Puesta en escena

Puesta en escena 

 

Raúl Prada Alcoreza

 

 





 





Puesta en escena, traducido espontáneamente, en el uso práctico de la gente, desde la frase francesa que se expresa como mise-en-scène. Se trata de una concepción derivada del ambiente estético de las llamadas artes escénicas, posteriormente proyectada y asumida por el cine. La concepción se remite al diseño global de las condiciones figurativas de la producción cinematográfica. La expresión de puesta en escena es usual en diferentes contextos de representación. Si bien la concepción emergió en el ámbito de las artes escénicas,  refiriéndose al diseño general de una producción, la semántica de sus significaciones depende de las prácticas y de los contextos donde la misma se expresa.



Ciertamente, el manejo usual de la frase concurre cuando puesta en escena se refiere a la composición audiovisual. Hablamos de aquello que se hace visible en el escenario, respondiendo a la trama desenvuelta del autor y el director del montaje. La puesta en escena incluye el vestuario, la escenografía, el decorado, la caracterización, el sonido y las actuaciones. Es decir, lo que observa el público. A esto se llama usualmente puesta en escena.

 

 

Hay que tener en cuenta el papel que cumplen los personajes, los protagonistas en el desarrollo de la trama. Los impactos, las impresiones, los efectos desatados en una escenificación. La composición escénica comprende al vestuario, la escenografía, la coreografía. De todas maneras, la puesta en escena varia de acuerdo a los contextos donde ésta es montada, por ejemplo, es distinto cuando se trata del teatro, de la ópera, del cine. De manera diferente hay que encarar la significación de la puesta en escena en otros campos, por ejemplo, en el campo político. Aquí se habla de puesta en escena para para referirse metafóricamente a la escenificación espectacular y mediática de las manifestaciones convocantes, propagandistas, publicitarias y mediáticas del ejercicio del poder. Por ejemplo, las casta política, los gobernantes, los representantes, los voceros, recurren a montajes escénicos, espectáculos, incluso a invenciones de la realidad, instrumentando imágenes, lenguajes corporales, gestos, símbolos, mitos y discursos, “movilizaciones” y marchas, para el logro de sus objetivos políticos. En este caso, hay solo analogías circunstanciales entre la puesta en escena política y la puesta en escena de las artes escénicas; empero, notorias diferencias estructurales. El político busca impresionar al público, que es el pueblo, persiguiendo el logro de su convocatoria y de su legitimación. El artista manifiesta la potencia creativa estética, despertando la sensibilidad del público.

 

 

De manera distinta, en el campo del derecho una puesta en escena se refiere a la alteración del lugar donde se cometió un crimen, buscando borrar pruebas o, en su caso, sembrar pistas falsas. Así como se vincula a la presentación de una coartada para no quedar vinculado a un delito. La puesta en escena con el objetivo de engañar a la pericia policial puede hacer uso de parecidos recursos teatrales, sin embargo, estructuralmente diferentes en su sentido inmanente; esto debido a que en ambos casos la aparente intención es hacerle creer al receptor una ficción, provocando en él un efecto afectivo y empatías buscadas. Por lo tanto, no se trata de la verdad, sino de hacer creer que la verdad está en la escena.

 

 

Entonces cuando hablamos de puesta en escena lo hacemos metafóricamente, haciendo hincapié en los montajes políticos y en los juegos de poder, que se transfieren al espectáculo de las ceremonialidades y de los escenarios mediáticos del poder. Sin embargo, también se ha usado la concepción de la puesta en escena en su connotación filosófica y crítica de la filosofía, sobre todo cuando la critica de la filosofía se refiere a la era de la simulación, al simulacro y virtualización de la vida cotidiana en la modernidad tardía. Incluso podríamos hablar de la teatralización en la vida cotidiana en el campo económico y en el campo cultural, usando la demoledora irrupción de los medios de comunicación y de la cibernética. Empero, en el caso de la puesta en escena en el campo político las expresiones y las condiciones de posibilidad de la expresión son, mas bien, pedestres. Prepondera la pretensión de emitir una narrativa de epopeya, empero, decaída y anacrónica, perturbadoramente esquemática y simplona. 

