Muerte de los jinetes del apocalipsis
Muerte de los jinetes del apocalipsis
Sebastiano Mónada
Después de que mueran los bosques no quedará nada,
solo el desierto calcinado,
la muerte petrificada.
En la memoria de la desolación huella fosilizada .
Nadie será testigo del
asesinato descomunal.
Habrán desaparecido los
pájaros, sus colores musicales,
los felinos de miradas
viajeras y los reptiles de piel inescrutable,
las poblaciones minuciosas
de insectos trovadores
que pululaban en murmuraciones indescifrables .
La muerte se habrá instalado
inmensamente,
aposentándose en la superficie
sin alma,
agobiando tormentosa al
tiempo.
Será cuando contaremos el lapso
que nos queda,
arrojando los pétalos
muertos al pantano.
No se disfrutará una mañana
luminosa,
quedando su ausencia en la
estación de trenes;
las cocechas se habrán
apagado,
moribundas cerraran sus ojos
para siempre,
pronunciando la inercia del inhóspito
letargo
de la desgajada y triste despedida.
Nos retiraremos mudos a las
tumbas que nos esperan.
Metrópolis de cementerios
que no tendrán visitas.
El olvido habrá borrado la
memoria,
tragada en el agujero sin
fondo,
retorno inaudito a la nada.
Desterrando todo recuerdo.
No supimos parar en su
momento los incendios,
tampoco limpiar los cielos contagiados
de tristeza,
y las aguas enturbiadas por
el odio humano.
Preferimos horadar los suelos
con máquinas infernales que asesinan a las rocas,
abriendo heridas en la carne
de la tierra.
Arrojamos nuestras
pestilencias por todo el orbe,
enfermando los cuerpos que
quedan agonizantes.
Ocasionamos llagas en la
piel del planeta,
padeciendo por los órganos
envenenados.
Somos los jinetes del
apocalipsis.
Una vez que nos hayamos ido
volverá la vida a proliferar
sin nosotros.
Aves fénix nacerán de las
cenizas
dibujando en la concavidad
esperanzada
la sonriente inscripción de
los climas.
Ciclos cambiantes, flujos de
metamorfosis,
fugando de los mitos del origen,
pasajeras de la Vía Láctea
nómada.
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