El sentido inmanente

El sentido inmanente

 

Sebastiano Mónada

 

 


 



 

 

 

 

¿Dónde está el sentido inmanente expresando

lo percibido como vivencia?

¿En las memorias del cuerpo?

¿En el afuera, en el entorno de la piel en tanto mundo?

¿En el entramado carnal de múltiples organismos de la naturaleza?

¿En el momento de la percepción, en el preciso presente?

¿O en las figuras virtuales siendo ilusión de la imaginación?

¿Por qué queda la huella como intuición hendida?

El recuerdo de sensaciones e interpretaciones anidadas,

registro concéntrico del tronco de los árboles.

El sabor de algún fruto asociado al acaecimiento,

gusto impregnado en las nostalgias de la lengua.

El olor del vaho rodeando los espesores vitales,

bruma aposentada del alba.

El aroma penetrante amarrando su atmósfera,

hálito dejado por los naranjos de la granja.

El sonido acompasando los episodios de entonces.

melancolía de violines diluyendo sus penas.

 

Las memorias del cuerpo son momentos guardados

en los serpenteantes socavones de los sentidos,

laberintos oscuros enmarañados en el abismo

cayendo como angustia minera al centro de la tierra

y las fibras de órganos donde emana la imaginación,

encantadoras flores entonando sus colores

en melodiosas canciones seductoras del sol.

Son coyunturas actuales perpetuadas en la materia

ahuecada por el silencio nocturno,

ocupando los poros y los intersticios,

compartiendo promiscuamente un sin-tiempo.

Nos convierten repentinamente en habitantes del pasado

y del indestructible aterido presente.

En viajeros intrépidos del esperado futuro.

Las memorias ya saben que pasado, presente y futuro no existen.

Son las figuras sucesivas que la razón construye.

 

¿Qué es entonces esa enseñanza primordial?

¿Esa remembranza inmediata hundiéndose en el fondo?

Esos saberes inaugurales sosteniendo otros saberes,

brotados de la intuición sideral.

¿Es acaso el sentido inmanente aflorando,

efluvio de alegorías desentrañando el acontecimiento?

 

No parece apropiado reducir el sentido inmanente

a los sentidos trascendentes que la razón construye,

escalinatas de vapor diseminando conceptos.

El agua disgrega la sangre coagulada.

Las distancias son enormes entre ambos sentidos,

abismos infranqueables del cosmos fracturado.

El sentido inmanente es el advenimiento

de la invención ardiente de la partículas infinitesimales.

Dilucidado como totalidad deshecha en su afecto inmolado.

Los sentidos trascendentes, los conceptos, son entelequias,

golondrinas desaparecidas cuyos trinos siguen todavía.

Son dispersos fragmentos intangibles,

luces viajeras continuando sus cursos,

cuando sus fuentes explosivas se extinguieron.

Descifrando las agotadas parcelas cercenadas.

Los sentidos trascendentes son antiguos retratos

descargados de todo espesor tangible,

de toda rítmica alegoría simbólica,

de todo barroco acoplamiento imaginario.

Los conceptos son eso, sueños de fantasmas,

Son sueños de humanos dormidos.

 

Preguntar por el sentido inmanente

es preguntar por la matriz vital

de todo comienzo creativo.

Por el bordado de tejidos que trenzan

y deshilan para volver a tejer de nuevo.

Es preguntar ansiosamente por la vida,

por lo que es esta memoria sensible,

por el acaecimiento creativo que es la existencia,

por la creación y recreación en constante devenir.

Es colocarse en las miradas plurales.

Constelación de curiosos ojos horadando distancias,

que acechan desde distintas graduaciones

de desemejantes dicotómicas escalas,

envolventes invasiones nómadas

a ciudades sedentarias ancladas en el mercado.

Desde las infinitesimales hasta las molares,

desde las pequeñas nadas hasta las pretensiones totales.

Es integrar estas miradas en la simultaneidad dinámica,

es vivir plenamente entregado al placer de la existencia.

 

Cuando en las sociedades atrapadas por Estados

vemos juzgar a los actos humanos,

imperdonables pecados,

abominables males,

atentatorios delitos,

peligrosas enfermedades y locuras,

enervantes perversiones,

se evidencia la futilidad de estos juicios.

Legitimados por las instituciones apolilladas,

bautizados como graves por las formalidades

rígidas y obligatorias del Estado.

Se cotejan las desventuras de estos juicios y castigos,

balance inútil de los sacrificios hechos.

Se exhibe el miedo a lo desconocido,

mascara que cubre el terror escondido.

Se aferran a los tablones del naufragio,

se agarran a unas infortunadas verdades

que ilusionan vanamente al hombre.

Esperanza de madres al retorno del hijo muerto.

El haber encontrado tierra firme

cuando lo que encontró son otros mares

atiborrados de otras olas.

Más lentas y casi pétreas

que lerdamente ondulan

cambiando los paisajes en periodos discretos.

Este hombre moderno cosmopolita y virtual,

refugiado en la iluminación titilante de sus ciencias,

en la encomiable irrupción de sus tecnologías,

circunscritas al dominio utilitario y también anodino.

Imitando a las composiciones físicas del universo

enredado en sus pretensiosas doctrinas alucinantes,

en su inútil orgullo inmenso

de su aborrecible ego prolongado.

No comprende o no quiere entender,

terquedad ingenua de espera caprichosa,

que su semejante mundo figurado

no es más que una sombra extendida en el suelo

de una danza embriagante de cofradías embrolladas

en ondulantes ciclos entrabados. 

 

No goza de la maravillosa certeza sensible

de los exuberantes cuerpos armoniosos.

