Baruch Spinoza

Baruch Spinoza

 

Sebastiano Mónada

 

 




 

 

 

 

 

 

 

 

La nave de la lucidez te llevó lejos,

miraste más allá del horizonte.

Habla incendiaria, bosque de rayos,

Entramados del logos vibrante

en la oscuridad impenetrable.


Escribiste como gramático nómada,

perseguido por sacerdotes enhiestos

y barbones rabinos celosos,

erguidos como columnas de Hércules,

prohibiendo cruzar sus límites 

dibujados en el mapa inhóspito

de las consciencias culpables.

 

Te temieron desde siempre,

como se teme a la profesía escrita 

en los húmeros huesos petrificados, 

desde cuando no había memoria.

 

Temieron tu palabra sabía y luminosa.

Por eso te cercaron, querían encerrarte

en la penumbra tejida por sus sombras.

Por eso te prohibieron publicar 

tus profundas reflexiones sobre la eternidad,

la existencia infinita,

la substancia creativa,

el cuerpo deslumbrante,

el espíritu sanguíneo.

 

No te perdonaron hasta ahora

haber descifrado la extensión interminable 

del constante tiempo musical,

polifonía inédita del cosmos.

Las consciencias desdichadas te castigaron,

queriendo desahogar su angustia muda,

sus miedos incontenibles,

su terror a la proliferante vida.

 

Nuca sospecharon que trascenderás a la muerte, 

que te prolongarás más allá de sus muros siniestros.

que encontrarás la alegría en el amor intelectual,

estética del pensamiento conceptual.

Por eso te envidian desde la mirada fúnebre 

entorpecida de los cementerios.

 

Diseminaste su niebla espesa

con la antorcha de la razón crítica,

rizoma de hilos artesanos

en el tejido de las interpretaciones.

Logrando hacer vísible los nudos

de la existencia donde Dios es la naturaleza

en la asociación inventiva de las partículas

infinitesimales e inquietas.


Donde el humano se conmueve 

en un cuerpo bello en su desnudez

fluida, acuática y alucinante.

Composición de óndas rápidas,

persiguiendo la luz fugitiva,

melodía de óndas lentas,

inventando la danza de las brisas

y de las olas regocijadas

en el placer del movimiento.

Ritmo de la armoniosa polifonía

del coro de galaxias enrolladas.

 

Estás más allá del bien y el mal, 

más allá de la moral inquisitoria, 

teatral de los sacerdotes grises

y los rabinos entumecidos, 

de los déspotas crepusculares

y funcionarios anodinos. 

Tu Ética es inmanecia secreta

de la potencia de la vida.

 

Nadie sabe lo que puede el cuerpo, 

nadie sabe lo que sabe la piel,

plegada en sus afectos profundos.

Intimidad de la potencia inscrita

desde siempre en las ondas 

desprendidas de las cuerdas

del trovador panteista.


Desplegada en sus acciones radiantes,

del somatismo sensible de organismos vitales.

Nadie sabe lo que el pensamiento esconde,

tesoro de alargadas vetas magmáticas,

serpientes refugiadas en las entrañas del planeta,

dejando atrás a la consciencia enquistada

en su recóndito resentimiento,

refugiada en las tupidas enredaderas

de las ilusiones de la imaginación.

 

 

 

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