Un pensamiento alegre. En torno a Comuna.

 

Un pensamiento alegre.

En torno a Comuna

 

 

Oscar Vega Camacho

 

 

 



 

 

 ¿Qué pasa sobre el cuerpo de una sociedad? Flujos, siempre flujos.

Gilles Deleuze

 

 

Las décadas de los ochenta y noventa en Bolivia son los tiempos de las derrotas y la desorganización de la sociedad, las luchas contra la dictadura del General Banzer que gobernó entre 1971 y 1977 generaron un nuevo ciclo de movimientos sociales que buscaban viabilizar un régimen democrático a través de elecciones, el núcleo de convocatoria era la COB -como una década antes- pero ahora las bases más combativas de organización y movilización eran campesinas e indígenas. Entre 1978 y 1980 fueron tres elecciones nacionales y cuatro distintos gobiernos con dos golpes militares, el último del General Garcia Mesa que se mantuvo hasta 1983 ejerciendo violentamente con represión y persecución, hasta hoy es único dictador militar boliviano con una condena a prisión por sus delitos. El retorno a la democracia con el gobierno del UDP fue un periodo de incertidumbre política y caos económico, por lo que tuvo que finalizar su periodo de gobierno de manera anticipada. Dando paso a lo que se denomina como la “democracia pactada”, es decir, ningún partido político tenía la fuerza suficiente para imponerse así es que las condiciones exigían buscar acuerdos entre ellos, más allá de sus posiciones o ideologías. Por lo cual, se planteaba que sostener un régimen democrático propiciaba necesariamente a una búsqueda de acuerdos, pactos y arreglos en la clase política instituida, por lo cual, se dieron las combinaciones y argumentaciones más descabelladas y cínicas. Pero el costo principal de estos regímenes democráticos para la población fue tener que aceptar y disciplinarse a una nueva realidad económica, es decir, los nuevos imperativos económicos con los que se construía esta condición democrática exigían cambios estructurales en términos sociales, económicos y estatales. Son los tiempos de los regímenes de hegemonía neoliberal que transformaron estructuralmente a todo el país, en estas dos décadas se privatizaron las empresas estatales estratégicas, mineras, hidrocarburos, trenes, agua. Se inició el despoblamiento de las áreas rurales e rápidamente invirtiendo la composición poblacional que anteriormente era predominantemente rural es ahora urbana, por lo cual surgen las grandes poblaciones urbanas al margen de las políticas públicas como El Alto, Plan 3000 o la zona sur de Cochabamba. Y es también el inicio del periodo de los éxodos masivos a Buenos Aires, Sao Paulo y ciudades de España.

 

Comenzaba diciendo que es un tiempo de derrotas y desorganización de la sociedad porque es la perspectiva desde los gobernados que deben disciplinarse y responder a estos nuevos imperativos democráticos y económicos, y además con la producción de un nuevo sentido común que demandaba ser modernos, emprendedores, administradores de la gestión y el destino de nuestros grandes empeños y pequeñas empresas. Si queríamos avanzar y crecer teníamos que forjarnos al igual o más que nuestros países vecinos, teníamos que mirar y aprender del esfuerzo y trabajo con que realizaban al norte de nuestro continente. Consecuentemente, había que dejar y superar todo aquello que nos hacía peso de nuestro pasado y de la cultura, había que modernizarse despojando todo vestigio de tradición, memoria y organización que no respondiera al cultivo de una nueva subjetividad emprendedora y competitiva que se podía esculpir al buscar ganarse la vida y poder terminar así convertirlo en un verdadero modo de vida.

 

 

Este paisaje de país, que también puede ser con distintos matices de Sudamérica, nos permite entender el por qué en aquellos años de fines de la década de los noventa podía ser tan ajeno y resistente a tratar lo político desde los movimientos sociales. No había espacio en las instancias públicas, ni universidades ni oenegés y mucho menos en los partidos. No es que no existieran diversas iniciativas y propuestas en la vida social, urbana y laboral, pero no eran aceptadas o tratadas como acciones políticas o con capacidad política. Es decir, podían ser sectoriales, regionales, o de un minúsculo grupo, pero no cabían en el universo político instituido, quedaban fuera, excluidos del debate oficial político. Y, así mismo, estaba la clase política, las instituciones democráticas, los medios de comunicación y el sentido común impuesto, de espaldas, prácticamente ciegos y sordos de las dinámicas sociales que estaban en curso, que recorrían a los modos estratégicos de organización de sobrevivencia y lucha cotidiana.

