No hay sentido, hay vida

No hay sentido, hay vida


Sebastiano Mónada










No hay sentido, tampoco sin-sentido,
como si se tratara de frutos en los árboles
para recolectarlos en verano.
Hay vida,
eterna energía de la primavera,
arrastrando a la alegría de las estaciones,
que es lo que da sentidos.
También sin-sentidos,
brisas enredadas en las ramas.
Ambos hacen a la matriz que los contiene,
vientre de madre adolescente,
que no es sentido ni sin-sentido
sino devenir constante.

¿Pelear por la verdad cuando todo fluye?
Desafiar a dragones imaginarios,
seduciendo a doncellas reales,
con quimeras enmohecidas
de caballeros de triste figura.
¿Imponer una verdad supuesta?
Cuando lo que hay está más allá
del bien y del mal.
Cuando lo que hay está más acá
de la mirada humana.
Más acá y más allá
de cualquier correspondencia absoluta
entre la imaginación y lo imaginado.
Narciso se mirara al espejo,
enamorado de su rostro incierto.

Esa violencia contra la potencia de la vida,
danzando en las pistas que inventa,
es insensatez querer tomar el cielo por asalto.
Arañando con las uñas el sueño de las hadas.
No es más que abolición
de la misma creación,
decreto ley contra la subversión de los afectos.
Abolición imposible,
querer detener la órbita terrestre
para continuar el festejo del déspota.
No se puede acabar con la invención
Infinita de la vida.

Monjes de la muerte,
inventores de la inquisición,
de las herramientas de tortura.
Sádicos instrumentos clavados en la piel,
obligando a la víctima decir la verdad.
Goce perverso de los torturadores.
No solo una inquisición,
la de la contrarreforma papal,
sino de las miles hechas a nombre de Dios
o de la libertad
o de la justicia
o de la autoctonía.

Monjes verdugos,
asesinos de Dios,
de la libertad y de la justicia.
Asesinos de la singularidad.
Parricidas y matricidas alterados,
grises xenófobos rencorosos.
Ilusiones delirantes de la modernidad,
del Orientalismo y el Occidentalismo,
como si el mundo efectivo no fuera uno
sino una naranja partida en dos.
Norte y Sur,
Oriente y Occidente.

Frustrados, agobiados por sus fracasos,
crepusculares profetas del Apocalipsis
y nocturnos pronosticadores de desgracias 
venideras.
Dictadores disfrazados de demócratas.
Crueldades del carnaval de las leyes.
Colonizadores disfrazados de emancipadores
de-coloniales.
Ronroneo de los mismos argumentos,
que no convencen a nadie,
salvo a sus fantasmas acomplejados.

Si Dios es lo incognoscible,
si la libertad es la alegría,
si la justicia es la armonía,
si la singularidad es única,
no se puede nombrarlos.
Arriesgando el peligro de reducirlas
a los prejuicios humanos,
a las manipulaciones arteras,
a la promesas incumplidas,
a los sustancialismos desabridos.

Impostores,
déspotas.
Misioneros de la identidad perdida
de la autoctonía pura.
Enamorados de sus propias miserias.
Han detenido por siglos o milenios
el comienzo de la fiesta de los sueños.
Han sustituido a Dios por sus recónditos escrúpulos,
a la libertad por sus egoísmos
a la justicia por sus dominaciones,
a la singularidad por sus imitaciones
autóctonas.
Folkloristas convertidos en profetas,
como si sus chantajes emocionales fueran
sabias hermenéuticas.

Es momento de acabar con la historia,
el mito moderno de la evolución,
de acabar con el teatro de la crueldad.
La pedagogía del latigo o de las reglas.
De acabar con la representación,
la expropiación de la palabra y la voluntad
de las multitudes y los individuos.
De acabar con esencialismos vacíos
por engreídos eunucos,
que entregaron sus órganos
Al imperio del poder

Es momento del regocijo,
del esplendor de la memoria sensible,
del desborde de los afectos,
de la comunicación con todos
los seres del multiverso.

El sentido es el fluir de los aprendizajes
y las retenciones de las experiencias.
El sentido no es lo que se opone al sin-sentido
sino lo que emerge de la nada,
plurales composiciones posibles,
invención infinita de las cuerdas.
Cantoras vibrantes
en el comienzo mismo de todo.
Sin origen y sin fin.



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