Conmemoración de las huellas familiares

Dedicado a Raúl y Beba

 

 

El sol y la luna, el día y la noche, la vida y la muerte,

continuidad y culminación de la profusa

creación de la vital potencia existencial.

Apoteosis galáctica del estallido inicial.

 

Canta coro de aves al amanecer,

polifonía plural inventando atmósfera sensible,

mientras el sol arrastra su rebaño de planetas.

Narrativa ancestral envuelta en el mito.

 

La ciudad recuerda sus perfiles soñados,

sus voces viajeras cruzando horizontes vencidos

por la constancia paternal y maternal de enseñar,

conducta de elocuente transparencia familiar.

 

Anidan en la memoria el porvenir de los que están

y los que vienen en la consagración de las estaciones,

ciclos de climas, de brisas, de lluvias, de airadas luces,

de suelos húmedos donde crece la sabia imaginación.

 

Huellas hendidas en la piel fragante de descendientes,

orientando caminos en el nebuloso conglomerado urbano

y en los exuberantes bosques juguetones de los Yungas,

que buscan descansar copiosamente en los llanos,

para volverse a colgar de los gigantes árboles

del inconmensurable y resistente Amazonas.

 

Valluno como el choclo de las humintas de hojas,

Altiplánica y cordillerana como la quinua del pesque,

se encontraron un día soleado, entrelazadas miradas,

náuticas manos, no se separaron nunca.

El tiempo acumulado cultivó la trascendencia amorosa,

invernando las flores en las salas amuebladas

del afectuoso hogar de cobijos leñosos.

 

Presencia perene en el eterno instante del presente,

móvil anfibio recorriendo océanos y continentes,

metamorfosis de inspiración alada,

se quedan cristalizados en nostalgia evocada,

de los hijos que en ritual ceremonia los reviven.

 

No se fueron, sino que se repiten en inscripciones

impresas en los rincones y en las habitaciones

pobladas de sus halos espesos e irradiantes,

en los paisajes tejidos por sus ilusiones y sus logros,

en las huellas danzantes impregnadas de mundos.