 

 

Comuna surge en 1999, tiene varios antecedentes de anteriores iniciativas y publicaciones, pero es en ese momento en que se da un nombre y con el que se empieza a configurar un modo posible de hacer política, no de la manera institucional y tradicional, ya sea oficial de los partidos políticos o de la clandestinidad de los grupos subversivos. La voluntad de conformar algo como Comuna es político, es la búsqueda de producir política de otros modos a lo que se denomina como lo político en ese momento. Era un acto político y, por lo tanto, una crítica de la política existente, al orden dominante. Por una parte, estaba la publicación de libros colectivos que tuvieran capacidad de interpelación conceptual política y, por otra, un espacio abierto como un foro público con algún invitado o invitada que inicia el debate, que se realizaba los lunes en el Goethe Institute, una institución académica cultural. En 1999, se publica el libro: El fantasma insomne. Pensando el presente desde el Manifiesto Comunista, y el año 2000: El retorno de la Bolivia plebeya, ambos títulos son como provocaciones arcaicas para el tono político instituido y oficial del país, pero sobre todo el segundo libro tendrá amplias y sorprendentes repercusiones en diversos ámbitos.

 

Pero detengámonos un poco en esos primeros años y publicaciones, ya que los acontecimientos del año 2000 cambiarán radicalmente las percepciones y las dinámicas de lo que denominamos como Bolivia y la sociedad boliviana. Se visibilizará una fractura inmensa entre el ámbito institucional y oficial y lo que acontece en la vida de una sociedad en movimiento, unas movilizaciones sociales que empiezan a tomar cuerpo y voz de las maneras más inesperadas e intempestivas: aimaras, originarios, organizaciones de tierras bajas, cocaleros, colonizadores, sin tierra, regantes, juntas de vecinos, cooperativistas mineros, campesinos. Todo un universo abigarrado, como si fueran las hilachas y los jirones de aquella Bolivia que quería cambiar, que quería modernizarse y blanquearse, y como una pesadilla regresaba lo más profundo e inquietante de su sueño neoliberal. Monstruoso era lo que estaba sucediendo para el orden establecido porque no podía concebir que todo aquello pudiera tener forma, organización y valor político. Por ello, la respuesta más efectiva y contundente será violencia estatal con la movilización policial y del ejército, pero las propias capacidades colectivas de organización y acción frente a esta violencia estatal empezó a generar nuevos horizontes y lenguajes políticos que posibilitaban pensar la potencia de la sublevación e insurgencia plebeya.

 

 

Entre el primer libro y el segundo de Comuna, el año 2000 inauguró las luchas victoriosas de la CTSUB con la figura de Felipe Quispe, como el indio sublevado y furioso de su situación actual, y el triunfo en la guerra del agua en Cochabamba con la consolidación de la Coordinadora para el agua y la vida que tuvo el sustento y apoyo masivo de la población de Cochabamba, finalizó con la recesión del contrato y expulsión de la empresa transnacional. Ese año cambio radicalmente la visión de país, no era el paisaje de las décadas pasadas ni de las derrotas políticas y el continuo ninguneo a las condiciones precarias del mundo plebeyo e indígena. Los ensayos que componen El retorno de la Bolivia plebeya son diálogos con lo que sucede, lo que está sucediendo, es decir, no sé pretende un acercamiento conceptual a los hechos, como si se pudiera traducir, hacer un cambio de registro, en términos conceptuales lo que está aconteciendo. Más bien, es el desafío de los acontecimientos que necesitan ser pensados en su misma radicalidad, ya que los sucesos y los eventos son radicales con respecto al orden existente, al orden instituido y oficial, y al propio sentido común neoliberal impuesto; por lo tanto, también se requiere un pensamiento que desafíe radicalmente su construcción, lógica y vocabulario. De alguna manera, es la urgencia de trabajar y ensayar un pensamiento que sea crítico, descolonizado y anticapitalista, que aprenda, dialogue y se alimente de la fuerza de los movimientos sociales e indígenas.

