Inminencia
Inminencia
Sebastiano Mónada
Un día solar se manifiesta en cielo despejado,
bóveda ensimismada en su meditación interminable,
concentrada en busqueda de nirvana imposible,
desparramando filudos cuchillos invisibles
en la ciudad atravesada por calles desiertas.
Una arboleda de eucaliptos y pinos se extiende,
cargando con esfuerzo sus memorias botánicas,
desprendidas de sus enramadas
invitando al viaje de nostalgias
a las miradas aladas de mariposas.
Las casas solitarias miran,
desde sus ventanas dormidas,
diseminación solar atmosférica,
límpida y pura, cristalina
como agua de montaña
convertida en vaporosa
enunciación metafísica.
Detrás de la mirada la pregunta por el sentido.
Inmanencia oculta en divagación de las cosas,
mientras transcurren flujos del acontecimiento
vital, pronunciado en ciclos climáticos,
sin que nadie se dé cuenta del develamiento.
La calle empedrada serpentea buscando refugio,
aplastada por el peso solar que quema a su paso.
Cae como polvo de oro diseminado
en la atmósfera indiferente a los hechos.
Mientras los humanos se esmeran
por ser importantes,
hasta reconocidos
por sus hazañas inútiles.
Las preguntas no tienen respuestas,
salvo si tenemos fe en escrituras sagradas,
entregadas a profetas perdidos en el desierto,
enloquecidos en el laberinto de dunas,
que lentamente se trasladan silenciosas,
sitiando envolventes a viajeros solitarios.
Retornan ungidos por la revelación,
nocturna y secreta de las tablas,
trayendo el mandato de escritura divina,
talladas por las tormentas de rayos,
a conducir sus rebaños descarriados,
por el sendero de la reconciliación.
Ofrecen salvación después de la muerte,
a los innumerables pecadores
y agobiadas consciencias culpables.
Promesa inverificable durante la vida.
Solo la confianza en la palabra
convierte la entrega en esperanza.
Poblaciones de mortales sueñan con la eternidad,
peregrinan al calvario de los condenados de la Tierra,
entregando sus magullados cuerpos como sacrificio.
Esperando la resurrección de los muertos,
para acompañar a los ángeles en coro celestial.
En tanto las élites se apoltronan en palacios babilónicos,
arquitectura de pornográfica ostentación de riqueza.
Los gobernantes hablan a nombre de pueblos fantasmas,
estridentes voceros impostores de demandas.
Los traficantes controlan rutas y territorios,
empujando el circuito del goce banal
y de la ilusión pasajera trivial.
Los fabulosos oligopolios asesinan el porvenir,
argumentando que ese es el futuro.
La primavera ya no tiene flores,
la sequía ha abolido la alegría de sus colores,
las talas de árboles cometen crímenes
de lesa naturaleza contra los bosques.
La minería contamina cuencas,
dejándo flotar cadáveres de peces,
mostrando macabro espectáculo.
Las chimeneas de las industrias
ensucian el aire asfixiando a los seres.
Anuncio del Apocalipsis venidero.
Inminencia de la exterminación crepuscular,
inscripción en el horizonte ensangrentado
de los signos de la desaparición total.
Ciclo largo del antropoceno iniciando
la dilatada destrucción planetaria.
Solo detenible por la reinserción
de las sociedades a los ciclos vitales.
El día asoleado continua pintando concavidad
atmosférica paradisica de acuarela celeste,
la enramada de los árboles se bambolea,
danzando al son de la brisa juguetona,
la calle serpenteante sigue su curso,
empedrado de ilusiones románticas,
sin inmutarse de la tragedia que se cierne
en los umbrales de un horizonte incierto.
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