano.

 

Vaciados hasta quedar sin órganos ni esperanza,

caminan perdidos por las arenas calientes de la nada.

Los encontraran así, dando vueltas, llevando el fusil sin apuntar,

enloquecidos por el sol de mediodía y la desilusión.

Quedaron abrazados de la sequedad de rocas diseminadas,

esqueletos meditando su vida abruptamente cortada.

 

Nunca serán padres ni esposos, menos abuelos;

los recordaran en la tumba vacía del soldado desconocido.

Los elocuentes gobernantes los nombraran como héroes,

en discursos que demandan reconocimiento ególatra,

por una guerra no peleada por ellos y entregada al trueque.

Piden confianza ilimitada al pueblo espectador,

mientras en el teatro cruel la comedia burlesca

se repite circulando hasta el ostracismo.

 

Despedazaron al país recibiendo a cambio ferrocarriles;

Ahora entregan sus bosques al fuego devorador

a cambio de semillas mulas y tierra arrasada para aposentos

de bueyes que miran directamente la muerte,

con ojos de galaxia en avalancha hacia la oscuridad

de su propio sepulcral ombligo constreñido.

 

Nietos sin memoria de antiguos excombatientes

deambulan en semejanza sobre desierto urbano,

sin alternativa, obligados a elegir a sus amos.

Espectros anticipados a la desolación, avanzan sonámbulos,

se ilusionan con las promesas estériles del caudillo repetido.

 

Tiempo, condena circular del eterno retorno de lo mismo;

espacio desenvuelto, ausencia de voluntad rendida.

El tejido quiebra sus hilos que ya no vibran,

hundiéndose la existencia en el vacío fatal,

donde no orbita ni huye, se abandona en oquedad,

a la tumba del silencio sin memoria, sin palabras.

 

Réquiem, liturgia de difuntos, descanso y despedida;

entierro de los muertos que asolan los suelos.

Tristeza inmensa pesa sobre los pueblos.

La atmósfera se lleva antiguos entusiasmos,

solo queda la voluminosa angustia,

creciente enredadera de cementerios.

El lluvioso llanto apenado de las familias

y miradas que migran, aves en viaje al horizonte.

 

La cosa pública ha muerto, la ilusión del Leviatán ha fallecido;

su cadáver hace de cimiento en arquitectura de simulación.

Una corte de eunucos sostiene las fantasías del emperador,

mientras se difunde su retorno en caballo apocalíptico.

 

Continuidad intermitente del holocausto de los bosques,

sangrado doloroso de las rocas, vaciamiento de las vetas,

envenenamiento despiadado de las aguas,

saturación infame de las cuencas,

contaminación depredadora de los suelos,

creciente suciedad polvorienta de los aires.

Diseminación, el planeta descompuesto se deshace,

se apaga, se ahoga, deja de respirar, agoniza.

 

La población hipnotizada seguirá eligiendo entre los amos

al mejor patrón enmascarado que los esquilma.

Deambula en laberinto de ruinas, ciudades destruidas,

buscándose, siguiendo la huella de sus pasos perdidos.

  

 

 

 

 

 

 

 

 

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