 

De esta forma es que se puede leer estos libros o este conjunto de ensayos, no es que por una parte suceden las cosas y, por otra parte, están los que las piensan, como reproducción de cuerpo y mente, del trabajo intelectual y manual, no es la producción de un grupo de intelectuales, que asumen ahora su tarea de pensar, conceptualizar y explicar los hechos. Porque finalmente a lo que apuestan los ensayos de Comuna no es solamente modificar el orden intelectual, sino, de hecho, es subvertir la idea de un mundo intelectual, esto es, trabajar la descolonización, tanto al interior como al exterior de nuestros muros nacionales, de nuestra bolivianidad. Los cuatro ensayos son experimentaciones conceptuales que quieren poner en jaque a los modos instituidos de la construcción teórica y simultáneamente están estableciendo lazos y afinidades con las formas de organización y lucha de los movimientos. Es, pues, una apuesta teórica y conceptual en marcha, en movimiento, que no teme ser local, parcial e incompleta, más bien, es lo que le da fuerza para continuar, avanzar, aprender y repensar.

 

Posteriormente se publicarán de manera sucesiva en 2001: Tiempos de rebelión, Pluriverso. Teoría política boliviana, en 2002: Democratizaciones plebeyas y en 2004: Memorias de octubre. En cada uno de ellos es remontar, un reiniciar lo pensado, desaprendiendo lo instituido y aprendiendo colectivamente de lo que surge y se produce. En la primera serie de estos libros, en la solapa se presentaba:

 

“La colección comuna expresa trabajos y esfuerzo colectivo. Se proyecta hacia el futuro recuperando la experiencia libertaria de la Comuna de Paris y de las luchas obreras y socialistas.

Quiere ser ola de pensamiento crítico que reivindique la tradición histórica de las formas comunitarias locales y la fuerza de sus prácticas políticas.”

 

Esta autopresentación es un buen índice del carácter de interpelación que tienen estos libros, por una parte son un trabajo colectivo, son libros colectivos, no pretenden tener una voz, una visión, un lenguaje y un estilo conceptual, son en todo caso el resultado de conjugación, del encuentro y mezcla de perspectivas, recorridos teóricos, de tradiciones e innovaciones conceptuales. Nuevamente, nos encontramos con un monstruo, aquello que no podemos figurar ni concebir posible, pero surge y aparece contradiciendo todo lo establecido y normalizado. El monstruo, su figura, aparición e inconmensurabilidad es quizás el mejor indicador de como es un desacato al orden del pensamiento establecido e institucionalizado. En consecuencia, fuertemente cuestionado y condenado por los distintos ámbitos de la universidad, medios de comunicación, partidos políticos e instancias estatales. En ese breve tiempo los ataques contra las publicaciones de Comuna se multiplican y amplían, por ejemplo, aquellos titulares que dicen que son “los intelectuales del caos”, los responsables del desconcierto político. En realidad, toda esa campaña tiene un efecto contrario y termina por impulsar una mayor visibilización de los trabajos de Comuna.

 

Por eso es necesario revisar la experiencia del Comuna como una crítica de la figura y rol del intelectual y descolonización del conocimiento, pero si nos quedamos solamente con las publicaciones estamos solamente enfocando la realización de los escritos y su armado conceptual. Por ello, hay que retomar de modo conjunto y paralelo lo que significaba para Comuna las sesiones de los lunes en Goethe Institute, como espacios abiertos al público para el debate político. Este es el otro brazo con que trabajaba Comuna, si quieren, con uno escribía y con el otro daba la mano, recibía el saludo, la palabra, la experiencia, las posiciones, de otros, de múltiples y heterogéneas tradiciones e innovaciones políticas. Lo que podemos llamar un persistente diálogo y aprendizaje con otras trayectorias, otros mundos y realidades, una incesante urgencia de hacer espacios, encuentros y tejer relaciones. Completamente lo opuesto de lo que instaura la institución, autoridad y academia, de lo que es un supuestamente la figura y rol intelectual. De hecho, el trabajo intelectual se realiza colectivamente continuamente en debate, confrontación y aprendizaje, no es algo que se tiene y que después expone y difunde, es una visión meramente estática, acumulativa de lo que es trabajo intelectual, por no decir, del poder de autoridad y lo institucional. De manera estricta, se puede afirmar que lo intelectual se realiza en todos los ámbitos y niveles de trabajo, unos tienen más o menos tradiciones conceptuales de especialización, otros exigen constantes reelaboraciones de vocabulario, algunas necesitan un entrenamiento y formación especial o especifica. La figura y rol del intelectual moderno es propiamente una invención reciente y de con gran eficacia al estar acompañando y, supuestamente, aleccionando y orientando el surgimiento del fenómeno de sociedad de masas.

