Sebastiano Mónada
Dedicado a Matilde Prada Aquim, Francis Prada Peryra y Claudia Prudencio Alcoreza
Distantes y cercanas se encuentran las viajeras, cuando llegan al terruño y a la familia. Las acogemos recordando sus historias, observando que cambiaron, que paso el tiempo sin que nos demos cuenta.
Una linda tarde de reunión familiar las vimos reunidas con el clan, estaban ahí, entre nosotros y nosotros con ellas, en la inmensidad de los tejidos afectivos y de los viajes de la nostalgia.
De tanto tráfago de palabras, de escucharse entre todos, de dispersar preguntas y recoger respuestas, de comer compartiendo el arte de la cocina, degustar sus sabores y hablando de todo, en la casa del Pancho, el tío, nos olvidamos de decir algunas palabras. Los discursos acostumbrados de siempre en estas reuniones. Nunca es tarde para decirlas.
Reencuentros
Los encuentros son retornos.
Volver sobre los pasos andados.
Desandar el camino recorrido,
para recomenzar de nuevo.
Recogiendo con el cuerpo asombrado
las remembranzas de los ancestros.
Cargando sus rostros, sus miradas, sus gestos
y elocuentes sonrisas atmosféricas.
Vuelan en el ambiente climático,
jugando con las estaciones inventadas
por el acuático planeta trovador.
Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro y a veces lloro sin querer.
decía el poeta modernista Rubén Darío.
Nosotros, en cambio, diríamos:
Juventud, potencia creadora, te vas para volver,
inventando las órbitas del eterno amanecer.
Jóvenes templadas en la distancia, que las hace ajenas,
a su vez, presentes en el cambio indetenible.
No es que se van para no volver, al volver llegan
replegando las distancias que las alejaron,
a su vez, las forjaron al calor del fuego
de la sensaciones, conquistando mundos.
Cada una con su estilo propio,
buscando renovar el arte del tiempo,
atrapado en la pertinaz memoria,
en el movimiento repetible de la historia.
Persiguiendo la escritura de los pasos perdidos,
del barroco maravilloso de Alejo Carpentier,
y de otros que inscribieron su textura
en los sensibles espesores del cuerpo.
Para ser reconfigurados por lectores,
migrantes perdidos en laberintos del olvido.
Recuperando continentes extraviados
por conquistas al fragor del comercio
y de la acumulación fantasmagórica
del artefacto, fetichismo ilusionado.
Hay también desencuentros,
ya no se es una misma sino otra.
La metamorfosis de la experiencia.
Se van dejando crisálidas en el camino
para convertirse en aves viajeras,
cada vez más intrépidas.
Atravesando océanos o descubriendo orillas,
playas inmensas de arenas dormidas,
dónde se borraron las huellas dejadas
por caravanas errantes y nómadas.
Inventando espacios donde anidan
los territorios exuberantes.
El desencuentro es el encuentro con la alteridad,
la diferencia, el cambio notable
de la maduración constante.
Es el encuentro con la transformación
en ondulante tiempo inexorable.
Repetida en la memoria insondable.
Hay nostalgia y a la vez alegría
cuándo volvemos al terruño y a la familia.
Nuevamente se van para volver de nuevo,
nuevamente nos dejan para acercarnos
a los recorridos de su maduración,
orientadas por el iluminismo del aprendizaje.
Las esperaremos como siempre,
en el hogar prendido por los afectos.
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