 

 

El partido de gobierno ha montado, con toda la logística que cuenta, una “marcha por la patria y la defensa de la democracia”, título de la marcha nada más irónico por parte de los desmanteladores de la Constitución y destructores de la democracia, además de haber entregado los recursos naturales a las empresas transnacionales extractivistas y haber llevado al país a la tercera derrota de la guerra del Pacífico, fuera del desenvuelto etnocidio y ecocidio perpetrado en los territorios de las naciones y pueblos indígenas, en los ecosistemas depredados y bosques incinerados. Una marcha sin horizonte ni perspectiva, una marcha de propaganda y publicidad, para mostrar musculatura y unidad. Una marcha de campaña; es decir, una puesta en escena

 

 

Se trata de una burbuja política. Hay pues una inflación en la demostración de fuerzas, una musculatura alimentada por hormonas, inflada con la logística del Estado, tomado por el partido oficial. Una especulación construida mediáticamente, movilizando a los sectores afines al gobierno, haciendo un esfuerzo por juntar en concordia las discordias inherentes. Una especulación marchista que busca cubrir los vacíos insondables y las profundas debilidades de un proyecto fallido, pues el proceso de cambio fue abruptamente asesinado, paradójicamente, por sus conductores, al desnacionalizar los hidrocarburos con los Contratos de Operaciones, volviendo a entregar el control técnico de la explotación a las trasnacionales, renunciando a gran parte del excedente, en beneficio de estos monopolios extractivistas. El proceso de cambio muerto mostró su cara cadavérica cuando el gobierno se desenmascaró, mostrando su rostro antiindígena en el conflicto del TIPNIS y Mallku Khota, siguiéndole los conflictos sucesivos con los pueblos indígenas de tierras bajas. 

 

 

Como toda burbuja implosiona, la pompa estalla, se desvanece el artificio, la pretendida fuerza y musculatura termina mostrando su senilidad, anacronismo y debilidad evidentes. El teatro político no sustituye a la realidad efectiva, que corresponde a la crisis múltiple del Estado, de la casta política, de “izquierda” y de “derecha”, del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente, que monitorea el gobierno clientelar. Con la puesta en escena de la marcha gubernamental la forma de gubernamentalidad neopopulista no puede parar el derrumbe mayúsculo que conlleva su implosión continua, constante, repetida, retornada, después del interregno de una grotesca “transición”. 

 

 

La puesta en escena de la marcha es un síntoma paradójico de la debilidad y el derrumbe del paradigma populista y del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. Es un síntoma contrastante de la decadencia política. Se muestran fotografías de la adolescencia del convaleciente terminal, del cual no se puede mostrar al público la imagen verídica presente. Esto se hace no solo para engañar al público, al pueblo que observa, sino también para autoengañarse, en una especie de narrativa autocomplaciente, encubridora y efímera. Corresponde a la actitud psicológica del sujeto paranoico, que lejos de verse a sí mismo, prefiere ver la imagen de una fotografía del pasado. Estamos ante la constatación de la desolación crepuscular del caudillo déspota y de su entorno palaciego, llevándose consigo, al abismo, a los otros, que no son del entorno, pero renunciaron, hace tiempo, a efectuar la reconducción del proceso para salvarlo, también, después, renunciaron a la reorientación de lo que queda de la Constitución desmantelada y de los fragmentos dispersos del proceso de cambio muerto. 

 

 

Después del espectáculo, todo volverá a ser lo que es, el tumulto de las calles en el tráfago de su vida cotidiana, los ecos reiterados de los medios de comunicación sobre la impresión que les dejó la burbuja de la marcha, medios que toman en serio el espectáculo montado. La misma discusión de la dualidad política complementaria, oficialismo y oposición, los tristes perfiles de la mediocridad política, en espera de su hundimiento completo. 

 

 

 

  

 

 


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