 

Un segundo aspecto en torno a Comuna, es que como se lo nombra como grupo y, a veces, colectivo, se tiende a pensar que debería funcionar como un conjunto y tienen alguna homogeneidad sus integrantes. Si pensamos en un grupo político, inmediatamente lo asociamos a un programa o un manifiesto con el que se identifican y proceden a llevarlo a cabo. Pero nada de esto se dio, ni se pretendió en Comuna. Es decir, el propio proceder de Comuna es una crítica a la razón política moderna y las diversas formas que adquiere, si se crítica a la forma partido no es para hacer otro forma de partido político, si se crítica la forma Estado-nación no es para tomarlo y reformarlo, si se crítica a la razón moderna no es para adaptarla e injertarla para una mayor y mejor operatibilidad. Se crítica la incapacidad de pensar la realidad del país no será para reproducir un solo orden de conocimiento, ni un solo lenguaje y, mucho menos, una sola voz.  Por todo ello, desde un inicio Comuna va a funcionar como un espacio abierto, como el posible lugar de encuentro de distintos recorridos, experiencias y formaciones; por ello, será un espacio de conversación, discusión y, sobre todo, disputa, porque no podía llegar a un acuerdo y terminar una discusión con vencedores y vencidos en la argumentación. En realidad, el final posible de una disputa de posiciones no se da en el campo conceptual sino en la propia práctica y el movimiento real de las cosas, en los flujos sociales y de la sociedad.

 

Comuna opera como la capacidad de generar los encuentros, de hacer posible una cosa y con otra, de una experiencia con otras, de un bagaje teórico con otro, siempre produciendo choques, mezclas y desacuerdos. Esta la fuerza para trabajar, pensar y hacer en Comuna, y también diría su principal virtud colectiva. Funciona y puede ser algo viviente porque está generando, produciendo, creando a partir de la horizontalidad de sus actividades y participantes, la heterogeneidad de temas, experiencias y vocabularios, el sentido abierto en los debates y por el flujo de participantes. Y también de alegría, en los términos de Spinoza, como un pensamiento alegre frente a los pensamientos tristes, que paralizan y anulan las potencias del sujeto.

 

Un último aspecto en torno a Comuna, que no está habitualmente visible y mucho menos se acostumbra a tratarlo en la actividad política, es el carácter de los afectos. Y si pongo en consideración la centralidad o, mejor aún, la articulación a través de los afectos es porque la propia dinámica que hace posible los encuentros, las disputas interminables y las felices afinidades de este conjunto heterogéneo y disímil es a través del poder convocar, remover y trasformar afectos. Al tratar de esta manera la afectividad, podemos pensar en acciones y sujetos que son susceptibles de cambios, mutaciones y transformaciones, es decir, en el cómo se producen subjetividades afectivas y que por ello son impulsadas, susceptibles y tienen disponibilidad para pensar, hacer y actuar. En consecuencia, el trabajo político no se puede focalizar en algo -por ejemplo, partido, institución, Estado-, ni en alguien -militante, representante, líder-, sino atraviesa o, mejor, es transversal a todas las actividades, ámbitos, instancias y estructuras con las que conformamos las formas de vida y modos de existencia. Una suerte de múltiples micropolíticas que no podrían operar con una definición de sujetos fuertes, completos y definidos, sino a partir de la incesante producción de subjetividades que están persistentemente lidiando, negociando, disputando, posesionando y creando en el complejo y abigarrado mundo.

 

La interrogante política es el cómo se pueden generar diferentes disponibilidades a través de la incesante producción de las subjetividades, la alternativa que trabajo Comuna fue promover desobediencias, rebeliones y subversiones de aquel orden instituido por la explotación y opresión cultivando y multiplicando subjetividades felices, o como decía Spinoza, un pensamiento alegre.

 

 

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