No concibe que sus ciencias y tecnologías

son parte de los aparejos de sobrevivencia.

son el triste bastón o el estridente automóvil,

que auxilian cuando son útiles,

dejando de ayudar cuando dejan de serlo.

No son esencias ni verdades eternas.

No entiende, no son fines sino medios,

la canoa en el río amazónico,

adecuados a las propensiones que la vida conlleva.

Inadecuados y peligrosos cuando no responden

a los demandados requerimientos.

Convertidos en designios de una civilización banal.

 

Se juzga a lo que no son los hombres corrientes,

se juzga a las mujeres que tampoco parecen estándares,

se juzga a las mujeres que se sienten hombres

y a los hombres que se sienten mujeres.

¿Quién sabe acaso lo que la vida compone

en sus múltiples formas y perfiles logrados?

Acaso sus ciencias han resuelto el enigma de la vida.

Acaso sus ciencias explican el comienzo de todo.

Menos sus filosofías que son ecos sonoros

de lo que dicen con antelación las culturas.

Mucho menos las ideologías pues son balbuceos

de lo que enuncian y mustian los saberes.

Se encargan de juzgar la rareza supuesta

que contrasta con el croquis de la costumbre heredada.

Los códigos jurídicos sirven de opacos referentes

de burocráticos juicios penales y morales.

Secundan como argumentos de castigos y martirios.

Asisten como bálsamos para aquietar angustias.

 

La tendencia a ser jueces delata sus carencias y sus miedos.

Es la única pericia detentada para lidiar contra fantasmas.

Sus propios inmersos entrañables fantasmas.

Es el único método largamente agenciado

para zanjar el conflicto agobiante sufrido.

Al creerse la médula espinal del planeta,

el núcleo vertebrado del universo ignoto,

el fin perseguido de la reverberante vida,

consideran pueden juzgar no solo a los humanos

sino a los otros seres que pueblan el astro.

Se convierten en la medida de todo.

No deducen que este comportamiento

es encuevarse como alimaña en sus miedos,

refugiarse apresuradamente en castillos de naipes

sin poder proteger enjambres de ilusiones.

Deshaciéndose cuando los castillos se derrumban

ante el soplo del viento o el canto de los gansos.

 

El hábito de juzgar se ha extendido por toda la sociedad.

Cada quien juzga a otros quienes también lo juzgan,

cada grupo juzga otro grupo,

cada ideología juzga a otra ideología,

cada amigo juzga a su enemigo.

cada bien juzga a su mal,

cada bueno a su malo,

cada fiel a su infiel,

cada santo a su endemoniado.

Estamos en un mundo habitado por jueces

que se creen habilitados a decidir sobre la vida

y muerte de otros infortunados humanos.

Los y las que son juzgadas con leyes de penumbra.

Solo pueden hacerlo cuando optimistas conjeturan

que ellos son el encomiable ejemplo.

El modelo virtuoso del bien contra el mal,

cruzadas en conquistas de tierra santa,

de lo normal contra lo anormal,

campaña médica contra una epidemia.

Es cuando se desmorona toda su edificación jurídica,

precipitaciones de montaña en tiempos de tormenta,

y su porte comedido de jueces intranquilos,

turbados destronados monarcas.

No son ni el modelo, ni el prototipo anunciado,

ni el paradigma digno a seguir.

Todos patentizan sus numerosas discordancias,

sus amontonadas languideces y fragilidades cuantiosas,

alboroto de achaques que terminan quebrando

al resistente organismo que brega con empeño.

 

Cuando falta la humildad reconociendo las precariedades

como el sabio o la docta que ha aprendido

que no se deja de cultivarse nunca.

Asimilando de la acumulada experiencia

las nutridas contingencias y las relatividades,

copiosa lluvia empapando los surcos del cultivo.

El hombre se extravía turbado en un bosque profuso,

cachorro abandonado por la madre loba,

creyendo que se encuentra en un árido desierto,

poblado de espejismos que él los toma como auténticos.

Convierte sus efímeras elucidaciones en magnas verdades,

como el enamorado convierte sus esperanzas en señales

austeras, leídas en la voz y en los gestos de la mujer amada.

Se desarma y expone al abreviar tanto los laberintos.

 

El sentido inmanente no es el signo postrado

en el prominente lenguaje usado.

No es el concepto por la razón fantasma inventado.

No es la verdad institucional en mármol presentada

de academia satisfecha en el claustro de las condescendencias.

No es el cuadro estadístico que presume claridad matemática

en las formas numéricas de series de la calamidad cuantificada.

No es la teoría que presenta el esqueleto del fenómeno estudiado

como contuviera ánimo y autonomía propia,

sino es la subversión afectiva emanando del substrato

de las metamorfosis del cosmos despabilado.

La explosión inaugural liberando a las imperceptibles sensaciones

desprenderse como fugas vibrantes de ondas musicales.

Inventando universos mutantes y mezclados.

 

El sentido inmanente es la intuición subversiva,

que comprende en el instante del acontecimiento

la completa congruencia y armonía del cosmos.

Los acompasados ritmos que conjugan sinfonías.

Los concomitantes ciclos complementándose en el Oikos.

Las paradójicas sociedades que contradictoriamente avanzan

a las mismas armonías de las constelaciones.

La intuición subversiva de los movimientos que estallan

al comprender la crisis que desgarra las sociedades congeladas.

Al deshielar la maraña de redes institucionales que capturan

las fuerzas vitales orientadas a crear e inventar.

Intuición subversiva, Prometeo que libera la imaginación radical

y la energía progenitora del movimiento estelar

del movimiento de las cuerdas y partículas infinitesimales.


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